A veces progresar molesta. Parece ilógico, pero es cierto, progresar molesta a los demás, aunque directamente no se les cause ningún problema. Es doloroso ese comportamiento en las personas que no son capaces de hacerse cargo de sus propias cosas y mas bien consumen su energía en observar el quehacer del prójimo. Hay un trasfondo de inseguridad que nunca se enfrentó de forma adecuada y concomitantemente se desarrolla una necesidad competitiva basada en la superficialidad y el pobre dominio interior. Si no es soportable el logro del otro quizás algo esta fallando en la propia vivencia y ese núcleo conflictivo es una alarma que alerta sobre una vida impregnada de amargura. Cuando un cierto grado de prepotencia aparece en alguien, se está gestando, en ese individuo, una animadversión injustificada hacia otras personas: generalmente los sentimientos de inferioridad tienden a buscar una salida en el comportamiento de tal manera que se necesita sobre compensar el vacío generador de malestar. Así las cosas, aparecen sentimientos de molestia, expresados con rabia que inicialmente son hacia sí mismo, pero de forma automática se proyectan hacia los demás lo que lleva a atacar de alguna manera, ya sea descalificando, reclamando, obstruyendo y, de todas formas, intentando dañar. En la cotidianidad es fácil encontrar ese tipo de situaciones: compañeros de trabajo, hermanos, colegas de profesión, por ejemplificar, se convierten en “enemigos” y en vez de sinergizar terminan generado división y enfrentamientos que, analizados, no mejoran la autoestima de nadie, pero si perjudican el clima de los grupos humanos. Grave es que de la nada aparecen ataques e injusticias sin fundamento real pues la verdadera raíz de la molestia descansa en el trastorno de la personalidad de quien va sembrando la cizaña. Y cuando eso ocurre brota una cascada de acontecimientos encaminados a justificar la injusticia pues quien la origina necesita preservar su autoestima lo que no le permite aceptar su responsabilidad: simplemente “tira la piedra y esconde la mano” tornándose en un excelente actor que se lamenta, se victimiza y dramatiza hasta el punto de llevar a otros a tomar partido para “protegerlo”. No son capaces de alegrarse de los logros de los demás, como si cada éxito ajeno atentara contra si mismos. Algunos bautizan esa manera de sentir y actuar con el termino de “envidia”, que tiene una connotación religiosa al ser uno de los “pecados capitales” en la doctrina de la iglesia católica. Pero a lo que me refiero en este escrito es mas grave aún que la envidia: llevándolo a los pecados capitales, este comportamiento abarca además de la envidia, a la soberbia y a la ira lo que configura un comportamiento muy peligroso tanto para quien lo siente como para quien o quienes lo tienen que soportar. Todas las personas tienen derecho a disfrutar de su buena cosecha sobre todo cuando el trasegar ha sido honesto. Generalmente el verdadero éxito se acompaña de generosidad y bondad. Alegrarse de los buenos momentos ajenos es una muestra de nobleza y seguridad. Las personas sanas no hacen ruido, no están preocupadas por atropellar a otros y tampoco malgastan su vida comparándose. “El cántaro entre mas vacío mas ruido hace” reza un viejo adagio inspirado en un texto bíblico. La potencialidad de aprender y crecer cada día se debe aprovechar para autoevaluarse y mejorar. Cada uno es el responsable de sus actos y decisiones; el prójimo generalmente necesita respeto y tranquilidad y el malestar generalmente es asunto personal: se puede ignorar y distanciar evitando ser contaminado. Piénselo. [email protected]