Jhon Fáber Quintero Olaya
Esta semana Estados Unidos eligió a un nuevo presidente. La campaña estuvo marcada por una clara polarización entre la vicepresidenta Kamala Harris y el ex mandatario, quien finalmente resultó ungido para liderar la gran potencia los próximos 4 años. Las encuestas vaticinaban un estrecho margen entre los competidos, pero la realidad de las urnas marcó una contundente victoria del partido republicano.
La expectativa internacional no podía ser menor porque el mundo debe adaptarse a la nueva dinámica del poder público en el país del norte. La guerra en Ucrania con Rusia y los condicionantes a la ayuda que anunció el presidente Trump hacen pensar en un cambio en el tablero. Europa sigue de cerca el discurso de la Casa Blanca y la OTAN guarda un prudente silencio. El gobernante electo anunció que tenía la llave para el cese de las hostilidades en el viejo continente, lo que debe pasar de la retórica a la acción.
Así mismo, Israel felicitó al presidente Trump, quien en el pasado reciente se ha referido a la confrontación sanguinaria del medio oriente. Los palestinos muertos, que ascienden a miles, exigen un cese en la intervención fratricida, pero sus vecinos aducen que deben exterminar cualquier amenaza representada por Hamas, Hesbollah o Irán. Los ánimos siguen calientes y el riesgo de una escalada regional armada es cada día más cercana a la realidad. Estados Unidos, por tanto, es clave para poner punto final a esta barbarie.
Un planeta en guerra requiere de liderazgos destacados y unidos a partir del concierto internacional. El segundo mandato del presidente Trump, sin duda, no parte de un contexto similar al anterior y, por ende, desde la política exterior genera grandes desafíos para no repetir errores del pasado, tal vez con un costo mayor. Medio Oriente y Europa requieren de medidas novedosas tendientes a parar conductas humanas que han producido muchas lágrimas.
El presidente Trump quiere enfocar sus energías inicialmente en el progreso y el desarrollo local, por lo que todas las medidas a adoptarse tendrán como parámetro el beneficio de su nación. Sin embargo, la globalización y la fuerte competencia vigente entre potencias se erigen en linderos a los que no podrá escapar el destacado empresario. No es posible cerrar los ojos ante lo que sucede en Irán o el Líbano porque ello afectará de una u otra forma ese sano para “hacer a Estados Unidos grande otra vez”.
La inmigración fue uno de los temas de la agenda electoral norteamericana. La anunciada deportación masiva de latinos produjo todo tipo de reacciones en el campo político y jurídico. Se ha pretendido hacer uso de una controversial y vieja legislación sobre enemigos del Estado. Sin embargo, la metodología para su uso aún no es clara, aunque se cuenta con un Congreso de mayoría republicana y una Corte Suprema que pareciera filosóficamente cercana al reelecto presidente. Una devolución de miles de personas a sus sitios de origen implica una logística grande no sólo administrativamente, sino también desde el prisma legal. Las demandas alrededor de la controversial idea no serán pocas, lo mismo que su comprensión constitucional.
No obstante, las relaciones Norte-Sur serán inevitables no sólo alrededor de la llegada de extranjeros a la tierra de la libertad, sino por cuenta del cambio climático o la transición de poder en Venezuela. Para el caso particular de Colombia se ha tenido una tradición bipartidista de apoyo y ayuda mutua, pero en el actual gobierno Petro muchos legisladores han cuestionado la vitalidad de esta amistad. Esperemos que la diplomacia se privilegie y las cosas continúen por una senda positiva de respeto y ayuda mutua. Esas son las cosas, o mejor, las dinámicas de la democracia.