José A. Soto
El palito de mango con la tierra recién removida y flores, muchas flores alrededor.
Las dos canciones que más le gustaban y que cantamos todos lo mejor que pudimos por culpa del llanto y las emociones contenidas.
Los vecinos hablando de generosidad y cariño, de historias y anécdotas de cómo se vivieron esos años difíciles en los que había que compartir para poder sobrevivir y también sobre la abundancia de los últimos años en los que la vida nos cambió las prioridades, las necesidades y las tareas.
Las despedidas apuradas y de último momento. Estas eran las de verdad, las últimas. Buen viaje te deseamos. Tu mirada tranquila y la fe en dios, nos hacía pensar que a pesar del dolor de tu partida, estarías mejor que aquí. Tu cuerpo había llegado al límite y había que abandonarlo, regresarlo a la tierra y emprender el viaje en ese vehículo invisible que es el espíritu.
Nunca más volveremos a ver tu cuerpo. Nos quedaránlas fotos y los recuerdos de los buenos momentos, los de los paseos y las fiestas, los de los momentos de éxito de tu familia.
Siempre estarás en la memoria de todos los que aprendimos de ti. Nos gustaba verte reír y los discursos improvisados llenos de sabiduría y sentido común, de lucidez y esperanza con las respectivas reiteraciones de permanecer unidos.
También amábamos tus defectos, tus palabrotas, tus regaños y llamadas al orden. Tu terquedad y tu voluntad de amar siempre.
No cabrán en este papel la cantidad de expresiones utilizadas por todos durante estos días de duelo. Han sido muchas, son tantas que podrían ser interminables.
De todo lo que hemos dicho hay algo en común. Todos nos sentimos inmensamente amados, hasta el punto de creer, cada uno, que era el preferido tuyo. Esa enorme capacidad para amar hizo que cada uno de nosotros se sintiera especial y único.
Gracias por todo. Gracias siempre. Te amaremos hasta que la memoria nos separe y, seguro que ese día no necesitaremos recordarte porque nos habremos encontrado en el lugar que estás, donde nos esperas.