Francisco A. Cifuentes S.
“Europa es un umbral de pólvora y sus líderes son como hombres fumando en un arsenal” (Bismarck)
El Catatumbo en lengua Barí significa “Casa del trueno” y, aunque este nombre es legendario, en esta coyuntura crítica para ellos y la nación entera, le queda “como anillo al dedo”, recurriendo a la sabiduría popular con el fin de identificar allí la confluencia de muchos males de la república y de grandes ventajas de nuestra tierra: una maravillosa biodiversidad, una fuente permanente de recursos estratégicos para el país, un capital humano en ciernes; la presencia de los más detonantes factores de la violencia en Colombia como son las guerrillas, los paramilitares, los sembrados de coca y amapola, la tradicional debilidad del Estado y sus instituciones; una dictadura vecina, alcahuete y entrometida cada vez más en el territorio y en los asuntos nacionales y el escenario perfecto para declaraciones ilusas y mesiánicas acerca de la solución inmediata de los graves problemas que aquejan este territorio y sus comunidades, con efectos perversos para el país y la geopolítica regional. En consecuencia, ¡esta es nuestra región del trueno, de muchos truenos, tempestades e incendios que azotan por doquier!
Parodiando a nuestro Nobel de Literatura, los organismos del Estado y la sociedad entera, ya sabíamos que “algo malo iba a pasar en este pueblo” y todo lo que está sucediendo es “la crónica de una masacre anunciada”. Pero no, no se hizo nada. Todo se desestimó. Al respecto existen unas paradojas que rayan no con la inocencia, ni la ignorancia sino con la falta de sentido político común. Se nos hizo creer que los paramilitares, los narcotraficantes y las guerrillas; todos con su poder y su riqueza ya tradicionales en la zona, acostumbrados a desafiar todos los otros poderes y a toda la ciudadanía, le iban a hacer caso a otra guerrilla más nueva, ya relativamente empoderada, ineficaz y más utópica en sus pretensiones de salvadores de la patria y la humanidad. No fue así de fácil, ni convincente; pues la verdad es grave y si no consúltesele a Vera Grave, exguerrillera y exdiplomática, miembro de la Mesa de Negociación. O será que las actuales guerrillas si se dejan convencer de Otty que negoció hace rato y está cooptado por el establecimiento, de Cepeda que creemos es fiel defensor de los Derechos Humanos o de un ganadero con disposición como Lafaurie aunque su alter ego sea una crítica a carta Cabal de las irresponsabilidades que aparecen en todo el panorama nacional? “Averígüelo Vargas”, pero no Virgilio Barco Vargas, que hace mucho tiempo salió de la zona petrolera, venció y negoció.
“Catatumbo es un barril de pólvora y sus líderes son como hombres fumando en un arsenal”, para acomodar la histórica expresión del Canciller de Hierro, Otto von Bismarck en 1878, cuando advertía a sus conciudadanos alemanes acerca de las guerras nacionales y el desangre que se veía venir para la Europa de su tiempo. Pues se acaba de consolidar una dictadura de extrema izquierda, que nos linda en 2.219 kilómetros de frontera terrestre, nos alberga hace veinte años a varios grupos guerrilleros que hoy pueden sumar miles, para servirle a la dictadura y amenazarnos a nosotros cada día. Sirve como ruta para el narcotráfico que debilita cada vez más a Colombia e invade permanentemente a los EE. UU y Europa. Con varios caminos para el contrabando de mercancías que hacen un hueco imponderable en la situación fiscal del país. Un polvorín para vecinos como la Guyana cuya soberanía nacional ya se le colocó el ojo avisándole explícitamente y de forma altisonante. Y con un guardado de secretos que debilitan cualquier acción gubernamental de nuestra parte. Y como si fuera poco, allí están Rusia, China e Irán.
Por eso no nos debe sorprender que mientras el presidente de Colombia declara por Twitter la conmoción interior y se va para Haití, Maduro envié al terreno del juego geopolítico al que realmente manda, Diosdado Cabello, a regalar viandas como gesto humanitario, después de permitir la movilización de la guerrilla del ELN desde el territorio venezolano para cometer la barbarie ya vista por el mundo entero. Es decir, ya estamos avisados; pero además se sabe con plena seguridad que, al otro día de renovar su posesión, el dictador militarizó la frontera, ha enviado aviones para sobrevolar ilegalmente nuestro espacio aéreo, llegaron otros a la Casa de Huéspedes en Cartagena y uno más ha realizado 13 visitas a distintos aeropuertos del país, sin saberse exactamente su misión, en medio del absoluto silencio oficial.
Entre tanto la reunión más importante de las entidades del gobierno nacional en “la casa del trueno” es para tratar de verificar en el terreno, cuáles son los números exactos de los asesinados, los desplazados y los desaparecidos; pues los datos varían según se le consulte al alcalde, al gobernador, a las familias, a la Defensoría del Pueblo, a los militares o a la Presidencia de la República; eso sí, más no al señor que vendía los ataúdes, ni a su esposa y menos a su hijo; quienes fueron vilmente asesinados porque hasta el derecho de levantar y enterrar a los muertos está prohibido en la zona. Esa noble misión de contadores de muertos nos hace recordar las respuestas del camarada Stalin cuando un funcionario de su confianza lo inquiría, ya que este dictador si sabía de lingüística, pues a la sazón es autor del texto “El marxismo y los problemas de la lingüística” (Pravda 1950).
Funcionario ruso: Mariscal, ¿cómo se dice cuando matan una persona?
Josef Stalin: un asesinato.
Funcionario ruso: Mariscal, ¿cómo se dice cuando matan a dos personas?
Josef Stalin: una masacre.
Funcionario ruso: Mariscal ¿cómo se dice cuando matan a cien personas?
Josef Stalin: Eso ya son simplemente “estadísticas”.
Bueno, ojalá la semántica histórica y política no nos confunda a la hora de calificar y analizar los crueles fenómenos que están sucediendo en el Catatumbo y sus alrededores; porque una confusión más enreda el camino ya no para el esclarecimiento de las verdades y la no repetición, tan esquivas en estos procesos de parte y parte, sino por lo menos para brindar una asistencia digna y efectiva a las víctimas. Las otras soluciones son distintas y contundentes, más allá o más acá de una tardía e ineficaz declaratoria de Conmoción Interior, que no solucionará nada como sucedió con el manido Estado de Sitio en toda la historia de Colombia en la segunda mitad del siglo XX.
Al respecto es muy importante hilar delgado cuando constantemente, en forma bastante ideologizada y romántica, se acude tanto en Venezuela como en Colombia, a la reivindicación de la figura y la memoria del libertador Simón Bolívar. Pues no se sabe con certeza si se está rememorando y adoptando el legado libertario e ilustrado de él o el del fusilador y proclive al totalitarismo que se advertía en el “Decreto Orgánico de la Dictadura de Bolívar” emitido el 27 de agosto de 1828, donde “Considerando: que esta declaración solemne de la representación nacional convocada y reunida para resolver previamente la necesidad y urgencia de las reformas, justificó plenamente el clamor general que las había pedido, y, por consiguiente, puso el sello al descrédito de la misma constitución”, con lo cual se dictaron normas que la historia considera revistieron de poderes dictatoriales al Genio de América.
Ya lo había escrito Hannah Arendt que corremos el riesgo de “convertirnos en cómplices del mal sin saberlo”, cuando denunciaba los orígenes del totalitarismo tanto en Hitler como en Stalin y hoy se piensa en las derivas políticas e ideológicas que llegan hasta nuestros días, por encima de cualquier transfiguración tropical. Es necesario estar atentos en el cuidado de la democracia, la libertad de prensa y los Derechos Humanos, que desafortunadamente están sucumbiendo en “la hoguera de las ilusiones”. Una persona sensata no desea que se haga trizas el intento de una paz justa y duradera; pero en forma lamentable, en el Catatumbo se enterró la última intentona y con ella otros deseos y declaraciones por las cuales este gobierno tuvo el favor popular de regiones apartadas, poblaciones vulnerables y juventudes y clase media letradas y esperanzadas. “La hoguera de las ilusiones” como denominó Arturo Alape a las condiciones de desesperanza de los jóvenes de Ciudad Bolívar en la década del 90, se está expandiendo más allá del Catatumbo. A unos nos deja absortos, a otros les permite la confirmación de lo que ya habían señalado tres años atrás y hay quienes se silencian ante la debacle de un ideario que puede ser válido pero que no se supo alcanzar.