Clara Petacci, que pasó a la historia con el nombre de Claretta, nació en Roma en 1912. Desde muy joven sentía admiración por el dictador Benito Mussolini, con quien un día se encontró de casualidad a las afueras de Roma. Desde entonces se inició el romance que se prolongaría durante 13 años. Ella tenía 20 años y Mussolini 49. Claretta pertenecía a la clase burguesa y poseía alto nivel cultural. Era inteligente, atractiva y dulce. Mussolini, hombre violento que lideró una época de terror bajo la bandera fascista, era mujeriego irreductible. Lleras Restrepo, el autor de estas reseñas convertidas en libro, le atribuye al menos 400 mujeres en sus lances lujuriosos.
No se entiende cómo dos personas tan disímiles pudieron ser pareja sin sortear mayores problemas. Cabe aquí una reflexión: la inteligencia de Claretta, unida a la pasión que sentía por el Duce (caudillo), como se hizo nombrar, superaba todos los obstáculos. Mussolini, a pesar de sus numerosas mujeres de paso, hallaba en ella la perfecta fórmula amorosa. Desde que Claretta se separó de su esposo, Ricardo Federici, teniente de la Fuerza Aérea Italiana, con quien llevaba una relación postiza, se entregó en cuerpo y alma al Duce.
Y no hubo poder humano que la hiciera desistir de esa seducción frenética, convertida en sublime obsesión. Raquel, la esposa de Mussolini, conocía de sobra los amoríos de su cónyuge, cada vez más descarados, a los que ni siquiera les daba el título de infidelidades, por saber que eran pasajeros. Y también enfermizos, claro está. Hasta tal punto llega a veces la tolerancia excedida, la cual linda con la sandez y la indignidad.
Consideraba Raquel que el problema no eran las 400 mujeres a que alude Lleras Restrepo, las cuales se esfumaban como sombras huidizas, tal vez para no volver. Su verdadero malestar residía en la bella Claretta, una pasión cierta. Por lo tanto, sus armas se dirigieron hacia esta mujer fatal, a quien debía separar de las complacencias de su esposo y nunca lo consiguió. El propio Mussolini intentó más de una vez sacarla de su vida, pero luego sucumbía ante esta atracción subyugante, difícil de interpretar en el hombre poderoso que dominaba a Italia y causaba revuelo en el mundo.
Mussolini nunca renunció a Raquel y tampoco alejó a Claretta. Ambas le saciaban sus apetitos lujuriosos con diferente sazón: estaba la esposa legítima, que con él convivía, y a corta distancia, la amante romántica, valiente y victoriosa, que defendía su papel de preferida. Esta historia contiene un fondo burlesco y transmite un suceso disparatado e insondable bajo el sello burgués de la época. Curiosa, por decir lo menos, esta dualidad insólita.
Cuando el tirano presintió el final irremediable de su mandato, se trasladó a Milán y tomó la decisión de huir. Iba disfrazado de soldado, a bordo de un convoy alemán. Claretta lo acompañaba y le daba fuerzas para seguir por las vías del escape. Él era un ser demacrado y horrorizado. Un grupo de militares, que creía sus protectores, le comunicó de repente la orden de ser fusilado “como un perro rabioso”. Era el 30 de abril de 1945. Al ser activados los fusiles, Claretta corrió cerca de él y cayó fusilada, cual una heroína del amor, al lado de su hombre. Tenía 33 años.