Concluye con la presente entrega la serie de artículos que he escrito sobre grandes cortesanas de la historia, basado en el libro De ciertas damas, delpresidente Carlos Lleras Restrepo, quien maneja un lenguaje reposado, ameno, picante y erudito. Tales recursos hacen divertidos estos episodios protagonizados por bellas mujeres que marcaron sus épocas mediante los vínculos que tuvieron con personajes poderosos.
En el Renacimiento, siglos XV y XVI, proliferaron esas historias como parte de la expresión cultural que llevaba a las cortesanas a buscar la intimidad con figuras de la nobleza, la realeza, el capital, e incluso con altos dignatarios eclesiásticos. En Venecia la música se volvió sonido armonioso del ambiente y de la propia vida. La música estaba en todas partes y su encanto vibraba con emoción en el alma femenina. Hubo cortesanas que, fuera de poseer el nombre de escritoras, filósofas o poetisas, ostentaban el de músicas prestigiosas.
Muchas cultivaban este arte como herramienta propicia para el amor y la conquista. Ser cortesana era un título apetecido que daba categoría. Los griegos las llamaban “heteras”, sinónimo de compañeras o camaradas, situación que fue decayendo al paso del tiempo bajo los rótulos de hetairas, zorras, rameras, furcias, prostitutas… Así de cambiante es la condición humana.
En mis notas anteriores hice alusión a seis preciosas mujeres reseñadas en el libro que comento, el que por supuesto recomiendo con sumo agrado a mis lectores, al igual que Las historias de amor de la historia de Francia, de Guy Breton. El libro de Lleras Restrepo escudriña además los sucesos de otras damas destacadas: Gaspara Stampa, Tulia d’Aragona, Verónica Franco, Diana de Poitiers, Gabrielle d’Estrées.
Gabrielle d’Estrées (París, 1573-1599) despertó en Enrique IV de Francia, desde el momento mismo que la conoció, una pasión frenética. Él tenía 36 años, y ella 17. La joven no se sentía atraída por el monarca, pero aceptó volverse su amante, y pronto le fue desleal con otro hombre. Ejerció sobre el rey fuerte dominio, hasta el punto de influir en la abjuración del trono que pensaba hacer. Quedó embarazada por él, y este hecho ocasionó furioso rechazo en la opinión pública.
Tiempo después, Enrique luchaba por la anulación de su primer matrimonio en medio de la creciente protesta que llegó al extremo de apodar a la concubina como la duquesa de la Basura. Ante semejante borrasca, ocurrió el desenlace inesperado: el embarazo de turno, que llevaba cuatro meses (tuvo tres hijos con Enrique), se deshizo en un parto anormal, a raíz del cual la criatura nació muerta. El 10 de abril de 1599 murió la cortesana, muy rica pero abandonada por todos, y víctima de atroces dolores causados por la eclampsia.