Francisco I y Milei

1 octubre 2024 10:20 pm

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Lisandro Duque Naranjo

Supuestamente no es habitual que el sumo pontífice de Roma intervenga en política de su país de origen. Pero Francisco I acaba de hacerlo, refiriéndose con absoluta franqueza a las bombas de gas pimienta con que Javier Milei ha repelido una manifestación de jubilados que se pronunciaba contra las políticas de disminución salarial. Al instante, obviamente, “los libertarios” del partido de Milei, han dicho que el Papa Francisco es peronista, es decir, “un hombre de la casta corrupta” que ha gobernado a Argentina, con leves interrupciones, desde 1946.

Se pregunta uno si en el caso de que Darío Castrillón hubiera sido elegido Papa –que estuvo cerca–, le hubiera enviado camándulas bendecidas y demás souvenirs vaticanos a Carlos Lehder en Armenia, personaje con quien no ejerció ningún tipo de anatema –o apenas muy indirecto–, y por cuya proximidad encontró obstáculos en su pretensión de ser el primer pontífice de Pereira. O Alfonso López Trujillo –quien también fue papable–, a quien su fama póstuma de homófobo y paralelamente corruptor de menores e indelicado con platas de su feligresía le significaron el veto de sectores influyentes del Cónclave para alcanzar el codiciado trono de San Pedro.

La incursión de Francisco I en temas supuestamente restringidos a la política bonaerense, se limitó a la solidaridad con los ancianos, a los que el actual gobierno argentino, literalmente, ha dejado abandonados a su suerte, negándoles el sustento y disolviéndoles sus marchas con gas pimienta. No le importa a Francisco el que Milei, con frenesí medieval, piense de él que es “maligno, anti-cristo y peronista”. Francisco no cree en el diablo. Es un hombre serio. Habrá que esperar el resultado de esta polarización inédita en Argentina: de un lado, un histérico que alienta el laissez faire (la abolición del Estado como regulador) y, del otro, la solidaridad con el prójimo indefenso.

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Ricardo Sánchez Ángel y Alberto Ramos Garbiras.

Llevaba tiempo sin concurrir a un debate académico. Una invitación generosa, sin embargo, me llevó a ser testigo del intercambio de opiniones entre los intelectuales Ricardo Sánchez Ángel y Alberto Ramos Garbiras, con motivo del lanzamiento del libro del primero Hacia la Independencia. Fueron un bocado de cardenal las tres horas en que disertaron estos dos intelectuales sobre tema tan complejo, mucho más si el autor decidió fundar un ángulo inédito sobre la gesta libertadora americana: el del aporte militar y cultural del pueblo raso (indígenas, negritudes, mestizos, peones, incas, aztecas, y sus derivaciones étnicas, aparte del relieve decisivo que le otorga a hitos como la Carta de Jamaica, la revolución haitiana, su relación con Pétion, la invasión napoleónica a España, el porqué de la discordia Bolívar-Santander, etc.). Algunos de estos temas han estado en la penumbra de la historiografía colombiana, si bien Sánchez Ángel, en su libro, y Ramos Garbiras, en su prólogo y disertación previa, tuvieron el escrúpulo de no desairar los distintos aportes de autores que los abordaron parcialmente. La emoción no encubrió el rigor, y viceversa, y ambos expositores, dueños del escenario, donde no zumbaba una mosca, quedaron debiéndole más charlas a otros auditorios. Que se expanda ese buen hablar. La gente no quería que aquello tuviera fin.

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