Por MARIO ESPINOSA COBALEDA
La exuberancia de la naturaleza y el paisaje del Pacífico colombiano, esa imbricada confabulación de selvas, manglares, caudalosos ríos, arenas y el inmenso océano, puede dar fe del inmenso vínculo espiritual entre sus pobladores y su territorio
Muchos siglos antes de la llegada de la espada y de la cruz, esta tierra era el paraíso tropical de varios pueblos ancestrales. A ese mágico espacio donde resuenan los sonidos de coloridos seres vivientes, los vientos y la percusión, llegó también el sincretismo de quienes fueron llevados desde el otro lado del mundo y allí encontraron tierra fértil para ombligarse y venerar a sus deidades. En ese crisol se fundieron costumbres, pensamientos y sentires.
Geografías sagradas – Geografías profanadas
En medio de un territorio asolado por los conflictos y la desmesurada ambición de expoliadores y saqueadores, territorio también fecundo para el surgimiento de economías ilegalizadas, de minería, narcotráfico, grupos armados, explotación indiscriminada de recursos naturales, hay una tenaz resistencia de sus pobladores naturales para conservar sus territorios, sus recursos, su organización, su pensamiento y su tradición. Ahí están los territorios colectivos de los pueblos afrocolombianos y los resguardos de los pueblos indígenas. Tal vez es en estos escenarios en donde se conserva y se materializa su espiritualidad en íntima convergencia con su entorno y la naturaleza.
Los científicos han definido el Antropoceno como esa era actual que estamos atravesando, era que se caracteriza por el conflicto entre la noción de producir para la vida, y producir para el mercado. Las severas consecuencias de este enfrentamiento se reflejan en la ruptura de la coexistencia armónica con la naturaleza. Por este motivo se hace fundamental acercarnos a la médula del pensamiento de quienes, con su sabiduría, desde tiempos inmemoriales han respetado y venerado la generosidad de un planeta donde, supuestamente, debemos caber todos los seres humanos en coexistencia pacífica con las demás especies, algo así como la búsqueda del bien común. Cada uno de nosotros necesita una “área ecológica” para existir, en esa trascendentalidad esa huella debe ir más allá de lo eminentemente práctico y debe erigirse sobre los pilares de la ética, de la espiritualidad.
De ahí que volteemos la mirada hacia el Pacífico, hacia los habitantes de sus territorios colectivos, para escudriñar los hilos de su conexión ancestral con la Madre Tierra y las maneras en que desde sus sentires han procurado incrementar su calidad de vida y hacerla para sus comunidades, conservando de forma sostenible sus entornos y sus paisajes. Tal vez para los habitantes de las ciudades es muy complejo cuantificar la contribución que los ecosistemas le hacen a la calidad de vida en términos estéticos y espirituales. Esta es una oportunidad para detenernos y reorientar la brújula, frente a la necesidad de establecer nuevos diálogos entre la naturaleza y la cultura, para concebir formas de pensar y de habitar más amigables, más entrañables y más en armonía con las energías superiores del cosmos.
Resumiendo
No es intentar “salvar el planeta”, que sobrevivirá hagamos lo que hagamos. El propósito común debe ser preservar, y de ser posible, mejorar un modo de vida en coherencia entre lo que pensamos y la forma en que actuamos frente a la vida. Los hábitos y las rutinas cotidianas de las urbes son obstáculos, que solo se superarán cuando entendamos que los riesgos son reales y apremiantes. La mejor forma de avanzar en este propósito es cualificar nuestra relación espiritual con la naturaleza y la Madre Tierra… y de eso sí saben los pueblos ancestrales, a quienes, con frecuencia, -en una actitud prepotente- evitamos entenderlos, reconocer y valorar su pensamiento biocéntrico.
El conocimiento de la naturaleza elaborado por las comunidades negras e indígenas del Pacífico –y de muchas otras regiones del país- contiene elementos políticos y éticos que reflejan formas diferenciadas de ver y entender el mundo (cosmovisiones ), que hace que pueda ser contemplado como una alternativa posible al antropocentrismo, y que va más allá de la noción peyorativa que se pueda tener desde el pensamiento occidental, como algo “exótico”, primario o descontextualizado del mundo moderno.
“Cada visión del mundo que se extingue, cada cultura que desaparece, disminuye nuestras probabilidades de vida” Octavio Paz