Año 1969

Un texto de William Gómez Betancourt, incluido en elibro Recordar es jugar, del Taller Literario Cafe & Letras Renata
19 octubre 2024 11:20 pm

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Un patio grande.  ¿Qué tan grande? No podría definirlo. En aquel patio, una veranera,  donde Calulo, el conejo de la casa se  esconde todas las tardes. En aquel patio, una planta enorme de limoncillo. Alrededor de ella, las gallinas de mamá distribuyen sus huevos con alguna frecuencia, no estadística, sino biológica.

¡Ah! y  los rincones de la violeta, la rosa amarilla y la hierbabuena.

Aquel patio, testigo de la Vuelta a Colombia.

¿La Vuelta a Colombia? ¿En bicicleta? ¿Sería posible que  aquel patio fuese testigo de esa poderosa vibración humana?

No exactamente de esa vibración, pero sí de otra tan espléndida como aquella.

Me refiero a la vuelta a Colombia con bolas, pequeñas figuras esféricas de cristal ensambladas en fusiones de llameantes colores, denominadas canicas.

Los tres chicuelos de aquella casa, animados por sus dos hermanitas y con tres tapas de gaseosa previamente descorchadas y aplanadas con piedras, inician la construcción de la carretera que atraviesa el patio de occidente a oriente y une el muro colindante con el vecino y el muro que los separa de la calle.

Un recorrido no inferior a 8 metros de longitud, que se fue dibujando en la tierra, aprovechando las condiciones naturales del terreno con ascensos y descensos, con trayectos planos, con un circuito alrededor  de la planta de limoncillo y con un premio de montaña de categoría especial gracias a un montículo muy empinado de arena.

Tres bolas brillantes,  9 de la mañana, mes de julio…Muro colindante con el vecino. Se realiza el sorteo de partida, inicia el chicuelo menor, seguido por el hermano mayor y luego el tercer hermano. Tres impulsos con su respectiva bola.  Se salió de la carretera, cede el turno y vuelve a empezar. Ya en carretera, llega el agua de panela con zumo de  limón, para hidratar.

¿Se volvió a salir de la carretera?

Lágrimas en el rostro de la canica, pero debe regresar al tramo de la carretera desde donde fue impulsada. Avanza la mañana, el más pequeño ha recuperado sus energías, sus hermanos quedan admirados y en un remate no esperado, se proclama ganador.

 Los tres se abrazan.

Un caldito de huevo con arepa desmenuzada y cilantro picado está servido en la mesa. Una sola aclamación, la   aclamación más dulce del mundo: ¡Mamá¡

                                                                                                                  WILLIAM GOMEZ BETANCOURT

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