Cuando conocí a Néstor Cuervo apenas era un adolescente. Muchas preguntas rondaban por mi cabeza y el agudo profesor moldeaba cada uno de los interrogantes. Múltiples charlas en la cafetería del colegio Rufino Sur me despertaban la curiosidad por la filosofía griega y los enigmas universales, así como por las causas de los problemas estructurales de la realidad colombiana. El maestro para todas esas visiones tenía una respuesta, un consejo o un autor que leer.
Durante los 3 años de secundaria en los que pude compartir con el profesor Cuervo pude ir, bajo su tutela, a foros de liderazgo, filosofía y economía. La lectura del “Mundo de Sofía” de Jostein Gaarder se convirtió en mi principal compañía luego de la muerte de mi padre y mis análisis de cada capítulo siempre contaron con el acompañamiento y la retroalimentación de mi docente de filosofía. En aquel momento también fue el director de grupo en décimo grado.
Los encuentros de café siguieron y los aprendizajes también. Gracias a Néstor pude conocer a Paulo Freire y algunos de sus visiones pedagógicas, a Eric Hobsbawm y “La Era del Capital” y la razón instrumental de Ernst Cassirer. Él explicaba con una sencillez increíble temas complejos como el relativismo moral de Sócrates y los Sofistas, pero también tenía una vehemente tesis alrededor de la violencia política en Colombia. La velocidad mental con la que construía su argumento era equivalente a la profundidad de sus escritos.
Este educador no sólo tenía una vocación natural por la enseñanza, sino que también gozaba de un buen sentido del humor. Una charla casual con él en el centro de la ciudad o en el parque sucre permitía que el tiempo se fuera en cuestión de instantes, dando la razón a la concepción einsteniana de la cronología. Nunca tuve un momento de silencio mientras departía con el profesor Cuervo, especialmente cuando se trataba de fenómenos sociales o de su visión sociológica y política del Estado.
Siempre invito a pensar por sí, a pesar de las equivocaciones. También era una de las personas a la que consultaba permanentemente mis decisiones porque no sólo fue un maestro de colegio, sino un gran amigo y alguien a quien admiraba profundamente. Valoraba sus palabras y me servían siempre como criterio para el complejo ejercicio de la libertad. Néstor siempre tenía una visión precisa frente a cada asunto consultado y su sinceridad era manifiesta y precisa.
Como padre y esposo pude ver a un hombre dedicado a su familia. Tuve la oportunidad de visitar su hogar y sentir la calidez del lugar; ambiente que sólo resulta posible cuando se ha trabajado por la unidad del núcleo básico. No me imagino el vacío que deben estar sintiendo todos en este inesperado momento por la partida de Néstor.
Era una persona a la que gustaba mucho el deporte y la actividad física. Para mí, en contraste, siempre fue más una decisión que una vocación. En algún momento me dijo que debía incrementar el ejercicio porque como decían los griegos “mente sana en cuerpo sano”. Cuando hablé con él no tuve muy cuenta en la orientación, pero con el tiempo se volvió una sana costumbre. Como siempre mi maestro tenía razón.
La muerte de Néstor Cuervo evoca lo corta que es la vida y lo súbita que es la muerte. Su legado será tan grande como su ausencia, aunque ahora podrá departir a la luz de un café con los autores que tanto citaba y otros amigos que se le habían adelantado. Gracias Néstor por todo lo que hiciste por mí y por esos libros que hoy no sólo están en mi biblioteca, sino en mi memoria.