Esta es época de revisión y planteamientos individuales. La mayoría de las personas tienen la costumbre de hacer un inventario sobre lo que ya pasó y concomitantemente encender una lucecita de esperanza respecto a lograr nuevas y mejores cosas respecto al año que está por comenzar. Atrás va quedando lo vivido que pronto solo será recuerdo y se impone la buena intención de ser proactivos para así avanzar, afianzar o corregir y renovar. En general, en medio de la nostalgia y la alegría, ambas de la mano, se puede mirar hacia adelante con fe y optimismo. Entonces hay una amalgama de sentimientos ambivalentes pues es inevitable aceptar las realidades con las que se finaliza el año, que pronto será viejo y, al mismo tiempo inyectar una dosis de optimismo que ayude a superar lo que trajo tristeza; agradecer lo positivo y propender por un compromiso para hacer mejor las cosas hacia el futuro. La vida supone movimiento permanente, nada permanece estático y aunque se tenga la sensación de que en general todo sigue igual, lo cierto es que las cosas van evolucionando de acuerdo con las leyes naturales: se crece, se aprende, se madura y también se envejece todo lo cual, aunque inexorable, es susceptible de orientarse, planificarse y optimizarse. Vienen entonces los propósitos y las buenas intenciones que, si solo se generan en momentos de emoción, pero carentes de conciencia clara, serán tan fugaces como el mismo paso del tiempo. Hay que entender que el compromiso requiere seriedad, planificación y ejecución en una línea constante y decidida y para que ello se dé así, las personas deben entender que nada es fácil, que habrá dificultades, cansancio y tentaciones para abandonar la brega. Por eso “bajar de peso” no se logra, dejar el trago no se consigue, superar el consumo de sustancias innecesarias y dañinas es promesa de un día o un mes… al predominar la emoción sin reflexión y compromiso, o sea, sin tomar la decisión, nada de lo “prometido” se cumple. Otras ilusiones más tangibles como planear un retiro, un viaje, el cambio o renovación de un bien, el inicio de un nuevo trabajo, una vida en pareja, un negocio, por ejemplo, generalmente vienen siendo meditadas y no son tan “emocionales”, aunque también se entremezcle algo de “magia” y superstición, siendo esto último, el argumento de quienes aún no saben que quieren, para donde van, y mucho menos el como lograrlo. Los cambios son posibles, pero siempre serán la consecuencia de un proceso serio, no mágico. La suerte es un factor que amerita un terreno con condiciones reales para saber aprovecharla, de lo contrario pasa sin pena ni gloria. El proceso de vivir con sentido es un reto que debe estar desprovisto de egoísmo y requiere una buena dosis de esfuerzo y constancia, de resiliencia y compromiso a largo plazo y, obvio, una buena dosis de gratitud. Feliz 2025. [email protected]