Pedro Elías Martínez
Siendo el homo sapiens covidensis la criatura más peligrosa del mundo, unas entidades microscópicas lo han puesto cerca de la extinción varias veces. Virus y bacterias se vuelven cada vez más resistentes y su espectro de contagio no sólo abarca la plaga proveniente de animales, sino también de las máquinas.
El periódico “La Postverdad” confirma que a un caballero lo infectó un gusano de la red por el correo electrónico y fue necesario formatearlo a él y reiniciar a la esposa, para que el matrimonio volviera a la normalidad. Todo puede suceder con la IA.
Cierto político trajo de contrabando un robot para su UTL y lo programó como secretario privado. A los dos meses el padre de la patria observó que el robot se había contagiado del virus de la pereza legislativa y el androide se la pasaba tomando tinto todo el día y hablando sandeces. Con la IA no sabemos a qué atenernos.
Hasta ahora, las vacunas protegían a la gente de las pestes. Pero en el mundo existe una pandemia de odio contra la cual no hay antídoto. Una vacunación masiva de sonrisas podría al menos reducir la plaga, pero casi nadie sonríe. El odio es el virus del siglo XXI.
Con embargo o sin embargo, no todo ha de ser quejumbre, como decían los poetas reumánticos. De los tiempos en que las vacunas servían, leí el apunte del novio que por motivos económicos le tocaba irse a vivir a casa de la suegra. En el cumpleaños de ella, aprovechó la ocasión para estrecharla y así, como en broma, hacerse arañar de la señora.
― ¿Y para qué te hiciste arañar de tu suegra? ―le preguntó un amigo.
―Pues para quedar vacunado. Por si de pronto pasa a mayores y me muerde.
VIRUS
“Si constipado a la oficina acudo,
al primer estornudo
me llenan de denuestos y de oprobios
por estar esparciendo los microbios.
Y si en casa me estoy, bien abrigado,
el jefe me reclama:
Por un simple resfriado
¿y te quedas un mes guardando cama?”