martes 8 Jul 2025
Pico y placa: 7 - 8

DE TRASTEO DEL SÉPTIMO PISO.

Por: Fáber Bedoya Cadena
27 octubre 2024 10:27 pm
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Hicimos un recuento, con los contertulios de séptimo piso, de los trasteos que hemos hecho en nuestra vida, ya casados, jóvenes, adultos y mayores. Es un ejercicio para activar la memoria. Lo hicimos como dinámica de grupos en una reunión de adultos mayores. En esta sesión intervinieron dos señores y una señora. Como buenos caballeros empezó la dama. Fuimos tres hijos, dos mujeres y un hombre, desde niña fui mimada por todos, y por la vida, cuidada, vigilada, educada en el mejor colegio de la ciudad, en esas calendas era muy fácil portarse bien. Todos ustedes saben muy bien cómo eran los amigos, novios, matrimonios de antaño, no hay que repetirlo. Lo cierto y para abreviar, nos casamos el de 25 y yo de 24, ya mayorcitos, para la época. La primera parte donde vivimos – 1970 – fueron unos “bajos”, de una casa situada en la carrera 14 con calle 17, diagonal a la casa de mis padres. Allí vivimos un año y luego nos fuimos a vivir a Neiva, y para sorpresa mía, escasamente nos llevamos la ropa, la empresa donde iba a trabajar mi esposo, le asignó un apartamento amoblado, hasta mercado tenía, y una persona que nos ayudaba. Ya teníamos nuestro primer hijo.  Realmente fueron tres años espectaculares, con muchos éxitos, reveses que no han de faltar. Nació nuestro segundo hijo. El apartamento ya era pequeño y con un subsidio de la empresa alquilamos una casa grande, hasta tenía un estanque, que servía de piscina. En esos tiempos, en Neiva hacía mucho calor, como ahora, pero peor.

Intervino, en un respiro de la Señora, “el Capi”, nuestro segundo interlocutor para contarnos que cuando, él se casó era militar, en ese entonces para ascender los suboficiales, tenían que ser casados, y ni corto ni perezoso, Jorge, que así se llama el Capi, se casó con Dolly, – 1980 – la única novia que conoció, pero el suegro le puso como condición, que se fueran a vivir a una de las casas que él tenía en el  barrio donde vivían ellos, y a sus otras hijas, tenía tres hijas, también se las llevaría a vivir allí, cuando se casaran, en el barrio Galán.  Es un “fogoncito” familiar que voy a hacer. Me trasladaban de una ciudad para otra, pero siempre vivimos en la misma casa, y en esta ciudad, cerca de los suegros, allí nacieron, crecieron, estudiaron, mis dos hijos, un niño y una niña. La remodelamos, la modernizamos, pero de allí no nos hemos movido hasta hoy.

En cambio, yo si he rodado mucho en la vida, intervino Norbey. Afortunadamente solo tuve un hijo y me resultó excelente muchacho, en todo sentido, como mi señora, que me toleró todas mis hazañas, que me faltaría un resto de vida para contarlas. Cuando nos casamos -1982 -, nos fuimos a vivir a una pieza arrendada en un inquilinato situado en la calle 14 entre carreras 13 y 12, muy peligroso, éramos 22 inquilinos y una señora casera, que lo que hacía era cobrar la pensión y diario. No duramos dos meses, tengo un hermano que en ese entonces trabajaba para Carlos Ledher, era el conductor de la señora de él, doña Martha. Nos sacó de allí me dió trabajo, en la hacienda Pisamal, con el trabajé cinco años, y conseguí una casa en el barrio Brasilia, cerca de la casa y tienda de los suegros. Me enrolé con políticos, me dieron puestos de tres, seis meses, hasta me vinculé en el matadero municipal, y allí me jubilé. Pero eh ave María si rodé, si no hubiera sido por esa mujer que Dios me dio, los suegros, quien sabe que sería de mi vida. Hasta que llegó el terremoto y en vez de ser el principio del fin, ahí renací por completo y para toda la vida.  

Nuestro segundo hijo, continuó la Señora, no soportó el calor, pasábamos noches enteras sin dormir, unas veces en el suelo, con ventilador, el niño no dormía del calor. Primero se movía por toda la cama, se asomaba a la ventana, salía de la pieza. Ya gateaba, era inquieto, y después empezaba a llorar. Total, no soportaba ese clima. Y para abreviar, decidí venirme para Armenia, “contigo o sin ti pero no aguanto más”. Y me vine. El terminó el contrato, lo indemnizaron y también se vino, alcanzó a estar un mes más. Llegó desempleado. Yo había conseguido puesto de profesora en el colegio donde me gradué, mi padre nos sirvió de fiador en un apartamento alquilado en el edificio El Lobo, frente a las galerías. El consiguió trabajo como profesor en un colegio privado, terminó la universidad, y fuimos otra vez un matrimonio organizado. En 1980, compramos un apartamento en Yulima, muy pequeño, allí nació nuestro tercer hijo, lo vendimos, nos metimos con una casa en el barrio el Nogal, al norte de la ciudad. Por malabares del gerente de la corporación de crédito, después de pagar un año, que el gerente nunca abonó a nuestra cuenta, pero si nos entregaba los recibos, la perdimos. Nos fuimos para una casa en Providencia muy buena, después por sugerencia de los suegros y ayuda de un tío de mi marido, compramos un apartamento en el edificio de José Lino Gómez, un cuarto piso, muy difícil, no nos amañamos, lo vendimos y volvimos al edificio el Lobo, duramos tres años allí y compramos una casa en el Galán y nos cogió el terremoto.

Tanto Norbey, como la señora, y desde luego al Capi, concluyeron que este tremendo fenómeno natural nos cambió la vida a todos, y para bien. “no sabía que yo tenía tanta fuerza interior para reponerme de semejante totazo que nos dio el destino, eh, después de verme sentado en el suelo, con mi casita abajo, mi señora y mi hijo, solos, desamparados, con lo que teníamos puesto, y vernos hoy, eso es una bendición de Dios muy grande”. Y nos faltan varias vidas y espacio para contar lo sucedido. Pero de lo que se trata ahora señores, anotó el coordinador del grupo, es cómo nos vamos a preparar para trasladarnos al piso octavo de la existencia.

Vamos a empezar por los que ya llevan un ratico como ilustres octogenarios, es una experiencia muy extraordinaria, por lo tanto, tiene la palabra don Anibal, usted dirá.

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