Lo que la naturaleza no da Salamanca no lo presta.

24 enero 2025 9:34 pm

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Cuando contemplamos la naturaleza humana, vemos un jardín infinitamente diverso, donde cada ser es único en su esencia. Como decía Heráclito, «la naturaleza ama ocultarse», y en cada uno de nosotros ha sembrado semillas diferentes, talentos particulares que florecen de maneras distintas. No todos llevamos dentro la misma chispa, pero cada uno tiene algo que aportar al gran tejido de la vida.

El refrán «Lo que Naturaleza no da, Salamanca no presta» nos recuerda esta verdad con una claridad que atraviesa los siglos. La Universidad de Salamanca, con sus muros llenos de historia y sabiduría, no puede cambiar la esencia de quien la pisa. Si un asno va a Roma, sigue siendo un asno, nos dice otro refrán. Pero ¿acaso un asno no tiene su lugar en el mundo? ¿No es acaso un ser noble en su sencillez, que carga con paciencia el peso de los demás? La inteligencia, queridos lectores, no es solo la capacidad de resolver problemas complejos o de acumular conocimientos. Es también la sabiduría de saber quiénes somos y de encontrar nuestro lugar en el gran jardín de la existencia.

Sócrates, el sabio que caminaba por las calles de Atenas preguntando y cuestionando, nos dejó una enseñanza eterna usando la sentencia de Delfos: «Conócete a ti mismo». Este es el primer paso hacia la verdadera sabiduría. No se trata de lamentar lo que no tenemos, sino de descubrir y cultivar lo que sí poseemos. La Naturaleza, en su infinita sabiduría, nos ha dotado a cada uno con dones únicos. Nadie puede borrar lo que ella ha escrito en nuestro ser, pero nosotros podemos elegir cómo vivirlo.

Sin embargo, queridos amigos, no confundan esta reflexión con determinismo cruel. No es una sentencia que condena, sino una invitación a la autocomprensión y la aceptación. He visto a muchos jóvenes torturarse intentando ser lo que no son, como mariposas intentando nadar o peces tratando de volar olvidando que la verdadera grandeza no está en ser como otros, sino en ser la mejor versión de nosotros mismos. Como las flores del campo, cada uno tiene su propia belleza, su propio tiempo de florecimiento, su propia manera de contribuir a la sinfonía de la vida.

Por eso, cuando escucho otro refrán similar «El que asno fue a Roma, asno se torna», no lo interpreto con burla, sino con compasión y entendimiento. Nos recuerda que el verdadero viaje no es geográfico, sino interior. No importa cuántos kilómetros recorramos o cuántos títulos acumulemos, si no hemos aprendido a abrazar nuestra propia naturaleza.

La sabiduría de nuestros abuelos y campesinos nos susurra una verdad: «Lo que la Naturaleza dio, nadie lo borró». Es una invitación a la humildad, al autoconocimiento y, sobre todo, al amor propio. Porque, ¿qué es la educación sino un camino de autodescubrimiento? ¿Qué son las aulas sino espejos donde podemos reconocer nuestra verdadera naturaleza?

Mis queridos amigos, los invito a meditar sobre estos refranes nacidos de la sabiduría popular. No como limitación, sino como puertas hacia la libertad que surge de la autoaceptación. Porque en el gran jardín de la vida, cada flor tiene su lugar, cada árbol su propósito, y cada ser su don único para compartir con el mundo.

Que esta reflexión los ayude a la aceptación de ustedes mismos y hacia el amor por lo que son. Porque, al final, lo que la Naturaleza nos ha dado es un regalo, y en ese regalo está la clave de nuestra felicidad y nuestra paz.

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