La SMP de Armenia y la ética ciudadana

17 febrero 2025 11:04 pm

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Armando Rodríguez Jaramillo

Pocas cosas en Armenia son centenarias como la Sociedad de Mejoras Públicas [SMP], la cual celebró su primera centuria el pasado 5 de febrero con un solemne acto en su sede de la carrera 13, a media cuadra de la plaza de Bolívar, vía que John Jaramillo Ramírez [1944 – 2022] describió en Por las calles del recuerdo [La Crónica del Quindío, 14-10-2009] de la siguiente manera: «La carrera 13 entre calles 13 y 20 tuvo tres nombres: Calle de Encima que fue la que más arraigó. La calle Muerta porque era una vía estrictamente residencial, muy calmada […] y la calle de la Amargura porque en tiempos del padre [José Vicente] Castaño era la ruta para la procesión de Once el Viernes Santo»

En aquel acto protocolario el presidente de su junta directiva, Orlay Muñoz Marín, ante un grupo de ciudadanos que asistieron para expresar su reconocimiento y gratitud por los aportes realizados, mencionó que la segunda organización cívica creada en Armenia, luego de la Junta Pobladora conformada el 14 de octubre de 1889 para fundar la ciudad, fue la Sociedad Hidrográfica creada en 1892 con el propósito de gestionar la construcción de un acueducto que satisficiera las necesidades del poblado, entidad sobre la que citó el siguiente texto del historiador Miguel Ángel Rojas Arias: «De esta Sociedad Hidrográfica, se desprendió, años después, la creación de la Sociedad de Mejoras Públicas de Armenia, que aún existe, y que, se podría afirmar, es adalid y continuidad de la primera Junta Pobladora, guardiana del civismo, la cultura y la identidad de la ciudad. (Revista Vibraciones # 1)».

A la Sociedad Hidrográfica le siguió la Junta de Ornato y Embellecimiento reglamentada por el Acuerdo 015 del 3 de agosto de 1916, que luego se transformó en la SMP de Armenia el 5 de febrero de 1925 mediante Acuerdo 006 del Honorable Concejo Municipal. Estos son pinceladas sobre origen de las organizaciones cívicas de la ciudad, esas que antepusieron el interés público sobre el particular y que asumieron el legado de la Junta Pobladora.

La intervención de Muñoz Marín culminó con la siguiente reflexión: «El civismo del siglo XXI está orientado a la formación del ciudadano en valores, en la ética ciudadana, en el respeto al entorno humano y natural. El civismo del siglo XXI nos indica que este es el elemento sustancial para la convivencia pacífica de los hombres entre sí y de ellos con su entorno. A incentivar ese nuevo civismo se dedicará la institución en la centuria que hoy se inicia».

Y es sobre esta afirmación que quiero detenerme para decir que cuando los valores éticos están claros y han sido avalados y aceptados por una sociedad los convertimos en norma, construyendo así una ética ciudadana basada en consensos donde prima el interés público y el bienestar colectivos sin desconocer los derechos individuales. Esta ética conduce al civismo o civilidad, que es el comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública. Lo contrario es el individualismo o particularismo entendido como la tendencia a pensar y obrar sin sujetarse a las normas generales defendiendo los derechos individuales frente a los de la sociedad.    

De ahí que en buena parte la convivencia depende de la ética y los valores interiorizados por los ciudadanos y expresados como deberes que constituyen el basamento contra la cultura del dislate, la anomia y la corrupción. El civismo necesita de una ciudadanía dotada de un sistema de valores que hay que transmitir e inculcar para dejarlo sin contenido. Y es en esto donde juegan papel fundamental las instituciones educativas desde los primeros años hasta la educación superior para que la sociedad comprenda qué es el patrimonio colectivo y para que los derechos y deberes cívicos sean menos abstractos, proceso en el que también tienen un rol esencial la formación en el hogar y la transparencia en la gestión de los gobernantes, autoridades y funcionarios públicos.

La ética ciudadana constituye el ADN de una sociedad y cumple la función imprescindible de proporcionar el anclaje necesario para evitar caer en la sensación generalizada de que todo es anarquía y caos, que todo da igual. Por eso es que cuando se menoscaba la ética ciudadana se genera el caldo de cultivo para la corrupción en la administración pública, la violación de las normas de tránsito, la invasión del espacio público, la vulneración de los derechos de personas con discapacidad, el consumo de licor y alucinógenos en calles y parques, el abuso del ruido, los comportamientos violentos y agresivos, los letreros y dibujos sin razón en muros y fachadas, las calles convertidas en basureros y sanitarios, la práctica de la indiferencia y la discriminación y otros comportamientos egoístas.

Finalmente, el civismo del siglo XXI, además de impulsar obras, nos debería lleva a pensar en la ética ciudadana como una responsabilidad colectiva, porque no importa si se es alcalde, concejal, funcionario público, policía, empresario, comerciante, vendedor ambulante, religioso, deportista, estudiante o simple peatón, todos compartimos este lugar llamado ciudad.

Colofón: «Todos tenemos nuestra casa, que es el hogar privado; y la ciudad, que es el hogar público». (Enrique Tierno Galván)

18 de febrero de 2025

Armando Rodríguez Jaramillo

Correo: [email protected]  /  X: @ArmandoQuindio  /  Blog: www.quindiopolis.co

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