Dos problemas de arte y literatura

Por Julio César Londoño
30 septiembre 2024 1:00 am

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El primer problema de la literatura es definir qué es literatura. Uno quisiera decir que literatura es eso que hacemos los escritores y que jamás hará la gente. Pero la definición fracasa porque la gente tiene el vicio de hacer cosas tan admirables como las lenguas e incluso hazañas más asombrosas: ¡el primer alfabeto fue obra de un analfabeto!

Un interrogante actual es ¿podrá la inteligencia artificial escribir buena literatura algún día? Los escritores dicen que no, pero lo mismo pensaban los ajedrecistas hace unos años: que las máquinas jamás alcanzarían el nivel de juego de un gran maestro. Hoy leo en la prensa herejías inimaginables: «¡El campeón del mundo está jugando como las máquinas!». Traducción: el tipo tiene la precisión de los ordenadores y la elegancia de un gran maestro.

Tal vez el verdadero problema estriba en creer que somos tan inteligentes que ni siquiera esas hijas nuestras, las máquinas, podrán emular nuestro enorme talento. Es probable que no seamos tan listos como creemos y que las máquinas sean ahora más creativas que nunca.

Es verdad que los ensayos de la IA todavía no tienen la agudeza conjetural de Borges ni la originalidad de Luis Tejada, pero ya son, pese a la juventud de la IA, mejores que los ensayos del universitario promedio.

Veamos un problema más humano. Arte y moral. Aquí el problema reside en que la inmoralidad es tan incómoda como el moralismo. Nos molesta que las niñas de las pinturas de Egon Schiele posen mal sentadas o que Nathaniel Hawthorne cierre sus magníficos cuentos con moralejas cándidas. No queremos cantaletas morales ni apologías de la perversión, y quisiéramos que el artista descubriera una ética que no repita los códigos de la policía ni los mandamientos de los libros sagrados. ¡Tremenda tarea, más difícil que la obra en sí!

Pensemos ahora en esto: ¿podemos descalificar una obra de arte por algunas aberracioncillas de la vida privada del autor? No. Un cuadro bueno es bueno, aunque el pintor sea un pésimo sujeto. ¿Podemos admirar sus obras e ignorar por completo su vida privada? Tampoco. No podemos cancelar una obra porque su autor es impresentable, pero tampoco podemos evaluarla sin leer de reojo el prontuario del autor.

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Analizaremos estos y otros problemas en mi taller virtual de escritura, que empieza dentro de ocho días. Allí veremos las teorías del cuento, la crónica, el ensayo de divulgación, la crítica literaria y la poesía. Veremos que el protagonista del cuento es el argumento y su alma, la tensión; que el cuento exige coherencia interna, o verosimilitud, mientras que la crónica pide veracidad, coherencia externa, la congruencia del relato con la realidad. Veremos que el ensayo es el arte de la conjetura y se mueve en la delgada línea que separa la inteligencia de la pedantería, que los alardes de erudición son fatales en el cuento y en el poema, que los excesos poéticos ralentizan la narración, que los textos literarios deben tener algunas palabras de menos porque la obviedad es un error de estilo. Con todo, el prosista debe ser claro, así evita el dardo borgiano: «Hay escritores que parecen oscuros por su profundidad, y hay otros que quieren parecer profundos a fuerza de oscuridad».

El poeta puede ser oscuro, pero su oscuridad debe ser develable.

Todos estos preceptos son inútiles si a la hora de la mesa y la tinta no soplan los vientos de los ángeles del estilo.

De los problemas del arte y de los ángeles del estilo conversaré hoy con la poeta Betsimar Sepúlveda a las diez de la mañana. El lector puede participar de nuestras perplejidades por medio de este enlace.

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