“Vuelan las nubes, se enredan, juega con ellas la luna” (Los demonios, A. Pushkin)
Nancy Ayala Tamayo
Sucedió una semana después del Julio 2024, partido Colombia-Argentina jugado en Miami, que ‘perdió’ nuestro país. Era mi día de supermercado y, al pagar, el joven que ayudaba a empacar los artículos mostraba alteración mientras conversaba con la cajera. Me involucré, pasando por la dinámica del partido, los desmanes cometidos por colombianos que se habían ‘apostado’ en las entradas del estadio y la insistente queja del joven sobre la ‘pérdida’. Le expresé al joven mi incomprensión por esto último y por su molestia. Yo había visto el partido y, como en casos similares, había disfrutado el despliegue atlético de los jugadores en la cancha. El joven se molestó aún más y, sin decir palabra, dejó los artículos a medio empacar sobre el mostrador y se alejó.
Recordé el suceso en estos días llenos de titulares sobre reculamiento y humillación, ganadores y perdedores, cada adjetivo con grupos de personas ‘apostadas’ en uno u otro bando. El supuesto ‘ganador’ junto a hordas crecientes de apostados, el supuesto ‘perdedor’ del igual modo. El mundo convertido en un gran casino. La regla del juego es “lo que usted pierde yo lo gano”. Esa realidad se construye en la mente del jugador, generando imágenes que desencadenan actos visibles a través de su comportamiento.
Dinámicas detalladas fueron expuestas por Dostoievski en su novela El Jugador : “[…] ¡No importa! Quien teme al lobo no va al bosque. Bien, ¿hemos perdido? ¡Pues vuelve a jugar! …Lo principal es el carácter. Sólo recordar lo que me pasó en Ruletenburgo hace siete meses antes de la pérdida final. Ah, fue un caso notable de resolución: había perdido todo, todo… Salgo del casino, miro: en el bolsillo del chaleco todavía se movía un gulden. “¡Ah, quiere decir que tengo con qué almorzar!”, pensé, pero a los cien pasos cambié de opinión y regresé. Aposté el gulden”. Los mecanismos de la adicción se hacen presentes. Juegos de suma cero, Hasta esos límites nos hemos acostumbrado.
Nos adaptamos al entorno procurando sobrevivir. Los seres vivos tendemos a mantener comportamientos más o menos estables. Pero la vida es transformación y una condición de vivir es no saberlo todo. Nos gusta la comodidad de la adaptación. Con obcecación tendemos a mantener el mismo comportamiento. Pero olvidamos que las circunstancias se han modificado totalmente. En el nivel colectivo, el intrincado cruce entre individuos, instituciones, y Estados, hace cada vez más visible la ineficacia de la receta ‘más de lo mismo’.
Como adaptación óptima a unas circunstancias dadas aparecieron los Estados-Nación y tomó fuerza un tipo de relaciones entre todos los seres vivos, una cultura, visible a diferentes escalas: eliminación, sometimiento, cooptación. Pero aún nos aferramos a esa única adaptación como si las circunstancias se hubieran mantenido sin cambio.
Juegos de suma cero en los que el ‘ganador’ arrasa con lo que hay sobre la mesa. El peligro se hace mayor en el mundo globalizado actual en donde esa mesa es el mundo entero. Aun así, se invocan los espíritus para que un evento climático, o de otro tipo, haga perder las cosechas de café en Vietnam o Brasil, lo que nos permitiría sacar ventaja en los mercados internacionales. O se realizan exorcismos para que el gobernante autoritario imponga aranceles a otros y así tantear si nos es posible…Como si la solución posible fuera única y para siempre. Así escalamos en la sensación de regodeo con el mal del otro. A este comportamiento “más de lo mismo” Freud lo denominó neurosis. Si embargo, entretenidos en el juego, los participantes no nos damos cuenta de que hay un observador paciente que mira desde un lugar más alto: es la vida.
Quizás también nuestros comportamientos se relacionan con lo que sucede al nacer. Poco después del parto abrimos los ojos luego de permanecer varios meses en un vientre oscuro y se aparece lo que hemos denominado luz. Nuestra primera iluminación. Con los ojos seguimos explorando y creamos un mundo de primer nivel. A esta experiencia nos anclamos como mecanismo para sobrevivir. En una dimensión más compleja, nuestros comportamientos son como el ojo. Con ellos también exploramos, creamos un mundo de nivel superior y realizamos las adaptaciones que consideramos más adecuadas…aunque con ellas todo se vuelva añicos. El grave problema que hemos descubierto es que el ojo no puede verse a sí mismo. Me parece que esto es lo que sabidurías milenarias denominan iluminación.
Tal vez por eso, con una profundidad que parece enigma, el pensamiento zen permanece como legado: “A la iluminación se llega cuando dejamos de buscarla”.