En este mundo hay “tema” para todos los días, minutos y segundos; muchas veces, el tema es político, social, económico, cultural, científico y, hasta religioso. Hoy podría hablar de Cathy Juvinao, de Francia Márquez, de Gustavo Bolívar, de Daniel Quintero, de Petro, de Uribe, de Jorge Rojas, del sindicato de Ecopetrol, del ELN, De Puttin, de Trump, del mural de las cuchas, de la JEP, de la inseguridad en el país, etc., pero “el palo no está para cucharas”.
El próximo sábado, mi familia y yo recordaremos una despedida en el puerto, pero no se trataba de un viajero cualquiera o de un soldado que se alistaba para la guerra; era el abrazo lánguido que nos daba una anciana que nos dio la vida; sin embargo, sabíamos que era un adiós sin regreso, un viaje sin retorno; se fue como se van las aves, sin hacer ruido y sin saber por qué; tengo que robarle versos a un poeta colombiano porque los tonos de mi lira no rebotan en la superficie curva y las notas altas ya no provienen de las cuerdas más cercanas a mi cuerpo, en resumen, la tristeza me agobia y me limita.
Quisiera volver a mi niñez, no para repetir mis pilatunas, ni para empezar a garabatear mi nombre o gaguear frente a la cartilla; tampoco, para volver más pequeño mi mundo o escuchar narraciones fantásticas de mi maestra de primer grado; quisiera renacer en el mismo lecho que me permitió conocer a mi madre y disfrutarla con sus canciones sencillas, rimadas y repetitivas; con esos tangos cadenciosos y tristes o esos boleros que se quedaron para siempre en el corazón de los enamorados; quisiera ser, nuevamente, su discípulo de redacción, oratoria, dramaturgia, ortografía, canto y declamación.
Quisiera haber parado el sol en Gabaón y la luna sobre el valle de Ayalón para no dejarla envejecer; quisiera renunciar a lo que he sido para volver a empezar como un niño que admira a su progenitora cuando aquella le muestra el camino; muchas cosas quisiera para volverla a ver y escuchar su voz musical mientras nos acompañaba; ¡cuánto diera por encontrármela disfrazada con voz masculina!
No sé si el lector esté de acuerdo conmigo, pero cuando una madre se va afecta a toda la familia y produce un impacto negativo en la estructura y dinámica familiar con consecuencias severas; se marcha el “nudo” que le da vida a nuestra narrativa; se pierde la cohesión y sentimos que hemos perdido una parte importante de nuestro sistema de apoyo; se desmorona nuestra red de apoyo.
A través de mi madre, me solidarizo con todos aquellos que la han perdido y no se resignan con el simple recuerdo y les rindo tributo a aquellas madres que han sido verdaderas heroínas silenciosas.
Los invito a repetir con Clara:”!Vení que caíste en las garras del diablo!”