CIEN AÑOS DE LA MONTAÑA MAGICA I/ Un sanatorio para la humanidad

“La belleza también puede doler” (Thomás Mann en “Muerte en Venecia).
6 noviembre 2024 11:40 pm

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Por Francisco A. Cifuentes S.

Frisaba los catorce años, cuando trabajaba como dependiente y bulteador en un granero en La Tebaida Quindío y ya husmeaba cajones en busca de libros, revistas y periódicos que me alimentaran la jornada y me permitieran un descanso sublime. El patrón era Don Gildardo Mejía, hijo de un fundador, trabajador y buena persona. Lo recuerdo como un señor muy serio, estricto a la usanza paisa, que se deleitaba leyendo ávidamente libros muy buenos y todos los periódicos, los que le permitían libar y tertuliar con muy pocos amigos.  Era un apasionado de los temas relacionados con la Segunda Guerra Mundial y esto me daba oportunidad de entrometerme en sus conversaciones dada mi temprana afición a la historia. Un día le extraje un libro grande y extraño para mí: era La Montaña Mágica de Thomás Mann (1875-1955). Y él me retó:

Si es capaz de leérselo, se lo presto. Eso sí, me lo devuelve. 

A lo cual, obedientemente le respondí:

Sí señor, yo lo leo y se lo devuelvo.

Este reto me ha acompañado toda la vida. Ejercer “la furia de la lectura” y, ahora, comprar todo tipo de libros para poderlos rayar, hacerles anotaciones y así entablar diálogos silenciosos con las autoridades de mi intelecto y de mi alma, siempre en formación. Más tarde comprendí que se trataba de una novela del género de Bildungsroma; es decir, “novela de aprendizaje”. Pero es sobre todo lo que se conoce como una “novela total”; pues allí se habla demasiado de música, de las afinidades y distancias frente al gran Wagner, dubitaciones que también padeció Nietzsche, las cuales terminó definiendo “Contra Wagner”; el amar profundamente la cultura alemana y a su vez ejercer distanciamiento ante los horrores del nacionalsocialismo, lo que nos sigue atormentando a muchos sin poder dar explicaciones suficientes. Por esa vía, acercarnos a cierta desilusión frente a ese monumento del pensamiento que sigue siendo Heidegger; después de uno intentar penetrar en esas enjundiosas profundidades filosóficas y léxicas, para tener que ver con seguridad su militancia al lado del Fuhrer; pero volverlo a amar como lo hizo Hannah Arendt. Ahora, estudiando el texto “La Furia de la Lectura” de Joaquín Rodríguez (Tusquets. Bogotá. 2021. Págs. 21-54) hallo la pedrada con la cual el autor de “Muerte en Venecia” despachó al filósofo de “Ser y Tiempo: “Heidegger… nunca he podido soportar a ese nazi por naturaleza”. Algunos intentamos soportarlo y nos place leer sus bellas y profundas reflexiones en “Hölderlin y la esencia de la poesía”; pero seguimos anonadados ante las altas cumbres del pensamiento y los estragos de la política alemana: Goethe, Kant, Hegel, Beethoven, Einstein, Freud y tantos otros, en contraposición profunda con Hitler, sus secuaces y ahora los líderes y muchos ciudadanos en su posición ante el genocidio en Gaza.  

Hace precisamente cuarenta años que induje a Carmela a la lectura de La Montaña Mágica, mientras estaba embarazada de nuestra hija Tania Alejandra. Es decir, tuvo tiempo suficiente para tratar de inmiscuirse en las descripciones, conversaciones y reflexiones de Mann ante esa formación geológica, que ahora sé que se trata de Davos Suiza, donde suelen reunirse los potentados en el Foro Económico Mundial y acordar las reglas del juego para continuar sometiendo a las naciones al imperio de sus bancos y sus monedas, hasta hoy, cuando aparece el fantasma de los BRICS con la multipolaridad económica y política.  De aquella época solo recuerdo que conversábamos acerca de Hans Castorp, Naphta, Settembrini, Clawdia Chauchat, Peeperkorn y Ziemssen. Y, ahora que le relato esto a mi hijo Francisco, él me pregunta:

¿Papi, pero de qué se trata esa novela?

A lo cual intento responder en términos sencillos y sintéticos:

Amor, ahí se habla de todo. De la vida en un sanatorio para tuberculosos.

Y él insiste… :

¿Pero toda la novela transcurre ahí adentro?

Si mijo, es dentro de ese hospital, frente a esa montaña, en ese frío encogedor cuando se entablan maravillosas conversaciones sobre música clásica, filosofía, religión, el sexo, la enfermedad, la muerte, el fenómeno del tiempo, el espíritu alemán y el discurrir de la humanidad aproximadamente en siete años y casi mil páginas.

¿Y precisamente en este momento me pregunto por qué es mágica esa montaña? Y solo atino a responderme: porque una obra tan polisémica, tan vasta y tan compleja no puede ser una especie de enciclopedia, una suma de conversaciones eruditas que entablan algunos personajes de la burguesía culta, mientras llega la sanación o la muerte. No, es una cumbre llena de magia por los mitos y problemas esenciales de la humanidad que van aflorando en la medida que se pasea por los jardines o en las salas y habitaciones donde el ser se enfrenta a la muerte, no solo allí adentro, sino afuera mientras transcurre la Gran Guerra y Europa y sobre todo el pueblo alemán vuelven a ser protagonistas y testigos de la carnicería humana; justamente cuando se hunde el famoso Imperio Austrohúngaro.

Es por eso que el autor de “José y sus hermanos” me acercó paulatinamente a una serie de titanes de la narrativa, la poesía y el ensayo que padecieron el declive del siglo XIX y el acabose de la sociedad y la cultura que albergaba esa organización política y social, mientras nacía y vivía fugazmente la República de Weimar en medio de la hecatombe. Así me llegaron Rober Mussil, Karl Krauss, Elías Canetti y Sándor Márai, entre otros que me han ayudado a comprender más la riqueza del siglo XIX y el sufrimiento de una cultura que ve como se derrumban sus glorias y van apareciendo los fantasmas del comunismo, el fascismo, el antisemitismo y los estragos de los nuevos imperios capitalistas que hicieron de las suyas en el XX y todavía campean en el XXI, al lado del sionismo y el islamismo. 

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