Tocar para aprender

Un texto de Enrique Álvaro González, integrante del Taller de Escritura Café y Letras Renata.
11 enero 2025 11:50 pm

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Estaba muy niño cuando supe que el tacto era un sentido y del papel que jugaba en mi vida. Sucedió en la visita que hicimos a una tía, cuyo marido era un carpintero antiguo, de aquellos que no conocieron el Colbón, ni el MDF, porque las pegas las hacía con cola sacada de no sé qué vegetal que había que hervir hasta quedar líquido para poder aplicarlo y el material con que trabajaba era madera de verdad, no ese aglomerado que hoy llaman ampulosamente madera del futuro.

Mi tío político ingresaba a su taller desde muy temprano y no era muy amigo de que los niños estuvieran por allí rondando, dados los peligros en las herramientas cortantes, en las teleras que podían caer del acomodo en que se ponían para que se secaran, e incluso por el polvo de aserrín que en una nariz poco acostumbrada podía causar irritación. Pese a ello, en varias ocasiones hicimos en su taller con mi primo, uno que otro trabajo para las clases de obras manuales que me exigía el colegio.

En una de esas, le pregunté al ver que lijaba uno de tantos trozos de madera, qué hacía, y este no me respondió de inmediato, sino que tomó otro de los trozos que esperaban la lijada, me pidió que lo tocara y me preguntó cómo lo sentía.

Está carrasposo, tío– le dije y a continuación tomó el que ya tenía casi listo, le dio otras pasadas con la lija y me volvió a pedir que lo tocara con la misma pregunta.

 ¡Huy tío! Esta lisito lisito– le respondí y miré con curiosidad la lija además de preguntarle por qué el cambio en la madera cuando le pasaba la lija.

Esta es una herramienta abrasiva m´hijo, o sea de contacto. Sirve para quitar las asperezas de la madera, para poder pintarla y que quede más bonita– Y como vio más preguntas en mis ojos, me explicó que esa sensación de diferencia entre los dos pedazos, la podía sentir gracias al sentido del tacto.

A partir de entonces, bien sea por el olor de la madera o por la caricia de ella pulida, me ha gustado siempre el interior de un taller de carpintería. Pero no fue solo en ellos donde conocí la diferencia de texturas gracias al tacto, porque la sensación que experimenté unos años después con una camisa también es digna de recordar.

Por aquellos años, mi “vieja” sacaba fiadas las “pintas” que estrenaríamos en diciembre desde el mes de junio, a uno de tantos turcos que daban crédito de ropa y juguetes en los negocios del centro bogotano. Para aquella ocasión la novedad eran unas camisas de lanilla, cuya textura me enamoró desde que las vi. Ya se puede imaginar cualquiera la ansiedad con que esperé aquel diciembre para sentir en mi cuerpo el tacto suave, cálido y abollonadito de aquella tela.

Pero no todo ha sido experiencia grata en lo que se refiere a mis experiencias táctiles, porque entre mis recuerdos tristes figuran tres días de dolor y frío en las calles de la ciudad, cuando a los doce años, por algo que entonces yo llamé aburrimiento, me fui de la casa con lo que tenía puesto y eso incluía mis zapatos de diario, que eran de aquellos Panan, de caucho.

No solo recuerdo el mal olor de mis pies después de tres días sin aseo, sino las grietas profundas que las caminatas nocturnas, pues para no acostarme en cualquier parte peligrosa, dormía de día y caminaba de noche, y el sudor acumulado, me causaron en la planta de los pies. El tormento llegó a ser tal, que mezclado el frío y el dolor, me obligaron a regresar como la fábula, con el rabo entre las piernas.

Una grata página es la de las telas, con las que me familiaricé por ser ayudante de un sastre músico a quien más atendía en sus horas de música que en la enseñanza de la costura. Entre ellas, después de la lanilla, me causó gran sensación la terlenka; una tela suave y abollonada que ofrecía una caída perfecta para cualquier diseño en la ropa y lo mejor, no pesaba en el cuerpo.

Ya con los años, vino la sensación táctil de un beso, que no solo se siente en la piel sino en lo más arcano y luego el ejército. Las quemadas del sol en el terreno, las ampollas de las caminatas, la baja y con el trabajo, el calor húmedo de la costa pacífica donde mi vida laboral me ubicó con el tiempo.

Después de escribir estas líneas, desde las experiencias de un sentido casi olvidado por muchos, debo decir que mi mundo, contado a partir del sentido del tacto, guarda muchos secretos, seguro que igual a algunos de mis lectores. No obstante, cabe recordar que es mediante el tacto que el bebé descubre el mundo y es mediante él que el ser humano descubre sus intimidades propias y las del ser que ha de compartir su vida.

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