El último número de la revista de la Universidad de Antioquia trae dos ensayos singulares: Porque son estúpidas, del sicólogo y profesor de la Universidad Iván Fernández, y Semivivos del médico y filósofo Julián Bohórquez. El primer ensayo explica por medio de la geometría un acto suicida de las gallinas. El segundo aborda el bioarte, obras hechas con sustancias que no están vivas ni muertas.
Vamos con el primer ensayo.
Fernández nos pinta este cuadro: el físico austriaco Heinz von Foerster va en bicicleta por el centro de un camino rural. Treinta metros adelante, una gallina avanza por el borde izquierdo del camino y en la misma dirección del físico. Cuando la gallina lo ve con el rabo del ojo derecho se espanta (ella sabe que los físicos también son carnívoros) y toma una decisión correcta, huir hacia adelante, y una decisión suicida, tirarse a la derecha, hacia el centro del camino. El profesor le metió cálculo diferencial al asunto (la matemática del movimiento) pero finalmente la solución fue geométrica: la gallina no huye hacia la izquierda porque le daría la espalda al asesino y ella no quiere perderlo de vista. La única manera de huir y conservarlo en su campo visual es corriendo hacia el centro del camino. Hasta aquí el ensayo es una curiosidad inteligente, pero Fernández le da un giro inesperado, traza un paralelo de la gallina con los seres humanos y descubre que, quizá también espantados como la gallina porque sabemos que somos seres para la muerte, los individuos corremos hacia los abismos (vicios, oro, exceso de trabajo) y la humanidad en su conjunto corre hacia los abismos del «progreso» y el crecimiento económico, aunque se lleve al planeta por delante.
El ensayo Semivivos reflexiona sobre obras de arte muy raras, como Semi-living steak, un óvalo blando y rojizo, parecido a la carne cruda y quizá viva porque fue hecha en laboratorio con células embrionarias de oveja que crecen y se dividen, pero no muy vivas porque no son autónomas, flotan en una sopa de nutrientes que estimula su metabolismo y que depende del cuidado de los artistas que la crearon.
Julián Bohórquez nos habla de estas criaturas extrañas, ni vivas ni muertas, inventadas por científicos y artistas contemporáneos. A partir de esos prodigios (o monstruos) reflexiona sobre las paradojas de la biología, los límites del arte, las promesas de inmortalidad que esconden nuestras células, y dos preguntas básicas que no sabemos responder: qué es la vida y qué distingue lo vivo de lo inerte, y una tercera pregunta que cada día resulta más difícil: qué es arte.
Pienso dónde reside la potencia de estos ensayos y encuentro estas coincidencias: ambos parten de sucesos exóticos que les sirven de «gancho» (una gallina suicida, un monstruo artístico) pero luego trascienden el exotismo, toman un vuelo magnífico y reflexionan sobre asuntos tan serios como la pulsión de muerte y las definiciones imposibles de cosas que creíamos saber, el arte y la vida.
Esta columna es una versión pálida de los ensayos de Bohórquez y Fernández. Ambos están redactados con una precisión verbal que no admite resúmenes.
La revista trae también una entrevista muy inteligente de Ana Cristina Restrepo al neurocientífico paisa Francisco Lopera (q.e.p.d.) sobre dos operaciones apasionantes: el pensamiento y el lenguaje; y otro ensayo, Tras las huellas del patriarca, un ataque inmisericorde de Pablo Montoya contra Gabo donde más le dolía, en la política. Iconoclasta irredento, Montoya había tirado antes, en una diatriba famosa, esta carga de profundidad: «Fernando Vallejo es un nazi sensiblero cuyo reino es la muerte, Álvaro Mutis era un monárquico cunditolimense cuyo reino fue Bizancio y García Márquez era un comunista trepador cuyo reino fue La Habana».