Hay un sector de la población, especialmente los comerciantes, y entre ellos los propietarios de restaurantes, que protestan por la realización del Día sin carro y sin moto en la ciudad, como está programado para este 26 de septiembre. Su protesta, acompañada, además, por la Cámara de Comercio de Armenia, el gremio que los agrupa en un contexto general, se centra en que ese día disminuyen sustancialmente sus ventas porque hay menos gente por fuera de sus casas y, por tanto, menos demandantes de alimentos en restaurantes al desayuno y al almuerzo.
Es cierto que ese día mucha gente prefiere quedarse en casa, como los pensionados, o los desempleados, o los trabajadores independientes. Sin embargo, aquellos que tienen que laborar y cumplir un horario, que son la mayoría, están obligados a buscar un medio de transporte, como el bus urbano, un taxi, la bicicleta, o simplemente movilizarse a pie. Y qué decir de aquellos que tienen citas médicas o de otra naturaleza.
Esa protesta va acompañada del argumento de que el Día sin carro no sirve de nada porque en la calle se ven buses, camiones y taxis autorizados exhalando humo a grandes chorros, contaminando el ambiente cuando, esta jornada, de lo que trata es de disminuir la contaminación ambiental. Entonces aducen que este día solo sirve para perjudicar al comercio.
En Colombia, y menos en el Quindío, no se ha entendido la importancia de esta jornada. No se trata de las mediciones de contaminación de ese día, tienen razón los que protestan por esto, pues con un solo día sin carros el planeta no se va a aliviar. Lo que se pretende es que comprendamos lo que le está pasando al planeta, lo que le hemos hecho y le estamos haciendo a la Tierra con el consumo desaforado de combustibles fósiles, que entendamos la forma como contribuimos al calentamiento global y, por tanto, al desastroso cambio climático.
El Día sin carro es solo un ejercicio de cultura ciudadana, un aprendizaje, una concienciación de lo que estamos viviendo a diario a cuenta de nuestro desgaire, nuestro desinterés, nuestra desidia y nuestra indolencia con la ciudad y su medio ambiente.
¿Cómo somos capaces de montarnos dos o tres horas en una bicicleta los días sábados, domingos y festivos para hacer deporte y desechamos la posibilidad de montar todos los días en ella para ir al trabajo o al estudio? ¿Cómo somos capaces de salir todos los días, o tres o cuatro veces a la semana, o los fines de semana a correr, en la práctica moderna del running, durante una hora o más, y nos olvidamos de ir al trabajo caminando en una ciudad tan pequeña como la nuestra? Eso no es más que falta de conciencia, indolencia con el medio ambiente de la ciudad.
El Día sin carro no es para salvar la Tierra de la contaminación en ese día, sino para concientizarnos, para alivianarnos, para darnos cuenta del mal que le hacemos al entorno donde vivimos. Es, repetimos, un ejercicio de cultura ciudadana, de amor por la ciudad, de aprendizaje de la ética civil y del respeto por el lugar donde vivimos.
Porque, además de esos aprendizajes, de ese ejercicio de cultura ciudadana, es un día para encontrarnos en las calles y los andenes, en los parques, para saludarnos y sonreír, un día para celebrar la vida y comprender que no estamos solos, que somos una comunidad, que podemos convivir en paz y en solidaridad en este hermoso paraíso que nuestros pies tienen el privilegio de pisar, de andar y de disfrutar. De manera pues que apliquemos, este Día sin carro y sin moto, el ejercicio pedagógico de la cultura ciudadana.