Miguel Ángel Rojas Arias
Un sevillano del Valle del Cauca respira por todos sus poros amor por su pueblo. Tanto así que le tiene más de seis títulos que lo enorgullecen: Balcón del Valle del Cauca, Capital cafetera de Colombia, Capital de la cultura y la inteligencia del Valle del Cauca; Pueblo Mágico del Valle, Capital de festivales artísticos y culturales, Pueblo de Yiperos y municipio del Paisaje Cultural Cafetero.
Y ahora, en Sevilla se promociona la ruta del café más suave del mundo, una apuesta que une la cordillera del Quindío y el norte del Valle del Cauca. En este balcón, a 1.620 metros sobre el nivel del mar, donde la neblina se encapricha en las mañanas sobre las montañas y embadurna de su color grisáceo las antiguas casas de la colonización antioqueña, se halla un pueblo mágico que huele a café y respira cultura por donde se camine.
El Crucerito
Subir a la finca El Crucerito es toparse con el esfuerzo, el trabajo, la constancia y la inteligencia de un caficultor colombiano que tiene su pequeño predio de dos hectáreas y media en el rango de la mayor productividad del grano en Colombia. Jorge Garcés, su propietario, cuenta con detalles cómo, en 43 años, logró esa maravilla de cafetales y esa eficiencia de beneficio del grano que lo ha puesto en el rango más alto de producción por hectárea en el país. Y saber que empezó siendo recolector y luego administrador de finca, que no se ‘tiró’ la plata en la cantina, sino que fue ahorrando peso tras peso hasta conseguir con qué hacerse a su propia tierra. Conversar con este hombre es sentir el campo y la inteligencia juntos, reunidos en una deliciosa taza de café servida por su esposa Silvia Saldarriaga.
El café filtrado
La niebla envuelve el camino de la vereda el Manzano, sin embargo, en los instantes en que se escapa hacia las alturas, deja ver el Valle del Cauca, pero también el Quindío. Y esa niebla baja al pueblo como un hilo conductor cuya madeja se conjuga en palabras, olores y sabores en el café Villa Laura, donde una antigua familia de cuatro generaciones cultivadoras del grano destapa sus cartas de venta de, tal vez, la mejor taza de café del Valle del Cauca.
Jhon Jairo Salgado se siente orgulloso de su tatarabuelo, de su abuelo y de sus padres, que mantuvieron en Sevilla la finca cafetera, pero que siempre vendieron su producto en pergamino seco a la Federación de Cafeteros. Jhon hace parte de la generación donde Villa Laura, la finca familiar, entró a degustar, a probar, a buscar la mejor taza, con experiencias de barismo y conciencia de tener en sus manos la bebida más suave del mundo. El café filtrado de esta tienda es una experiencia de sentidos, que se multiplican con la historia y las palabras, que recobran la memoria de un oficio que se lleva en la sangre.
Casablanca, un bar de película
Y siguiendo la niebla que se cuela por las hendijas de las viejas casas de este pueblo Mágico, se llega a Casablanca, un café-bar de los años cincuenta, donde las noches se calientan con aguardiente y canciones. Más de 10.000 títulos de todos los ritmos musicales están colgados en estanterías que solo el propietario Juan Bautista Marín conoce como la palma de su mano. En las paredes del enorme salón de este caserón de bahareque están colgadas las fotos de los artistas de antaño: intérpretes del bolero, el tango, el son, el rock, pero también el bambuco y la cumbia.
En medio de la lluvia de la medianoche, susurrando aún canciones que quedan en el recuerdo, se sube un poco la montaña por una carretera pavimentada para llegar al hotel Finca Campo Alegre, para dormir en medio del paisaje, en un cuarto boutique desde donde, si no se cierran las cortinas, se pueden contemplar las estrellas y, al amanecer, el alba y su rosáceo despertar. Después del desayuno, atendido por sus propietarios Federico Zapata y su esposa, el día de esta Ruta del café más suave del mundo nos lleva al humedal Siracusa, un cuerpo de agua que casi desaparece y se convierte en basurero y escombrera, pero que por fortuna encontró a un ambientalista comprometido con la Tierra: Marco Cárdenas.
Un humedal en medio del pueblo
Este no es un humedal cualquiera, porque está en el centro del poblado de 46.000 habitantes, y Marco Cárdenas y el Centro Integral de Educación Ambiental lograron convencer a 18 propietarios de los predios donde está el cuerpo de agua, para que fuera dedicado a salvaguardar la fauna, la flora, el agua, el medio ambiente, y no se convirtiera en escombrera o en un terreno para un plan de vivienda como estaba previsto.
Esta laguna tiene una extensión de 7,8 hectáreas de extensión, que se puede recorrer por un excelente sendero, y atravesar por cinco puentes, en un viaje delicioso que dura cerca de dos horas, en medio de la niebla, o del sol cuando atardece. Hay registros de más de 110 especies de aves y más de 180 especies de plantas, como mamíferos variados entre los que se destacan zarigüeyas, micos, guatines, chigüiros entre otros. Adentrarse en el humedal es adentrarse en la vida silvestre de un bosque de niebla, con la gracia de estar ubicado en el centro de un pueblo colgado de la montaña.
La gastronomía del Llevo llevo
Al mediodía hay que ir al restaurante Los Alpes, donde se sirven dos platos típicos tradicionales de Sevilla: el Llevo llevo y el Canastao. El primero es una combinación de carnes y chorizo servidas en hojas de plátano que van encima de una carreta miniatura de madera, que imita las grandes carretas que transportan el mercado de las galerías a las casas y que son ‘manejadas’ por hombres que prestan este servicio. Su voz en la plaza: ‘llevo, llevo, llevo’, promocionando su transporte, es una tradición que no se ha perdido en Sevilla.
El canastao tiene casi todos los ingredientes de una bandeja paisa, pero servido todo en un mismo plato hondo. Sobre una base de una tortilla de huevo van los ingredientes completos: arroz blanco, frijoles, chicharrón, plátano maduro, aguacate, carne molida, chorizo, morcilla y patacones.
Calles y arquitectura de encanto
Para terminar este recorrido mágico de Sevilla, la guía Gloria Ríos, de la agencia de viajes Servi Travel nos lleva por las calles del pueblo donde se reconoce una arquitectura de Colonización Antioqueña que empezó en 1903 con el padre del pueblo, Heraclio Uribe Uribe. Calles de encanto que nos dicen que en Sevilla se celebra el Festival Bandola hace 30 años; que aquí anida en septiembre el Festival del Jazz, que esta es la cuna del Concurso Nacional de Música de Carrilera, que sus calles se llenan de teatro y música casi todo el año.
No puede faltar en ningún pueblo colombiano la tradición religiosa. Los sevillanos fueron premiados por el Santo Padre que erigió su templo principal San Luis Gonzaga en basílica, por su devoción, pero también por su historia y arquitectura. Un templo de estilo neogótico, cuya característica es la monumentalidad de las construcciones religiosas, las columnas que terminan en el techo en forma de ojivas. Su fachada principal es de 20 metros de ancha y lleva tres grandes portalones, una esbelta torre de 55 metros de elevación, las paredes laterales tienen 58 metros de largas y van formadas por amplios ventanales en forma ojival. Y lo más vistosos, sus vitrales con ornamentación de imágenes religiosas, que ya son diecisiete.
En Sevilla, en todo caso, no se ven manolas, ni flamencos, ni tapas ni vinos españoles, sino caficultores, filtrado de cafés, paisajes de niebla y de sol, bohemios que se quedaron en el ya legendario siglo XX en sus bares históricos, y una sensación inolvidable de servicio y amabilidad que no solo enamoran, sino que invitan a regresar.