LA HISTORIA ES UNA ESCALA DE GRISES

14 noviembre 2024 10:10 pm

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La semana pasada, al terminar de escribir sobre lo paradójico que encontraba que una ley hecha para dominar y aculturizar a los pueblos indígenas les hubiera dado a estos las herramientas para iniciar su camino hacia la autonomía y gobierno propio, caí en cuenta, recordando lo que sucedía en otros países en la misma época en la que fue expedida la nombrada ley, de lo que puede ser para muchos una paradoja aún mayor, aunque, más que eso, una demostración de cómo el pensar la historia tan solo como una oposición constante entre “buenos” y “malos” solo lleva a equívocos e interpretaciones incompletas y sesgadas.

Digo esto porque, a finales del siglo XIX, mientras en Colombia el conservatismo y su reivindicación de la fe católica y los valores más tradicionales de occidente se afincaba en el gobierno, en el mundo el pensamiento liberal, de la mano con la industrialización de las potencias globales y su expansión del comercio, avanzaba mucho más rápido impregnando de “modernidad” todas las relaciones humanas y fortaleciendo además una mirada racionalista y cientificista de la naturaleza, la sociedad y sus fenómenos, esto por encima de cualquier interpretación mítica o religiosa de las que empezaban a verse como atrasadas o primitivas. Los gobiernos liberales, al tener esto como su norte, planteaban relaciones con los “no-occidentales” muy diferentes a las de los conservadores.

En ese sentido, y motivados pues por el racionalismo científico y la expansión de la economía de mercado, tenemos en la misma época de la regeneración conservadora en Colombia dos procesos ejemplares de expansión de naciones desde la mentalidad liberal: Estados Unidos, inmerso desde décadas atrás en su expansión hacia el oeste, y Argentina, que avanzaba hacia la Patagonia en la llamada “Conquista del desierto”. De la expansión de Estados Unidos hacia el oeste contamos con miles de referencias en la cultura popular, con los westerns en los que con algo de romanticismo nos contaban de los combates entre “caras pálidas” y “pieles rojas”, aunque no tanto de las masacres masivas y el exterminio sistemático de cientos de pueblos, mientras que en Argentina el muy liberal general Roca desconocía la existencia de humanidad entre los indígenas que iba asesinando al paso de sus tropas, y por eso consideraba que estaba conquistando un “desierto”. En ninguno de los dos casos hubo intento alguno por integrar a los indígenas a la sociedad, ni por, desde la mirada cristiana, “salvar sus almas”. Ni pueblos de misión, ni monjes “reduciendo” y evangelizando; la motivación era la expansión del mercado, estuviera quien estuviera y el que no lo quisiera así, no tenía razón de seguir en este mundo.

Jugando a las hipótesis la pregunta que me surgió entonces fue ¿Hasta qué punto, si en Colombia el proyecto liberal se hubiera impuesto por sobre el conservador a fines del siglo XIX, hubiéramos tenido acá un escenario similar al de los dos ejemplos anteriores? Suponer sobre que pudo ser será siempre un ejercicio de mera especulación o imaginación, pero si algo es claro es que los cimientos sobre los que se construyó la nación pluriétnica y multicultural que actualmente tenemos le deben mucho a ese proyecto conservador que, buscando algo muy distinto a lo que se terminó dando, terminó accidentalmente salvando la vida de cientos de miles que, en manos de un gobierno liberal, tal vez no habrían sobrevivido físicamente, tal el destino que tuvieron muchos en el oeste norteamericano y en el sur sudamericano.

¿Eso hace per sé bueno al proyecto conservador católico de aquella época en Colombia? no necesariamente. Tampoco es cuestión de exculpar al conservatismo y a la iglesia católica de una gran cantidad de errores, horrores y crímenes que también se cometieron con los pueblos indígenas en el siglo XX; no podemos olvidar que si bien el resultado de la ley 89 de 1890 fue la persistencia de los territorios indígenas, y por lo tanto de sus culturas, las alianzas que en la primera mitad del siglo XX se dieron en algunos lugares de la amazonía y orinoquía entre esta iglesia y las empresas caucheras ayudó a que se diera uno de los genocidios más violentos y a la vez menos recordados de nuestra historia, accionar que a su vez llevó a, en una nueva consecuencia no esperada, la conversión de muchos indígenas al cristianismo protestante, tal como sucedió en Guainía o Vaupés, en donde la labor misionera liderada por Sophia Müller desde los años 50, si bien también destruyó muchas de las prácticas culturales ancestrales existentes y dejó en el olvido valiosos conocimientos que desde la ignorancia fanática fueron tildados de “demoniacos”, le salvó la vida a miles de Curripacos, Puinaves, Piapocos y Sikuanis, entre otros, que pudieron refugiarse en las aldeas de misión que estos nuevos misioneros  iban creando en los márgenes de los ríos, a escondidas de los “reclutadores”, en otro giro inespeado de nuestra historia.

Nuestra historia, esa que está llena de personajes e instituciones que a veces fueron buenos y a veces también fueron malos; gente que a veces obró con justicia y un sentido de humanidad pero que también supo cohonestar con la crueldad y la violencia, y es por ello que es tan difícil reducir la complejidad de las acciones humanas a categorías tan básicas como las nombradas, un vicio en el que sin embargo seguimos cayendo una y otra vez en nuestro afán por imponer nuestras muy propias y subjetivas escalas de valores al mundo entero.

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