Tantos motivos para la indignación

10 septiembre 2024 10:30 pm

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Reinaldo Spitaletta

Hay que seguir convocando a la indignación aquí y allá. Tenerla viva en el ahora y en la historia, que es una herramienta para desherbar el olvido. Usarla como un arma de la insatisfacción permanente frente a la injusticia, contra todas las inequidades y, en particular, como una manera eficaz de ponerle alguna talanquera a acciones inhumanas y aterradoras, como el genocidio, que parece haberse naturalizado, sobre todo hoy en la espantosa y prolongada agresión de Israel contra los palestinos.

En la primera década de este siglo, cuando hubo, entre otras aberraciones, la invasión imperialista estadounidense a Irak, el movimiento de los indignados comenzó a visibilizarse con sus protestas universales. Igual, se enardeció la resistencia contra las humillaciones israelíes contra Palestina. Y en esos contextos, en que además se vociferaba contra la dictadura de los mercados, el neoliberalismo rampante y otros asedios contra los trabajadores, un destacado luchador contra la ocupación nazi en Francia, Stéphane Hessel, publicó en 2010 un alegato contra tantas infamias, titulado ¡Indignaos!

Era un llamado racional a la insurrección pacífica “para salvar los logros democráticos basados en valores éticos, de justicia y libertad prometidos tras la dolorosa lección de la segunda guerra mundial”, según lo calificó el prologuista del manifiesto José Luis Sampedro. Hessel, judío de origen alemán, declaró en su meditación que uno de las peores actitudes frente a las inequidades y todas las injusticias sociales era la indiferencia. Y, según dijo entonces, su principal indignación tenía que ver con las condiciones de Palestina y la Franja de Gaza, esta última “una prisión a cielo abierto para un millón y medio de palestinos”.

Ya se calificaba como “crímenes de guerra”, inclusive por personalidades judías y hasta sionistas, como Richard Goldstone, toda la destrucción provocada por Israel a los palestinos. Aquel llamado a la indignación mundial todavía es válido, y más en estos tiempos cuando el mundo continúa engordando en desajustes sociales, y la concentración de la riqueza está en pocas manos, a cargo de transnacionales y magnates, dueños de medios de comunicación, de las farmacéuticas y de otros monopolios, que imponen a su antojo el terror, la explotación de los pueblos y diversos saqueos.

Traigo a colación el llamado a la indignación promovido por el precitado Hessel porque, hoy, pese a todas las expresiones de solidaridad mundial con el pueblo palestino, parece que las protestas masivas, los llamados al boicot a compañías que patrocinan a Israel, la condena al genocidio, el asunto parece apenas un paisaje de desolaciones, pero sin una efectiva y concreta posibilidad de frenar los crímenes masivos de niños, mujeres y ancianos palestinos. Esas demostraciones dan la apariencia de inanidad. Y son motivo de burlas de parte de Washington y la Unión Europea, patrocinadores de la barbarie.

No solo hay que llamar a la indignación, sino ejercerla. Hessel, en su momento, lo hizo evocando figuras como Mandela y Martin Luther King. Hoy hay que preguntarse si, en efecto, la historia de las sociedades sí progresa, o se mantiene en un oscurantismo prolongado, promovido por los dueños del mundo, por los que detentan el poder aquí y allá. Walter Benjamin advertía que el sentido de la historia es la marcha inevitable de catástrofe en catástrofe, según lo recordó Hessel en su alegato. Y resuena una inquietud, vieja por lo demás: ¿cuándo los vencidos, los pueblos, los olvidados, serán los dueños y protagonistas de la historia?

Mientras tanto, la indignación sigue siendo una legítima forma de oponerse a los atropellos. A las imposiciones del mercado, del imperialismo, del colonialismo de nuevo cuño. Por estas geografías, de tantas miserias y tantas riquezas, la convocatoria ya un tanto olvidada de Hessel es una premisa válida. Indignarnos ante la presencia, a veces sutil, en otras muy evidente y agresiva, de poderes externos sobre nuestros destinos.

Cómo no indignarse, por ejemplo, contra las continuas imposiciones a países como el nuestro, que sigue girando en la órbita de la metrópoli estadounidense, o atendiendo a lo que ya hace más de un siglo un presidente gramático señaló cómo era que había que mirar la estrella del norte. Y en esas estamos, cumpliendo con el mismo servilismo, ya ancestral, las orientaciones del Fondo Monetario, del Banco Mundial, de la Ocde, y haciéndole la venia a la presencia e injerencia militar del imperio y su Comando Sur.

Así que, por estas coordenadas, los llamados a tener una prensa independiente, (la que domina, tendenciosa y vil, es propiedad de unos cuantos dueños, que manipulan e imponen su “opinión pública”); a la “instauración de una verdadera democracia económica y social”, a tener una auténtica autodeterminación y defender la soberanía, siguen siendo válidos y necesarios. Son motivos justificados para el ejercicio de la protesta masiva, de las demostraciones de desobediencia civil y de resistencia popular.

Los combates por la libertad y contra la mentira siguen en primera línea. Hay suficientes motivos para la indignación, en particular en esta parroquia, que sigue postrada ante los dictados del muy viejo y expoliador Tío Sam.

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