LOS LIBROS SIGUEN VIVOS (10)

10 febrero 2025 11:13 pm

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Umberto Senegal

BLANCO

Han Kang

Novela autobiográfica

Editorial Rata books, de la editora y novelista española Iolanda Batallé

España 2025

Traducción de Yoon Sunme

Págs. 160

“Si existieran espíritus, pensó, su movimiento sería el correlato invisible del vuelo tembloroso de una mariposa así”. El vocablo surcoreano Han, define, tanto para personas como para comunidades de tal cultura, sentimientos de sofoco y lamento, de aislamiento frente a las adversidades. Dentro de la teología surcoreana minjung, se representa el han como «sentimiento de rencor no resuelto contra injusticias sufridas, sensación de impotencia debido a las abrumadoras probabilidades contra uno; sensación de dolor agudo en las entrañas haciendo que todo el cuerpo se retuerza en obstinado deseo de convertir el mal en bien, todo esto combinado». En la producción literaria de la narradora, poeta y ensayista Han Kang, vamos a encontrarnos de manera invariable y decidida con dicho concepto espiritual del Han, que lleva su nombre. De la escritora premiada en 2024 con el Nobel de literatura, fuera de su libro Blanco, no he leído ninguna otra de sus novelas publicadas, hoy por hoy, en español. Igual que me ocurrió en 2023, cuando premiaron con dicho galardón al dramaturgo, poeta y narrador noruego Jon Fosse, tampoco había escuchado nada sobre ella. De Corea del sur, solo me eran familiares el filósofo Byung-Chul Han y el nonagenario poeta zen Ko Un. Y, además, la música de la joven soprano IU, notable representante del K-pop coreano de quien recomiendo ver y escuchar su hermoso y dramático video surreal Love wins all, Nuestro amor lo vence todo. 

Nadie más. Respecto a Han Kang, cuyo nombre y obra no figuraban entre reiteradas listas de renombrados escritores atravesando cada año, estrepitosas, las expectativas literarias mundiales como posibles ganadores del acreditado premio, preferí abordar su lenguaje y motivos novelescos no a partir de La vegetariana, catapultada por los lectores y la crítica especializada de todo el mundo, como su obra cúspide, sino, más  para mi gusto cuando inicio la lectura de autores que desconozco,  mediante el libro llamado Blanco, buscando encontrarme desde perspectivas no publicitarias con el pensamiento y estilo de la escritora. Cuando leí las primeras páginas, no la sentí como novela. Prosa poética. Narrativa lírica interiorizante y de íntima subjetividad en la cual, de inmediato, evoqué el tono sereno que, cinco años atrás, encontré en el contemplativo libro Loa a la tierra, un viaje al jardín, memorándum del sosiego total que considero entre los más hermosos publicados por el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han. Blanco, por su estructura, por no supeditarse a prototipos novelísticos clásicos o modernos, puede leerse comenzando por cualquiera de sus 64 secciones. Narrativa poética. O poesía en prosa con inflexiones narrativas, estas páginas nada contenían para yo considerarla una novela.

Hasta cuando comencé a buscar información y comentarios que me permitieron aclarar su género. Han Kang la organiza y publica como tal, desde Puerta, fragmento inicial, hasta Toda blancura, segmento final; varios de ellos sin titular. Una obra sin trama compleja. Ni profusos protagonistas. Sin nudo ni desenlace. Sin ambientes, descripciones o diálogos característicos de la novela clásica. Aunque sí sobresale, y aquí arraiga uno de los valores literarios de Blanco, la experiencia humana. En este caso, las vivencias de la propia autora con sus turbaciones y desalientos. “Y por eso no puedo confirmar ni negar que hay momentos en que ella me ha buscado. Revoloteando sobre mi frente o por las comisuras de mis ojos”. Me cautivó tan conciso nombre, seis letras, en esta época cuando los títulos extensos son atrayentes para editoriales y autores, al vincularlo poéticamente con el de la magnífica nouvelle Blancura, de Jon Fosse, que tanto me conmueve. Breve también. Y llena de blanco desde el principio hasta el fin. Con frases del protagonista, que bien podrían entremezclarse en alguno de los capítulos del libro de Han: “La blancura. En la impenetrable oscuridad se ve muy clara, Luminosamente blanca. Una luminosa blancura”.

Y tan emotiva. Y tan triste. Blanco, entristecida catarsis de la muerte no solo por la naturaleza de los objetos blancos con los cuales tropezamos gratamente los lectores, porque Han los dispone de manera dosificada a lo largo del libro, sino por las impresiones que estos nos despiertan. Objetos que se personifican al arroparse del melancólico blanco que en el alma y en la memoria de la escritora es niebla y es frío y es hielo. Confiesa la protagonista, en una prosa poético-narrativa donde se destacan la primera y tercera personas: “Si tamizo esas palabras a través de mí misma, las frases se estremecerán, como el extraño y triste grito que el arco saca de una cuerda de metal. ¿Podría permitirme esconderme entre estas frases, veladas con gasas blancas?”­. La primera, es el afligido álter ego de la escritora surcoreana recorriendo, entre neblina, calles no determinadas de Varsovia, capital de Polonia, “este país que nunca había visitado antes”, cuyo clima y ámbito facilitaron a Han impregnar sus sentidos y su espíritu de blancos, para escribir este desconsolado libro durante una residencia de escritores en la citada ciudad. La tercera persona, corresponde a la hermana mayor de Han, pequeño espectro acosando desde el pasado a Han Kang. Murió en brazos de su madre a pocas horas de nacer: “Me dijeron que era una niña, con la cara tan blanca como un pastel de arroz en luna creciente”. Tal vez por esto, fruto sanguinolento de tal blanco, tendremos como protagonistas de la novela a los demás blancos. 

Característica visual del libroes la indirecta utilización del espacio blanco donde las páginas que estructuran la novela, como concatenados microrrelatos, son referentes cromáticos en los cuales lenguaje y silencios configuran la unidad primordial entre la escritora y el pasado que no olvida e intenta recuperar, anclándose en objetos blancos, y en animales como el perro blanco, la mariposa blanca y las gaviotas, para no naufragar entre la nostalgia, entre esa deletérea saudade por su hermanita muerta, que hacen de este Blanco el libro más suave y menos despiadado de la narradora surcoreana. Blanco de orientales lutos. En este caso, luto por su hermana, convertido en tributo familiar. Pero también la acosa otra muerte consecutiva: el siguiente parto donde su madre Im Gam-oh pierde otro bebé, un niño, el cual falleció también “poco después de nacer, sin abrir los ojos ni una sola vez”. La Han real que observamos y acompañamos a través de Blanco, parece no resistir el peso de tales muertes: “Esta vida solo necesitaba de uno de nosotros para vivirla. Si hubieras vivido más allá de esas primeras horas, yo no estaría viviendo ahora. Mi vida significa que la tuya es imposible”.

En Blanco, paz y pureza, claridad mental, refinamiento, sosiego y sabiduría, como entienden este color los surcoreanos, la muerte es atributo metafísico de lo relatado. Es extraña esta novela, si se piensa en su composición con capítulos que contienen solo ocho renglones, Lechematerna, o Aguanieve; seis renglones, Ventisca; cinco, Nube de aliento. O con solo treinta palabras, como en Arena: “Y con frecuencia olvidaba, / Que su cuerpo (todos nuestros cuerpos) es una casa de arena. / Que se había hecho añicos y se sigue haciendo añicos. / Deslizándose obstinadamente entre los dedos”.  Capítulo alineado como poema de cuatro versos. Autobiográficos en alto porcentaje, Blanco se articula mediante una serie de bien dispuestos cuadros sombríos. Pinturas breves y concisas, señalando eventos fragmentados de la vida de la escritora, a quien imagino envuelta en un sudario blanco y que, abrigándose entre las palabras, buscaba alguna fraterna tibieza cuando a sus cuarenta y seis años de edad escribió tal libro. Cuanto leí sobre La vegetariana, me previno un poco. La crueldad. El dolor y la impotencia de Yeong-hye, mujer intimidada y humillada sin más opción de escape que la resignación, me afectaban. Por lo breve, por su estructura poética y porque me indujo a releer Blancura, de Fosse, ambos libros como paradigmas literarios de la inmaculada estética de la evanescencia narrativa poética, elegí, para entrar al universo narrativo de Han Kang, su novela Blanco. Me habría gustado comenzar leyendo los poemas de su libro Dejo el atardecer en el cajón. No traducido todavía al español. Con poemas   por el estilo de El invierno a través de un espejo:

Un lugar frío
Un lugar que se mantiene frío
tan frío
que las pupilas no pueden vacilar
los párpados
no saben cómo cerrarse (juntos).

(Fragmento del ensayo completo titulado: ¿De cuáles blancos viene este Blanco de Han Kang?)

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