Querido Niño Dios,
Hoy te escribo con la esperanza de que mis palabras lleguen a ti y, a través de ellas, a los corazones de los colombianos. En este país de paisajes incomparables y gente trabajadora, los días de diciembre nos invitan a soñar, a creer en milagros y, sobre todo, a pedir con fe. Por eso, quiero compartir contigo mis deseos para una Colombia mejor, una tierra que anhela la paz, la justicia y la prosperidad.
Niño Dios, este país, tan rico en diversidad y cultura, ha cargado por demasiado tiempo con el peso de la violencia. Hemos logrado acuerdos, pero aún persisten heridas abiertas, el eco de las balas y las lágrimas de quienes han perdido a sus seres queridos. Te pido que toques los corazones de quienes eligen la guerra y les muestres el poder transformador del perdón y la reconciliación. Ayúdanos a construir una paz duradera, donde las diferencias se resuelvan con diálogo y no con armas.
Colombia es tierra de soñadores, pero muchos de esos sueños se quedan atrapados en la desigualdad. Niño Dios, regálanos un país donde cada niño tenga acceso a una educación de calidad, donde las familias no vivan con miedo a perderlo todo y donde el esfuerzo honesto sea suficiente para construir una vida digna. Dale sabiduría a nuestros líderes para que gobiernen con justicia, pensando en los más vulnerables y no en sus propios intereses.
Nuestro campo, lleno de manos laboriosas que cultivan el sustento de la nación, ha sido olvidado por años. Te pido que ilumines a quienes tienen el poder de transformar esta realidad. Que el campesino reciba el respeto y el apoyo que merece, con vías que conecten su trabajo con los mercados, con educación para sus hijos y con condiciones que hagan del campo un lugar de vida digna y feliz y no un escenario de frustración y deseo de abandono.
Niño Dios, también quiero pedirte por los empresarios de Colombia, porque su labor es esencial para el progreso de nuestra nación. Inspíralos a actuar con responsabilidad social, invirtiendo en proyectos que generen empleo digno y respeten el medio ambiente. Ayúdalos a ver en su éxito una oportunidad para contribuir al bienestar colectivo, creando puentes con las comunidades y apoyando el desarrollo de iniciativas que cierren las brechas de desigualdad. Que entiendan que su liderazgo no solo se mide en cifras, sino en el impacto positivo que pueden dejar en la sociedad.
Niño Dios, en esta carta no puedo dejar de pedirte algo que parece sencillo pero que resulta difícil de encontrar: honestidad. Ayúdanos a ser un pueblo íntegro, que rechace la corrupción y premie a quienes trabajan con rectitud. Que aprendamos a actuar con transparencia en cada pequeña acción cotidiana, desde los más altos funcionarios hasta el ciudadano de a pie.
Colombia es una nación diversa, y en esa diversidad está su mayor fortaleza. Sin embargo, hemos permitido que nuestras diferencias se conviertan en muros en lugar de puentes. Niño Dios, enséñanos a respetarnos mutuamente, a escuchar sin juzgar y a trabajar juntos por el bien común. Que la Navidad sea un recordatorio de que somos una sola familia, unida por la esperanza de un futuro mejor.
Querido Niño Dios, sé que no es fácil cumplir con todas estas peticiones. Sin embargo, creo en el corazón de los colombianos. Si nos inspiras a actuar con amor, compasión y compromiso, estoy seguro de que lograremos grandes cosas.
Este año no pido regalos materiales. Mi mayor deseo es que en cada rincón de Colombia, desde las selvas del Amazonas hasta las montañas de los Andes, se sienta el calor de la esperanza y la fe en un mañana más justo y próspero.
Con gratitud y esperanza,
Un colombiano que sueña con un país mejor.