Miguel Ángel Rojas Arias.
En Armenia se siente el aroma del mejor café del mundo. En su estación climática de pocas lluvias, la ciudad es blanca de luz y azul de cielo, pero también es verde de montañas y de bosques. Y en sus calles y avenidas, en sus parques y caminos, por esta época, la ciudad se viste de rosa y de lila.

Decenas de guayacanes de color rosa y también lila, desprenden sus hojas y dejan ver el esplendoroso espectáculo de flores que el viento abraza lentamente, y pareciera que, en medio del sol y el calor, hubiera una lluvia de colores que empalaga las plazas y las calles y los patios

La ciudad está bañada por 53 quebradas y un río, que forman las hondonadas donde habitan numerosas ardillas, zorros perrunos, zarigüeyas, lagartijas de suave piel y colores brillantes, e innumerables aves cantoras que con la luz del sol se tornan en maravillas iridiscentes. Además de grandes árboles maderables y especies de flora únicas. Y en cada quebrada y en cada relicto boscoso, aparece ese espectáculo del rosa y el lila que nos hace creer en Van Gogh y la magia de sus manos y su locura de luz y de color.

Una muchacha que lee recostada en un guayacán, rodeada de miles de flores que desplazan el verde, lo formatean y lo convierten en lila, es un poema de verano que en Armenia despiertan el deseo de vivir y de amar.

Una calle macerada de rosa, con flores que caen en el pelo de una dama, o que se convierten en tapete de transeúntes. Un puente peatonal que contempla inmóvil el espectáculo de los árboles que se desnudan con parsimonia, flor tras flor, formando una enorme baldosín rosa o lila en una calle donde los carros o las personas pisotean la ternura de esa naturaleza, casi como si no existiera.
Una muchacha que, en vez de deshojar margaritas despoja las flores de sus guayacanes, con el optimismo de hallar un amor, cuando el intenso verano busca las primeras lluvias de septiembre, eso es Armenia, una ciudad que por esta época se viste de rosa y de lila.



