En este periodo navideño y cuando nos encontramos ad portas de una tercera guerra mundial, que puede ser de consecuencias indescriptibles en materia atómica, nuclear y biológica, quiero hacer un llamado a deponer todo tipo de armas.
Sabido es que las guerras se saben cuándo empiezan, pero jamás cuándo, ni cómo terminan. Que las hay, si recorremos la historia, “santas, justas e injustas”, de expansión, de alta y baja intensidad, con armas convencionales y de todo tipo, pero que al final todas son monstruosas y atentan contra la misma humanidad, la naturaleza y demás seres vivientes.
Cronológicamente, encontramos, entre otras, que la guerra de los treinta años produjo cerca de 8.000.000 de muertes, la guerra civil española aproximadamente 1.000.000, la guerra de Vietnam 3.000.000, la guerra de Irak cerca también de 1.000.000 de muertes, y 90.000.000 millones de bajas humanas causaron las dos guerras mundiales. El conflicto en Siria, hasta el momento, ha causado, entre 2011 y 2018, más de 30.000 asesinatos y, en nuestra querida Colombia, por el conflicto armado de los últimos 50 años, más de 9.000.000 de víctimas.
También hay que recordar que la guerra se ha convertido en execrable negocio de la muerte y que quienes promueven el armamentismo y propician las guerras en todo el mundo son los que posteriormente montan el jugoso negocio de la reconstrucción infraestructural de los países que ellos mismos han destruido.
No puede pensarse más que las guerras violentas son las parteras de la historia y que el ius belli, sea opción alguna; la ruptura de las vías diplomáticas a nivel internacional y de las dialógicas y consensuadas internamente no conduzcan al paradigma de la paz, la restauración y la no repetición del conflicto que buscamos los humanistas de las personas sensatas en nuestro país.
Hoy, cuando estamos presenciando el incremento bélico y atómico por razones sustancialmente geopolíticas entre Rusia y Ucrania, Israel, Palestina y gran parte del mundo árabe, como se muestran las garras entre China y Taiwán, entre las dos Coreas y aún entre otros pequeños países en vía de desarrollo. El conflicto israelí-palestino, particularmente, nos deja una tragedia humana de dimensiones inconmensurables, donde el genocidio del pueblo palestino ha sido una de las atrocidades más desgarradoras, sin desconocer que esta violencia también ha costado la vida de muchos israelíes. En ambos lados se perpetúan sufrimientos que claman por la paz.
Cuando la hasta ahora primera potencia mundial quiere meter las narices hegemonistas en cuanto conflicto existe en el universo, cuando la política de tierra arrasada que se implementó en Colombia dejó tantos desaparecidos, muertos, desplazados, huérfanos y refugiados. Cuando la esperanzadora PAZ TOTAL, vendida como forma de convertir a Colombia en POTENCIA MUNDIAL DE LA VIDA, no ha dado los resultados que la inmensa mayoría de colombianos esperábamos; creo que es hora de insistir en el llamado a la sensatez y a que cese el exterminio entre colombianos, debiendo inicialmente acordarse un gran CESE AL FUEGO MULTILATERAL que sirva de base para la búsqueda de la reconciliación de nuestras gentes, del desarrollo, el progreso y la cultura de la convivencia pacífica.
Esperemos pues, que tanto en el mundo como en nuestra ensangrentada patria se produzca un fenómeno de racionalidad, sentido común y de humanismo, buscando que hacia el año 2025 se inicie un nuevo periodo de seguridad, convivencia y restauración colectiva de nuestros valores y grandes principios democráticos, republicanos y civilizados que tanto necesitamos.