VENEZUELA, HISTORIA RECIENTE

19 enero 2025 9:30 pm

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Julio César Londoño

Hugo Chávez llegó al poder en 1999 con una chequera gorda, carisma caribe, sensibilidad social y algunas ideas básicas de política y economía que fueron complementadas por decenas de intelectuales de primera fila del mundo entero (Sean Penn, Chomsky, Pepe Mujica, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Ernesto Samper, Boaventura de Souza, Adolfo Pérez Esquivel, Thiago de Mello, Juan Gelman…) El resultado fue una inversión nacional altísima en arte, educación y salud, y programas regionales ambiciosos: un banco latinoamericano para evitar las altas tasas del FMI, un gasoducto trasandino, la creación de una comunidad económica regional que nivelara la cancha en las negociaciones de los TLC, la compra de la deuda externa de Ecuador…

Consciente de la fragilidad alimentaria de Venezuela, Chávez invirtió miles de millones de dólares en programas para el campo… que fracasaron porque Venezuela nunca ha tenido una vocación agropecuaria fuerte. Los grandes tractores rusos y los enormes silos para almacenar los granos que nunca se cosecharon hoy son gigantes mohosos del paisaje rural venezolano.

Por celos y por ambición, su círculo doméstico (Maduro, Cilia Flores, Diosdado Cabello, Delcy Rodríguez, Tareck El Aissami, Padrino López, etc.) aisló a Chávez del dream team extranjero, el gobierno empezó a gravitar en torno a las jurásicas ideas de La Habana, adoptó un modelo económico obsoleto y Chávez nacionalizó hasta las panaderías.

El comunismo funcionó bien en un mundo insular (no global), como el de la primera mitad del siglo XX, y en una nación que era en sí misma un planeta autosuficiente, como la URSS; e incluso en una isla que era un satélite soviético, como la Cuba que va de los 60 a los 80, pero ya era un modelo inviable en el siglo XXI. Las CLAP, por ejemplo, cajas de alimentos que se repartían de manera gratuita en Venezuela entre la población más vulnerable, eran vendidas en Cúcuta y regresaban a Venezuela a precios altos en el mercado negro. En un mundo de economías de mercado, una burbuja comunista tenía que estallar. Y estalló.

Luego vino la muerte de Chávez (2013) y una serie de sucesos fatales: el nombramiento de Maduro en la presidencia, un poder ejecutivo sin contrapesos, un gobierno sin norte económico ni ideológico, una casta militar voraz, una boliburguesía enchufada a las tetas del Estado, bloqueos internos y externos que complicaron el cuadro, y para rematar el desplome de los precios del petróleo en diciembre de 2014.

La catástrofe social ha durado tantos años que el pueblo casi añora el regreso de los dirigentes que incubaron al monstruo: los Pérez, Capriles, Caldera, o el ascenso de un señor tan frágil como Edmundo González y de su mentora, María Corina, esa valiente mujer que repite vanamente que los días del Cartel de los Soles están contados.

Nota. Es verdad que hubo un bloqueo interno, liderado por empresarios venezolanos como Lorenzo Mendoza (bebidas Polar), que agravó los problemas de desabastecimiento y elevó la inflación a niveles estrambóticos, y un bloqueo externo liderado por Estados Unidos, que sueña con tener el control de todos los negocios lícitos e ilícitos de América. Pero es un bloqueo coqueto: en 2017 la banca de inversión Goldman Sachs de Nueva York compró acciones de Pdvsa por US $2.800 millones con el insólito descuento del 69 % (la coima de este negocio debe ser la más suculenta de la historia). En un tierno comunicado, Goldman explicó que no negociaron las acciones con la gentuza boliburguesa sino con «un corredor del mercado secundario». Reconocieron que «la situación en Venezuela es compleja pero tiene que mejorar. Hicimos esta inversión porque creemos que así será».

No leí el resto del comunicado porque se me aguaron los ojos.

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