LO DIVINO Y LO HUMANO: LAS OCURRENCIAS DE TRUMP

22 enero 2025 11:25 pm

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A Groenlandia, el doble de tamaño de Colombia, 84 % de superficie de hielo, 57.000 habitantes, idioma propio, perteneciente al Reino de Dinamarca desde el siglo XVII, la quiere ahora convertir en propiedad de Estados Unidos el nuevo presidente de ese país, Donald Trump. Antes de posesionarse el próximo 20 de enero, manifestó también el interés de quedarse con el Canal de Panamá, cambiar el nombre del Golfo de México por “Golfo de América” y hacer de Canadá el 51 estado de los Estados Unidos.

Son extravagancias, irrealizables, por supuesto. Algunos las atribuyen a simples delirios de tahúr astuto que quiere intimidar para después tranzarse por apuestas menores, por ejemplo, construir otra base militar en Groenlandia, en vista de que ya tiene una, o beneficiar a su país de las nuevas rutas comerciales que el cambio climático –el deshielo–, está abriendo en esa isla, hasta el punto de que ya hay un 16 % de terrenos verdes aptos para la agricultura, como si no fuera más promisorio para el planeta un iceberg sin derretir que una plantación. Esto lo podría obtener por las buenas, sin golpear tan duro en la mesa. Incluso el acceso a las riquezas mineras –hasta el momento inaccesibles– que provee la región Ártica.

La reacción del rey de Dinamarca, Federico X, ha sido modificar en diciembre el escudo de armas del reino danés ampliando el tamaño de dos animales totémicos de la isla: el oso polar y el carnero. Es una resistencia mítica que acude a las reservas simbólicas de los nacionales y los hermanos de frío, los países escandinavos: Suecia, Noruega y Finlandia. Trump suma enemigos y resta aliados, y eso que no ha comenzado. Con dejar contentos a los cowboys del Medio Oeste americano le basta.

Obviamente, los países no pueden solo ofrecer una respuesta alegórica y humorística: en Canadá, por ejemplo, la diputada Elizabeth May hizo una contrapropuesta de hacer un referendo en los estados de California, Oregon y Washington para hacerlos provincias de Canadá, y juró ganar con el ofrecimiento de que tendrían salud y educación completamente gratuitas. Es un chiste, pero mucho mejor que el de Trump.

En México, Claudia Sheinbaum, con mapa antiguo, demostró los títulos históricos que asisten al Golfo para llamarse de México, y propuso más bien llamar a la región “la América Mexicana”. Es lo justo, pero no es necesario: el golfo sigue siendo el Golfo de México, desde los tiempos de Sir Francis Drake, una toponimia genuina.

En el caso del Canal de Panamá sí que fue Trump ignorante. Parece no saber de la existencia del Tratado Torrijos-Carter, de 1977. Y ni siquiera de que Estados Unidos, ya desde 1920, pagó de indemnización 25 millones de dólares a Colombia por quedarse con el Canal desde 1903 hasta 1999.

Suele amenazar Trump con exabruptos muy grandilocuentes basándose en circunstancias de muy poca monta: en Canadá, el desprestigio de Justin Trudeau no alcanza a ameritar la anexión del segundo país más grande del mundo. En Europa, las crisis de la derecha francesa y alemana y el fracaso de la OTAN y la Unión Europea frente al tema de Ucrania y de Dinamarca, no dan la talla para quedarse con Groenlandia. Aparte de que pretende beneficiarse con los efectos del deshielo provocado por el cambio climático en la isla.

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