Modernidad y postmodernidad: entre la solidez del progreso y la fluidez de la fragmentación

Por: José Gustavo Hernández Castaño
7 octubre 2024 12:05 am

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La modernidad y la postmodernidad representan dos momentos claves en la historia del pensamiento filosófico, cultural y social. Mientras que la modernidad se apoya en la razón, el progreso y las verdades universales, la postmodernidad ofrece una crítica radical a estos pilares, destacando la fragmentación, el pluralismo y la fluidez de la experiencia humana. Autores como Gilles Deleuze, Jacques Derrida y Zygmunt Bauman han jugado un papel crucial en la consolidación de estas críticas, aportando perspectivas que deconstruyen la narrativa moderna y abren paso a una interpretación más flexible y dinámica de la realidad.

La modernidad surge en el contexto de la crisis del feudalismo y la autoridad religiosa medieval, promoviendo un nuevo orden basado en la ciencia, la razón y el progreso. En su famoso ensayo sobre la Ilustración, Kant (1784) define este período como la «salida del hombre de su autoimpuesta minoría de edad», destacando la importancia de la autonomía y la razón como motores del desarrollo humano. La modernidad, con su fe en las grandes narrativas como el progreso lineal y la emancipación, propuso que la humanidad podía alcanzar un futuro mejor mediante el avance científico y el conocimiento acumulativo.

Por otro lado, la postmodernidad emerge como una crítica a los excesos y fracasos de la modernidad, cuestionando la posibilidad de una verdad única y universal. Jean-François Lyotard (1979), uno de sus exponentes más influyentes, sostiene que «la incredulidad hacia los metarrelatos» define el pensamiento postmoderno. Esta incredulidad refleja una crisis en la legitimidad de los grandes relatos que guiaron a la modernidad, como la fe en el progreso o la razón. En su lugar, la postmodernidad aboga por una pluralidad de verdades, cada una dependiente de contextos particulares y construcciones sociales.

A pesar de sus diferencias, modernidad y postmodernidad comparten ciertos intereses. Ambos períodos están profundamente interesados en la cultura y la identidad. En la modernidad, la identidad se construye alrededor de la idea de un sujeto autónomo y racional, capaz de utilizar la razón para mejorar tanto su vida personal como la sociedad. Esta visión optimista del progreso y el desarrollo del sujeto individual encuentra eco en autores como Descartes y Kant, quienes confiaban en la capacidad humana para dominar el mundo mediante el conocimiento.

Sin embargo, en la postmodernidad, el concepto de identidad es mucho más fluido y fragmentado. Autores como Gilles Deleuze cuestionan las estructuras fijas de la identidad y proponen una visión rizomática, es decir, una red de conexiones múltiples y no lineales que permite la coexistencia de diferentes identidades y realidades. En Mil Mesetas (1980), Deleuze y Félix Guattari introducen el concepto de «rizoma» como una metáfora para entender la realidad postmoderna: en lugar de un pensamiento jerárquico y centralizado, el rizoma permite un pensamiento descentralizado y múltiple, lo que refleja la pluralidad de verdades y experiencias postmodernas.

El interés en el conocimiento también es compartido por ambas corrientes. La modernidad, como señala Max Weber (1904), está marcada por el «desencantamiento del mundo», es decir, por la sustitución de la magia y la religión por el conocimiento científico y racional. La postmodernidad, en cambio, rechaza la noción de que el conocimiento sea objetivo y acumulativo. Para Jacques Derrida, uno de los principales exponentes del pensamiento postmoderno, el lenguaje es inherentemente inestable, lo que hace imposible alcanzar una verdad objetiva. Derrida propone la deconstrucción como un método para analizar las estructuras lingüísticas y filosóficas que sostienen las ideas modernas de verdad, revelando su carácter arbitrario y construido. En De la gramatología (1967), Derrida cuestiona las dicotomías que estructuran la modernidad (presencia/ausencia, razón/emoción) y sugiere que la realidad es una construcción que depende de la interpretación, no de hechos objetivos.

Una de las principales diferencias entre ambos períodos radica en la relación con la verdad y el conocimiento. La modernidad se caracteriza por su confianza en la capacidad de la razón para acceder a verdades universales y objetivas. Este enfoque progresivo se refleja en la ciencia, la política y la economía, donde el progreso lineal es la meta. La postmodernidad, por el contrario, adopta una visión relativista, donde no existen verdades absolutas, sino múltiples realidades que coexisten dependiendo de los contextos sociales y culturales en los que se construyen.

Otra diferencia clave es el enfoque sobre las metanarrativas. La modernidad depende de grandes relatos como el progreso, la emancipación y la razón. Estos relatos proporcionan un marco comprensible para interpretar el desarrollo humano, como se ve en las teorías del progreso social de autores como Hegel o Marx. La postmodernidad, sin embargo, critica estas metanarrativas, argumentando que han perdido su legitimidad y no son capaces de abarcar la complejidad de las sociedades contemporáneas. En lugar de un relato unificado, el pensamiento postmoderno propone una diversidad de relatos locales y fragmentados, que reflejan la multiplicidad de experiencias humanas.

Zygmunt Bauman, en su obra Modernidad líquida (2000), amplía esta crítica al señalar que la transición de la modernidad a la postmodernidad se caracteriza por la «liquidez» de las estructuras sociales y culturales. Si en la modernidad las instituciones eran sólidas y estables, la postmodernidad se define por la fluidez e incertidumbre. Bauman sostiene que las relaciones humanas, la identidad y las estructuras de poder se han vuelto «líquidas», es decir, flexibles y cambiantes, incapaces de ofrecer la seguridad y estabilidad que prometía la modernidad. Esto refleja una desilusión con los ideales modernos, donde el progreso ha dejado de ser una promesa clara y tangible, y ha sido reemplazado por la fragmentación y la incertidumbre.

A manera de conclusión podría decirse que, la modernidad y la postmodernidad son dos paradigmas que han marcado profundamente la forma en que entendemos la realidad, el conocimiento y la identidad. Mientras que la modernidad se basa en la razón, el progreso y las verdades universales, la postmodernidad cuestiona estos pilares, proponiendo una realidad fragmentada, fluida y plural. Pensadores como Deleuze, Derrida y Bauman han jugado un papel crucial en esta transición, ofreciendo críticas radicales a las estructuras modernas y abriendo nuevas formas de pensar la experiencia humana en un mundo cada vez más globalizado y fragmentado. A través de sus aportaciones, es posible comprender que tanto la modernidad como la postmodernidad, aunque opuestas en muchos aspectos, comparten el esfuerzo por interpretar y dar sentido a la realidad en contextos históricos cambiantes.

Bibliografía

  • Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
  • Butler, Judith. El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós (1999)
  • Deleuze, G., & Guattari, F. (1980). Mil mesetas. Pre-Textos.
  • Derrida, J. (1967). De la gramatología. Siglo XXI Editores.
  • Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores (1975)
  • Jameson, F. (1991). El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Editorial Akal (1995)
  • Kant, I. (1784). Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?.
  • Lyotard, J. F. (1979). La condición postmoderna. Ediciones Cátedra.
  • Weber, M. (1904). La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

(*) Magister en Ciencias Políticas

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