El segundo mandato de Donald Trump representa la continuación de su agenda «América primero», que prioriza desplegar un programa centrado en el crecimiento, la desregulación y el refuerzo de las fronteras y las barreras comerciales. Es decir, proteccionismo que permita el fortalecimiento de la posición de Estados Unidos en la economía global. Este enfoque combina aranceles, recortes fiscales y presiones cambiarias diseñadas para impulsar la industria nacional, pero también genera tensiones comerciales con socios internacionales y tiene grandes impactos en las variables macroeconómicas de economías como la colombiana.
Trump basa su estrategia económica en la promesa de repatriar empleos manufactureros mediante aranceles elevados y recortes fiscales. Por ejemplo, ha anunciado que impondrá un arancel general del 10% a productos importados desde China, país desde el cual importa unos 450.000 millones de dólares. Esta decisión podría provocar represalias comerciales y afectaría cadenas de suministro globales. Estas medidas también las ha anunciado Trump a socios como Canadá y México, con aranceles del 25%, profundizando las divisiones comerciales con sus vecinos. Esto, representa una gran oportunidad para países como Colombia, donde según la Cámara de Comercio Colombo Americana (AmCham Colombia) por lo menos 144 productos poseen ventajas comparativas reveladas frente a productos de China, México y Canadá, significando significar una oportunidad de mercado para los productores colombianos.
En el ámbito fiscal, Trump impulsa recortes de impuestos que beneficiarían a las grandes corporaciones y las clases medias, generando un crecimiento inicial en el consumo interno. Sin embargo, el déficit fiscal que cerró en un 1.8 billones de dólares en 2024, podría verse incrementado y con ello, un incremento en la deuda que ya ronda los 35 billones de dólares. Esta dinámica plantea interrogantes sobre la sostenibilidad de estas medidas en el mediano plazo, particularmente en un contexto de tasas de interés que no ceden, convirtiéndose en todo lo contrario a la política monetaria acomodaticia que pretende Trump y presiones inflacionarias que podrían limitar la capacidad de maniobra fiscal de su gobierno en los próximos años.
Otro pilar de su política económica que planeta el mandatario estadounidense es la promoción de un dólar débil, un objetivo que busca alcanzar mediante presiones directas sobre la Reserva Federal, instándola a mantener bajas las tasas de interés y relajando su enfoque monetario. Esta estrategia busca estimular las exportaciones al hacer que los productos estadounidenses sean más competitivos (baratos) en el extranjero. Sin embargo, surgen dudas, especialmente considerando los riesgos de inflación asociados a un dólar más débil. Recordemos que cuando el dólar pierde valor frente a otras monedas, los bienes importados se encarecen porque se necesitan más dólares para adquirirlos. Esto puede llevar a un aumento generalizado de los precios en una economía dependiente de importaciones, contribuyendo a la inflación.
Adicionalmente, Trump tendrá la posibilidad de promover cambios en la composición de la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal (al igual que el gobierno colombiano); esta Junta es la responsable de dirigir la política monetaria (al igual que nuestra Junta Directiva del Banco de la República) y esto le podría permitir alinear sus decisiones con las prioridades de su administración (como en Colombia). Estas acciones incluirían el nombramiento de miembros que respaldan políticas monetarias más expansivas (como pretende Petro), lo que ha generado debate sobre la independencia de la institución.
El sector energético también es un eje central. En 2024, la producción petrolera estadounidense superó los 13 millones de barriles diarios, consolidándose como uno de los niveles más altos registrados en la década. Este incremento en la producción, impulsado por avances tecnológicos y el aumento de proyectos de extracción, presionó a la baja los precios internacionales del crudo durante el año, que cerraron en un promedio de 74 dólares por barril en diciembre de 2024. Estas fluctuaciones afectaron a economías productoras como Arabia Saudita y Rusia, que dependen del petróleo para financiar sus presupuestos nacionales.
Si bien la mayoría de estas decisiones de política económica buscan fortalecer a Estados Unidos, su implementación tiene profundas repercusiones globales que afectan tanto a aliados como a competidores. Desde la fluctuación en los precios de las materias primas hasta la reconfiguración de alianzas comerciales, las decisiones del gobierno de Trump pueden desestabilizar mercados, generado nuevos patrones de intercambio global.
De manera simultánea, los cambios en las políticas energéticas estadounidenses alteran las dinámicas del mercado petrolero, afectando a economías dependientes de exportaciones de crudo. Recordemos que Trump plantea aumentar la producción de petróleo, gas y carbón para financiar la alta demanda energética que supone entre otras cosas, la puesta en marcha de los centros de datos del proyecto Stargate y su apuesta por la inteligencia artificial, que podrían demandar equivalentes eléctricos a los de países como Ecuador.
Estas medidas, lejos de ser acciones aisladas, representan un cambio estructural que obliga a economías emergentes como la colombiana a replantear sus estrategias comerciales y diplomáticas para adaptarse a este panorama global cada vez más incierto con la implementación de la agenda económica: Trumponomics 2.0.
*Economista
Magíster en Territorio, Conflicto y Cultura
@Geopolistan