El miedo nos paraliza. Por eso es doblemente peligroso

11 febrero 2025 10:40 pm

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Hans Peter Knudsen

En tiempos de incertidumbre profunda por lo que pueda pasar, o lo que pueda no pasar, nos invade el miedo. El miedo es una emoción primitiva y vital, diseñada para alertarnos del peligro y permitirnos reaccionar ante él. Sin embargo, cuando el miedo se vuelve permanente, cuando deja de ser una respuesta a una amenaza concreta y se convierte en una forma de vida, su impacto es devastador. No solo afecta la mente y el cuerpo de los individuos, sino que, cuando se instala en el tejido de una sociedad, paraliza el progreso, destruye la confianza y debilita las instituciones.

Colombia atraviesa una época prolongada de miedo colectivo. Es un miedo que se manifiesta en diversas formas: el temor a la violencia, a la corrupción, a la inestabilidad económica, a la falta de oportunidades, a la injusticia, al simple hecho de salir a la calle o expresarse libremente. Es un miedo que, en muchos casos, se ha vuelto inconsciente, al punto de que ya no lo cuestionamos: nos acostumbramos a él.

El impacto del miedo no es solo psicológico o anímico. Afecta la salud física: aumenta los niveles de estrés, eleva la presión arterial, debilita el sistema inmunológico y, en casos extremos, puede conducir a enfermedades graves. Pero su dimensión más peligrosa es la social. Cuando el miedo domina a una sociedad la desconfianza se apodera de las relaciones humanas. Las personas ven en los demás posibles amenazas en lugar de aliados para el progreso. Se apaga la creatividad y la innovación. El miedo nos hace conformistas, temerosos del cambio y renuentes a desafiar el status quo. Las instituciones pierden legitimidad. Cuando el miedo se asocia con la corrupción y la ineficiencia estatal, la ciudadanía se distancia de la democracia y busca soluciones extremas. La violencia encuentra terreno fértil. El miedo genera reacciones impulsivas, venganzas irracionales y una perpetuación del círculo de agresión. Las nuevas generaciones crecen con resignación. Un país con miedo es un país sin esperanza

El miedo colectivo no se vence de la noche a la mañana, pero sí se puede combatir con acciones concretas tales como  recuperar la confianza en la justicia. Un país donde la impunidad es la norma es un país condenado al miedo. La justicia debe ser efectiva, imparcial y accesible para todos. Esa recuperación de confianza puede ser, quizás, el reto más complejo y de más largo aliento. Mientras se avanza en ese objetivo debemos fortalecer la educación cívica, garantizar seguridad sin represión, fomentar liderazgos valientes y honestos y promover la unidad. La historia muestra que las sociedades mejor informadas son menos vulnerables a la manipulación del miedo. Una ciudadanía crítica es una ciudadanía menos temerosa. La seguridad es fundamental, pero no puede convertirse en un pretexto para el abuso de poder. Las fuerzas del Estado deben proteger sin sembrar terror. Se necesitan voces que enfrenten el miedo con esperanza, que hablen con la verdad y que inspiren confianza en el futuro. Una sociedad dividida es una sociedad más frágil. Colombia necesita recuperar el sentido de propósito común, por encima de ideologías o diferencias políticas.

Mitigar el miedo mientras se trabajan soluciones estructurales es crucial para evitar que siga paralizando a la sociedad y hay estrategias que pueden reducir su impacto en la vida cotidiana de los ciudadanos, algunas muy sencillas de implementar pero que requieren el cambio de actitud de cada uno de nosotros.

El miedo se alimenta de los relatos de desesperanza. Es fundamental que los medios de comunicación, los líderes de opinión y la sociedad en general comencemos a destacar historias de superación, comunidad y progreso. No se trata de ignorar la realidad, sino de equilibrar la percepción para que la gente no sienta que todo está perdido. Tenemos que cambiar nuestras narrativas diarias. Hay que abrirle un espacio cada vez mayor a lo positivo, a lo bueno, a lo hermoso.

El miedo disminuye cuando las personas sienten que tienen poder sobre su entorno. Organizarse en comunidades, participar en proyectos sociales, apoyar iniciativas barriales y hacer parte de soluciones concretas genera una sensación de control y reduce la angustia.

El miedo se intensifica cuando se siente en soledad. Es clave reforzar los lazos familiares, comunitarios y laborales para que las personas se sientan acompañadas. Los espacios de diálogo, las redes de vecinos y las iniciativas solidarias pueden ser antídotos contra la ansiedad colectiva.

Los medios de comunicación y las redes sociales amplifican el miedo con imágenes y relatos constantes de violencia, crisis y caos. Sin caer en la ignorancia, es recomendable equilibrar la información con contenidos constructivos y análisis que ofrezcan soluciones.

Las sociedades más resilientes son aquellas que tienen un propósito compartido. Colombia debe fortalecer su identidad en torno a objetivos comunes, como la reconstrucción de la confianza, la seguridad con justicia, la educación y el desarrollo. Sentir que se avanza en algo grande reduce la incertidumbre.

El miedo se combate con acción. Cada persona puede desafiarlo en su propio entorno: hablando con más libertad, denunciando injusticias, ayudando a otros a superar el temor o construyendo comunidad. La valentía es contagiosa y se multiplica cuando se practica en lo cotidiano.

El miedo nos paraliza, nos hace dudar de nuestra capacidad para cambiar la realidad. Por eso es doblemente peligroso: porque, además de hacernos sufrir, nos impide actuar. Colombia tiene que dar el primer paso para salir de este estado de miedo crónico. Y ese primer paso es entender que el miedo no puede seguir siendo nuestro modo de vida.

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