Histórica erupción del volcán “Cumanday”, hoy «del Ruiz».

Acto seguido, comenzó a brotar extensos borbollones de ceniza volcánica, que por espacio de cuatro horas convirtió el amanecer en una noche muy oscura, acompañada de tempestad y caída de cenizas, piedra pómez, tan pequeña como granos de arena.
1 noviembre 2024 12:03 am

Compartir:

Álvaro H. Camargo

El 12 de mayo del año de 1595, por tiempos de la cuaresma, a siete u ocho leguas en la parte oriental de la cordillera de los Andes, a la hora que apenas asomaba el sol, aproximadamente a las ocho de la mañana, de un volcán broto un fuerte rudo y portentoso estruendo, precedido por otros tres no tan recios, que se oyeron en más de cuarenta leguas a la redonda, especialmente, por la parte que soplaba el viento.

Acto seguido, comenzó a brotar extensos borbollones de ceniza volcánica, que por espacio de cuatro horas convirtió el amanecer en una noche muy oscura, acompañada de tempestad y caída de cenizas, piedra pómez, tan pequeña como granos de arena, que fue acrecentándose poco a poco, hasta ser como pequeño granizo, que al caer hacía mucho ruido sobre los tejados.

No paro de llover toda la noche, lluvia acompañada de ceniza. A la mañana siguiente, toda la tierra estaba cubierta do más de una cuarta de espesor de piedra pómez y ceniza, presentando una triste y melancólica visión a causa que cubrió todos los árboles, sembrados, que parecía un día del juicio final.

Los ganados bramaban por no hallar qué comer; las vacas no daban leche a sus dueños ni a sus terneros; las verduras de las huertas no se veían, como antes, frescas, verdes.  Todo el panorama a la vista, se dilataba melancólico, panorama que se extendió hasta la población de Toro ubicado a 36 leguas del volcán, a donde llegaron los efectos de las cenizas volcánicas, causando gran daño, a causa de la pedida de los grandes macízales derribados por las cenizas. El espesor de las cenizas en las corrientes hídricas, hizo que los peces trataran infructuosamente buscar refugio contra el raudal de la ceniza.

Solo después, el Jueves y Viernes Santo, la caída de abundantes aguaceros lavaron todos los árboles y tierra.

Tres días antes de la erupción del volcán, unos viajeros españoles que transitaban el camino del Quindío de Mariquita a Cartago, por la ladera oriental de la cordillera, sintieron fuertes temblores y bufidos de la tierra, que pensaron que corrían el peligro de fallecer, y el sábado en la noche, observaron lluvia de ceniza, gran cantidad de piedras pómez, tan grandes como huevos de avestruz; y los más pequeños, del grueso como huevos de paloma, tan candentes y chispeantes, como el hierro cuando se somete a la fragua; parecían estrellas errantes, al punto que algunas de ellas  caían  sobre ellos y sus caballos.

En ladera oriéntala de la cordillera, en territorio de Mariquita, por una pequeña ensenada salía tanta agua, que su fuerza amplió el curso del agua por más de trescientos pasos en ancho, y de doscientos estados en hondo (motivo por el cual hubo que desviar el camino real que pasaba), y por la que salía la poca agua comenzó a salir tanta que el rio Gualí y otro que llaman de Lagunilla, crecieron con torrentes grumosos de cenizas volcánicas, que parecía más una   mazamorra que agua.

Salieron ambos de su cauce, quemando toda la tierra por donde vertieron, que, al decir de los cronistas, no producía ningún fruto, solo muchos años después se divisaban pequeños pajonales.

Fuente: FRAY PEDR0 SIMÓN. NOTICIAS HISTORIALES DE LAS CONQUISTAS DE TIERRA FIRME EN LAS INDIAS OCCIDENTALES. TOMO IV. CAPÍTULO VI, 3a.. NOTICIA. pág. 188. BOGOTÁ CASA EDITORIAL DE MEDARDO RIVAS 1892

El Quindiano le recomienda

Anuncio intermedio contenido