EL COMPARTIR

16 enero 2025 10:30 pm

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Entre las cinco y seis de cada madrugada, al llamado de la campana que hace el pastor de la comunidad, poco a poco se van acercando hombres, mujeres y niños, ancianos y bebés de brazos, al salón comunitario para, entre todos, compartir el mingao o el ajicero, en un ritual que al unísono debe estar repitiéndose en cientos de comunidades curripacas, piapoco, puinave y sikuani, entre otras, de la región de la orinoquía.

El “compartir”, tal como los indígenas mismos lo llaman, es un espacio que se da antes de cualquier actividad del día, en el que todas las familias se juntan a tomar todos juntos una bebida refrescante a base de frutas o un caldo de pescado con ají picante y casabe (torta de yuca), aprovechándose el momento para discutir los principales asuntos de interés colectivo.

Así mismo en la amazonía, en cuencas de otros ríos distintos a las que en la madrugada están resonando las campanas que llaman al compartir, los mayores de las comunidades están empezando a organizar el mambeadero, esa esquina de especial importancia de la maloca en la que a lo largo del día, y principalmente en la noche, los hombres de la comunidad se sentarán a discutir sobre lo divino y lo humano, lo bueno y lo malo, lo social y lo político, y buscarán soluciones a los problemas al amparo de la hoja de coca que, triturada en el pilón y mezclada con yarumo, trae la inspiración del pensamiento y la palabra.   

En una finca cafetera perdida en alguna montaña en el Quindío, un grupo de recolectores de café están a la misma hora preparando sus enseres para iniciar la faena diaria. Antes de salir al cafetal se reúnen entre todos y comparten una primera tasa de café con panela; tomar juntos la bebida caliente mientras bromean y se cuentan entre si historias, anhelos, tristezas y esperanzas, refuerza sus almas para la dura jornada al hacerlos sentir que no están solos.

Los espacios de encuentro colectivo, de comunitariedad, de comunión, son rituales que la humanidad tiene institucionalizados desde tiempos prehistóricos. Seguramente, en algún momento del lejano pasado, un grupo de predecesores de los actuales Homo Sapiens, tal vez sentados alrededor de un fuego común que encendieron para calentarse y alejar a los depredadores, se encontraron en ese un momento imaginándose lo que no veían, proyectándose sobre el futuro incerto que los acechaba, bromeando sobre el pasado. Seguramente en aquel momento encontraron que eso les era agradable y provechoso. La vida en comunidad empezó a tener sentido en la medida que estos espacios de intercambio se iban institucionalizando en cada cultura.

Encontrarnos para tomar un café y preparar un proyecto; sentarnos tres días y tres noches seguidas en un mambeadero para discutir la implementación de una política pública en un resguardo; vernos para desayunar todas las mañanas con nuestros vecinos y amigos antes de irse todo el día a sembrar y cuidar la yuca, todos son actos de comunión y de materializar nuestro ser colectivo.

El compartir en comunidad, el entendernos como individuos que hacemos parte de un grupo que nos necesita tanto como nosotros necesitamos del mismo, es una noción que ha sido vital para la supervivencia del ser humano como especie a lo largo de la historia. Gracias a construirnos como seres sociales es que hemos podido materializar todo lo que la cultura material humana a producido, se han materializado todas las ideas y proyectos que han concebido los cerebros más desarrollados que ha visto la tierra en toda su historia natural.

Ahora bien, tanto acá en las ciudades como allá en las selvas las dinámicas están cambiando de la mano con la tecnología y, por esta vía, se están transformando nuestras capacidades y habilidades sociales. La creciente virtualización de las relaciones sociales, el discurso cada vez más imperante de la entronización del individualismo, incluso desde perspectivas políticas, está matando los espacios de encuentro, haciendo abandonar e incluso mirar con sospecha cualquier intento de iniciativa colectiva, en un camino que se va acelerando con el paso de los años y el avance tecnológico, y que va a traer consecuencias imponderables en un futuro cercano.

Y mientras cada vez más los jóvenes en las comunidades indígenas empiezan a ver con desdén el desayuno compartido, reniegan del mambeadero, en otros lugares jóvenes de todos los orígenes se aíslan cada vez mas en sus pantallas, siendo cada vez mas individuos y cada vez menos miembros de colectivos y grupos que siguen necesitándolos.

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