DESDE EL SEPTIMO PISO: Los juegos de azar hacen parte de nuestro ADN de colombianos

Por: Fáber Bedoya Cadena
29 septiembre 2024 1:00 am

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Teníamos un mes de casados cuando tocó a la puerta Leonardo, un familiar mío, era un sábado, temprano en la mañana, nos pidió posada, y además que le tuviéramos este tarro de saltinas la Rosa, lleno de billetes de la época, 1970. Durmió poco, sacó del tarro unos billetes y se fue. Ese día supimos que era un jugador empedernido, de juegos de naipes, póquer, rummy, tele, y dados. Todavía no había la proliferación de casinos, al menos en Armenia, existían sitios “semiclandestinos” donde se reunían los señores a jugar y fuertes sumas de dinero. El más famoso, “la cueva” de don Luis Eduardo Giraldo, situado en la carrera 16 entre calles 23 y 24.

Al caer la tarde volvió Leonardo, nos pidió el tarro y sacó muchos billetes más, nos ofreció un licor fino, que le regaláramos un tinto, y como vino salió. Pero por la noche volvió y se llevó el tarro con los billetes que quedaban y nos dejó un pollo asado que traía, de recuerdo. Supimos después que era un tahúr profesional y se lo llevaban los grandes apostadores, para Buenaventura, a participar en jugarretas de varios días, con el más grande comerciante de pescado en Armenia, siempre nos tría regalos y que le guardáramos baldes llenos de plata. Los cuales nos iba pidiendo, a medida que se le acababa “la menuda”, como el decía, todavía tenemos por ahí un balde de esos, bien sellado.

Los juegos de azar hacen parte de nuestro ADN, de nuestra idiosincrasia, del ser colombianos, eso lo llevamos en la sangre. Claro hay excepciones, doña Ayda, mi madre y doña Olga mi esposa, nunca en la vida, jugaron. Y conocemos de muchos más, pero el resto de los quindianos jugamos, aunque sea parqués o dominó. La lotería, el chance, son aficiones, para otros, adicciones, preferidas por nosotros, siguen los casinos, que son palabras mayores, las maquinitas, los video juegos, el bingo, las rifas municipales, y lo que está de moda hoy, las apuestas deportivas.

En el Quindío hay más de 500 puntos de venta de chance oficial de la lotería del Quindío en concesión, y cada uno tiene una vendedora, hay puntos con dos, y hasta tres, o sea que genera mucho empleo. Diariamente se juegan dos loterías, llamadas principales con excepción del miércoles y viernes que se juegan tres, y 21 apuestas diarias, en la mañana, mediodía, en la tarde, en la noche, y dos astros, sol, en la tarde y luna, en la noche. Se pueden apostar a las cuatro cifras, la tres, las dos es la “pata”, y a una cifra, llamada “uña”. Se hace pleno, o combinado, y la apuesta va desde cien pesos, y la hoja vale 600 pesos, como mínimo. Este juego oficial le aporta a la seccional de salud varios miles de millones de pesos anualmente. Los bingos y los casinos son establecimientos muy concurridos, existe en un centro comercial un enorme casino, con 105 maquinitas y 20 mesas de juego. En Armenia hay, oficialmente reconocidos, cerca de diez casinos y sabemos que en todos los pueblos del Quindío hay como mínimo un casino. En cada pueblo hay “rifas municipales”, en las cuales rifan, muebles para la casa, para el mercado de una semana, motos, viajes y nos aprestamos para la famosa “lechonada, rifa navideña, o el desenguayabe,” que se rifa en diciembre, incluye de todo, un marrano vivo, aguardiente, y todo lo necesario para hacer una fiesta decembrina, se rumora que este año va a incluir una señora que ayude en los oficios domésticos.

Precisamente, estábamos nosotros dos jugando parqués, cuando nos llegó un marconi a la casa, vivíamos en la calle 17 entre carreras 13 y 14, invitándonos al matrimonio de Leonardo, mi familiar, con Graciela su compañera de juego, quienes se habían comprometido en una noche fabulosa de ganancias, y él le dijo” casémonos y ella le dijo si, y el sábado, le parece, si”. Los esperamos el sábado a las siete de la mañana, en la iglesia del Carmen, nos va a casar el padre Enrique Gonzales, ustedes son los padrinos, los espero, es verdad, no es caña.”. Fue verdad y completan 48 años de casados, no fue un bluff. Y desaparecieron del mapa, sabíamos de vez en cuando de sus hazañas de jugador profesional, con muchos éxitos, fracasos, caídas, hasta quiebras ruidosas, huidas, regresos exitosos. Nos enteramos, porque nos invitó, a la inauguración del “Bingo casino Armenia”, situado en el quinto piso de un edificio en la carrera 17 con calle 23, frente al “café Destapao”, en donde era administrador y codueño. De verdad. En el terremoto este edifico se vino completo al suelo y ellos quedaron en la física ruina. Tenían sus ahorros y sobrevivieron.

Si bien hemos sido ajenos al juego, en esas altas expresiones, como el casino o los de mesa en garitos, no nos hemos escapado al fabuloso juego del billar. Lo practicamos desde jovencitos, jugamos billar de carambola libre, al cuadro, regadera, plato. Billar pool, y su amiga la “ficha”. Muchas veces nos sorprendió el día jugando en el café Bolívar, Niágara, Benhur, Pacifico, Continental, el Caucayá o viendo jugar en el máximo templo, donde solo jugaban los profesionales, que era el café Piel Roja. Viendo jugar al señor Restrepo, haciendo tacadas de 100 carambolas, o las fantasías del “oso Bernal”, o al campeón de billar al cuadro, Mario Criales. Ya apareció el billar a tres bandas y seleccionó el personal, salimos “de taquito” muchos jugadores de billar aficionados.     

Teníamos 20 años de casados cuando tocó a la puerta Leonardo, un familiar mío, era un sábado, temprano en la mañana, nos pidió posada, venia solo, acabada de llevar la señora y al hijo donde su suegra. “como le parece, ustedes sabían que yo era codueño de un gran casino y esferódromo en Pereira, eso era muy grande.  Y para abreviarles el cuento, nos allanaron, a mí me avisaron y me pude volar antes que llegara la policía, no sé en qué paró el asunto, lo perdí todo, mi hermano, valgo lo que tengo puesto”. Usted se acuerda, le dije, de una vez que vino de Buenaventura y me dejó un balde para que se lo guardara, ahí está, tal cual usted lo dejó. Lo cogió estaba lleno de plata, me abrazaba, me daba las gracias, dejó unos billetes y se fue. Nos enteramos después que se había ido para los Estados Unidos.   

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