Cuando estábamos en quinto A de bachillerato, en el Rufino J. Cuervo, don Libardo Ramírez, era el director de grupo y profesor de Filosofía, y se preocupó por enseñarnos a pensar, comprender, razonar, y no solo memorizar. La memoria es frágil, temporal, veleidosa, caprichosa y traicionera, nos decía. A uno se le olvidan las cosas importantes en el momento menos pensado, y cuando más lo necesita, “claro ustedes están jóvenes y su única ocupación es el estudio, entonces tienen una memoria sin usar, solo dispuesta para aprender”.
Es que el proceso enseñanza aprendizaje de los muchachos de antes, era memorístico. Era curioso que nos teníamos que aprender de memoria lo que sabíamos por experiencia de la vida. Aprendernos la historia de Montenegro cuando mi abuelo materno era fundador del municipio, y nos habían contado esa crónica infinidad de veces, las tías Laura y Limbania Cadena. Los limites, los ríos y quebradas del municipio, si allá manteníamos bañándonos o pescando, o los animales domésticos, cuando con ellos convivíamos. Los problemas de matemáticas trataban de todo menos de lo cuotidiano, del precio actual – 1952 – de la panela, de la libra de arroz, de la pucha de papas, del kilo de maíz trillado. Y como nosotros estábamos en la escuela, éramos quienes le hacíamos las cuentas al abuelito o a mi papá. Nosotros con lápiz y papel y ellos mentalmente. Los niños, los jóvenes, sabíamos mucho para el entorno familiar, éramos muy avispados, inteligentes, menos para los maestros. La letra era un factor decisivo, tener bonita letra era un pasaporte al éxito. Y qué me dice de la ortografía, con don Augusto Franco, o don Tomás. Pero la reina de toda la comarca era su majestad, la Memoria y venía en muchas presentaciones, visual, auditiva, fotográfica, histórica, anecdótica. No había hecho su triunfal aparición en nuestras vidas, el señor Olvido. Nunca nosotros pudimos decir a una orden, vaya por los terneros, tiene que ordeñar, pilar el maíz, hay abuelito, “se me olvidó”. Esto era causal de “severenda muenda”.
Cuando los exámenes eran escritos pues no defendíamos, pero en los orales, eran muy terrible esas sesiones. Muy pocos ganaban o a la mejor ganamos. Porque si hay algo que más aterre, es no tener en nuestro repertorio de respuestas la solución solicitada por el profesor o por el diario vivir. Y muchos años más adelante un día en la vida, nos encontramos con que se nos olvida dónde dejamos las cosas, los nombres de las personas, las fechas, las citas, para dónde vamos, qué era lo que iba a hacer, donde dejé las llaves. Y siguen muchas más, aquí si nos falta espacio y vida para narrar las cosas que nos pasan a los veteranos en olvidos. Tu sabes de mis gafas, el control del televisor, apagó la estufa, cerró el gas, cierre las ventanas que va a llover, te llamé para decirte algo y ya no me acuerdo que era, ahora me acuerdo. Es el nuevo dialogo entre los cargados de años. Y esos olvidos de antes, son minucias frente a los que estamos pasando en estos días. La mayoría de las veces nos reímos de nosotros mismos, de nuestra decadente memoria. Hasta San Antonio le rezamos para encontrar la tarjeta, preguntamos a los vecinos, vamos al banco, la bloqueamos, y cuando llegamos a la casa allí estaba, nunca la sacamos. Y siguen datos de otros amigos, familiares, todos mayorcitos. Tenemos una asociación de olvidadizos.
Pero eso sí, para recordar el pasado la tenemos buena, se acuerdan de todo lo del pasado, con fechas, detalles, hasta cómo iba vestido o vestida, no se me olvida lo que pasó esa tarde, mire la carita que pone, como le bailan los ojos, eso se recuerda siempre. Afortunadamente ese fue un vocabulario empleado hace años, ya ni me acuerdo las últimas veces que me lo dijeron. Es la memoria fotográfica en acción, mejor la anecdótica, o la histórica, mejor todas juntas, pero siempre en el pasado. Destapan el baúl de los recuerdos a menudo y hay algunas o algunos que tienen un vademecun de reminiscencias, listo para ser usado de acuerdo con la situación.
Es mejor pasar la página, hoy – 2024 -, no se trata de traer al presente hechos del pasado, es un imperativo de la época, retener los sucesos del presente. Estamos escribiendo nuestra historia, nuestro mejor sermón es el ejemplo, la mejor predica, el testimonio, somos el evangelio que nuestro hermano lee. O, sino que lo digan nuestros nietos, a ellos les importa nada nuestra historia de arrieros o de fantasmas, quieren abuelos modelo actual, tipo Pastorita, de 72 años, va al gimnasio tres veces por semana, los otros días, hace aeróbicos y yoga. Asiste a tertulias literarias, cine foros, y cuando le queda tiempo se va un mes para donde un hijo en Estados Unidos, y otro mes para donde una hija en Australia. Y esta es apenas una muestra, nos faltan datos de muchos compañeros que hacen maravillas con su tiempo de pensionado. Hay uno que camina hasta 14 kilómetros diarios, comprobados. No les queda tiempo para traer hechos pasados a amargarle este presente tan agitado, estamos concentrados en vivir solo por hoy. Bien conscientes del aquí y el ahora, también jubilamos nuestro piloto automático, hacemos cada cosa a la vez, tenemos un repertorio de rutinas sanadoras e inteligentes, otra vez muy conscientes, atentos a la vida, con los ojos y oídos bien abiertos, para verte y oírte mejor.
Es alentador, trascendente, alegre y risueño, escribirle y cantarle a la vida en presente. Lo más agradable en estos momentos de no retorno, es oírle decir a un bisnieto de tres años, abuelito, me gusta estar y charlar contigo. ¿Cierto don Diego?