Nicolás Restrepo Jaramillo
Hace unos años, trabajando con la Defensoría del Pueblo en el departamento de Arauca, recibí en mi oficina a un joven antropólogo, recién graduado, interesado en saber un poco más sobre el pueblo indígena Hitnü, gente que ha habitadodesde tiempos ancestrales en la Selva del Lipa, entre los municipios de Arauca y Arauquita. El muchacho estaba comisionado para algún trabajo puntual cuya naturaleza o empleador ya no recuerdo, pero tenía un gran interés en que este servidor, un colega suyo radicado en el departamento en aquella época, pudiera darle más luces sobre cómo eran verdaderamente esos indígenas de los que nunca antes había escuchado.
Amablemente empecé a contarle lo que sabía del proceso histórico que había vivido ese pueblo y su territorio; de las distintas masacres que soportaron por parte de colonos que llegaron por allá a mediados del siglo XX; de la presencia e influencia constante de los grupos guerrilleros que, no contentos con enquistarse en su lugar de toda la vida, lo sembraron con una cantidad inimaginable de minas antipersonales; de que cómo habían perdido su laguna sagrada a manos de una multinacional petrolera que también hacía presencia allí. Finalmente, le conté también que la gran mayoría de familias de este pueblo eran reconocidas como víctimas del conflicto armado en el marco de la Ley de Víctimas y que habían sido reconocidos por la Corte Constitucional como uno de los pueblos en riesgo de extinción física y cultural por cuenta del conflicto armado, emitiendo por esto el Auto 382, justamente para obligar al estado a diseñar medidas para su protección.
En un momento de mi relato el muchacho, con la misma curiosidad, pero ya con un poco más de confianza, me interrumpió diciéndome que todo eso que le decía era muy importante pero que el necesitaba información “antropológica”; si bien pensaba yo que eso era lo que de cierta forma le había dado, quise entender a que se refería ylo invité a que me preguntara lo que quisiera. El muchacho me respondió con cara de “ahora ya nos entendemos”, y seguidamente me hizo la siguiente pregunta:
“¿Cuál es el traje típico de los hitnü?”
Si bien la pregunta inicialmente me descolocó, pude intuir a donde quería llegar el muchacho, a lo que le respondí con la mayor naturalidad posible que, de acuerdo a mis observaciones en campo, el traje típico de los hitnü era la camiseta de James Rodríguez, ya que tanto en su versión de Selección Colombia como en la del Real Madrid (en aquellos tiempos James jugaba allí), era el atuendo que más veía repetido entre aquella gente a la que le costaba hablar en español pero que tenía claro a quien idolatraban en su deporte favorito.
El muchacho encontró graciosa mi respuesta, pero también cayó en cuenta de lo que quería decirle en ese momento, y es que la identidad de los hitnü, así como la de cualquierpersona en el mundo, está determinada por razones mucho más profundas que la ropa que se usa. Así mismo, también quería hacerle notar, por si acaso, que ninguna cultura es estática y que el sentirse representados por James Rodríguez no los hace a ellos menos indígenas, sino unos hitnü “del siglo XXI” si así los quería llamar, una sociedad que está aquí y ahora y cuya identidad es el producto no solo de lo que eran antes de conocer a “occidente”, sino también de todo lo bueno, malo y muy malo que les vino después de ese encuentro, es decir, por toda la historia que le conté inicialmente.
Esta anécdota la recordé hace unos días, cuando presenciando la protesta que adelantaban unos indígenas caucanos frente a una entidad pública, escuché a una funcionaria de la misma, en un marcado acento del altiplano cundiboyacense, quejarse con un “…Increíble, con celulares, bluejeans, y viniendo a decir que son indígenas…”. Al escuchar su reclamo, el mismo que he escuchado con algunas pocas variaciones infinidad de veces, caí en cuenta, una vez más, de lo mucho que como sociedad nos falta para ser realmente conscientes de la diversidad existente en el país y lo poco que tenemos claro sobre cómo es que esta se manifiesta realmente.
Sobre la señora que hizo la acotación anteriormente citada, por su parte, nunca me pasó por la cabeza dudar que fuera una orgullosa colombiana del centro del país, alimentada con aguapanela y ajiaco santafereño, porque obviamente, como bien lo sé, su identidad no está determinada por el collar de origen embera que colgaba de su cuello en el momento, ni por la trenza africana cosida que llevaba a uno de sus costados. Eso sí, tanto la camiseta de James del Hitnü, como el collar y la trenza de la funcionaria bien dan para largas conversadas sobre temas como los prestamos culturales o el polémico concepto de apropiación cultural, pero esos serán temas para otras columnas.