Carlos Alberto Agudelo Arcila

OJALÁ LLEGUE EL día en que dejes de reclinarte sobre el ala derecha de la baranda azul del cielo.

LA SOMBRA DEL ramaje en movimiento se petrifica ante el hombre recién fallecido, tendido junto a la alambrada.

ENTRA, CRUZA la grieta. Escudriña ese algo, no importa dónde. Avanza con cautela, aunque topes con el mundo de los seres humanos.

LA ANGUSTIA ANCLA en el rastrojo de la reflexión desahuciada.

OBRA DE ARTE reflejada en las encías sin dientes de la centenaria.

EL VERDE DE allá no consigue interpretar su designio amarillo.

SE DESLIZA COMO lombriz el pensamiento del loro, hacia el pico de la gallina…

EL PAISAJE AFLORA la poética del destino bajo el árbol fulminado por el rayo.

EL INSULTO CONTRA la espina marchita la rosa al otro lado del eco.

SU CARNALIDAD VUELA en el abismo de su propio esqueleto.  

AL FRICCIONAR EL fósforo con su filosofía pirómana, la noche se torna luz del día en el rincón opuesto del universo.

TIENE EL RESULTADO exacto de las estrellas, tras desentrañar en el uno la luz de su dios, bajo el asombro del infinito.

RESQUEBRAJA MONTAÑAS, deshonra el tiempo, desenteja casas y escribe destinos con el dedo prestado de un felino.

CARICATURIZA EL SÁBADO al poner el hombro en el roto distante, que un día fue parte del talego.

IMPLORA CON SUS ojos encebollados, poco después apila tomates en el vacío dejado por sus ojos.

EN UN VIAJE onírico, el gusano recorre el diccionario de sinónimos hasta llegar a la I de larva.

METABOLIZA MONOTONÍAS, drena desavenencias bajo el amparo del soplo, hace gárgaras de viento en la frondosidad del vaivén.

SOMBRAS DE HERRADURAS peregrinas se ocultan en huellas de caballos descalzos.

A TRAVÉS DE la enredadera, las pupilas del rocío observan el vapor de agua que las engendró.

SE COLOCAN ALAS de Ícaro para escuchar, desde la distancia, la sinfonía de la piedra al nacer.

COME CON AGUA de coco las espinas de la corona de Cristo.