Por
Francisco A. Cifuentes S.*
“Todavía me habita El niño
el niño que hablaba Con las
bestias de carga Y con los pájaros”
(Todavía. FER)
Presentación
El profesor Fernando Cardona Gómez lleva un poco más de medio siglo observando cuidadosamente el territorio y la sociedad tebaidense; así, despacio y parco como parece en su tímido vagar por las calles del municipio; solo oteando y aparentemente colocándole cuidado únicamente a su mascota. Pero no, es más intencionado en sus avistamientos urbanos; pues tiene una magnífica cultura literaria y una sensibilidad social, que le han permitido retratar de una forma minuciosa todas las características culturales de su querido terruño; que, con problemas y vacíos, hoy es una pequeña ciudad, muy bien conectada con el resto del país y, por lo cual aquí confluyen muchos personajes, tipologías y características de la nación entera. Todo lo anterior lo ha vertido en sus libros titulados sencillamente: “Te. Cuentos y poemas” (Santa Cruz Editores. Armenia. 2021) y “Tebaida en cuentos y poemas” (Santa Cruz Editores. Armenia. 2024).
Su digno oficio de maestro (cfr. Relatos “La Maestra” p.22, “El Maestro” p.37, “El Colegio” p.109 y el poema “Escuela” entre otros versos p.213), su sencillez ciudadana y su humildad están profundamente marcadas por el noble quehacer de la lectura y por la brega de la escritura como nos lo ha demostrado en los dos libros que ha presentado a la sociedad quindiana, enriqueciendo así la literatura de esta región; con un estilo propio caracterizado por la narración breve y precisa, por el retrato adecuado de las personas de su entorno; los sucesos locales más propios de la cotidianidad y los que han marcado historia regional como tal; las característicos mínimas y fundamentales del paisaje que nos hace distintivos de otras latitudes y las cualidades exactas del urbanismo y la arquitectura locales. Al respecto, pudiéramos atrevernos a calificarlo de literato minimalista, sin desvalorarlo de ninguna manera en el
tratamiento de los temas, en la redondez de las narraciones y en los pormenores de los hechos y cualidades de sus personajes.
Formación y Herencias literarias.
FER, como se autodenomina o como es tratado familiarmente, es una palabra precisa y contundente. En ese auto calificativo y en las cualidades básicas de su escritura, se cuelan los elementos del gran escritor Jorge Luis Borges; precisamente a quien le dedico su tesis de Maestría en Enseñanza de la Literatura. Pues el maestro argentino, que ambos admiramos y conocemos, se distingue entre otras cosas, por no abusar de los adjetivos, por tramas cortas, por tratar lo humano local, pero advirtiendo en el fondo las características universales del género. Esa precisión del cuento borgeano permite ser rastreada en la escritura de nuestro escritor Fernando. Pero, además, este en el trabajo mencionado centró sus análisis de objeto y sujeto, en las condiciones femeninas y, en el libro que hoy presentamos aparecen muchas señoras, monjas, matronas, prostitutas, oficios de señoras, señoritas, maestras y otras damas muy bien perfiladas; rescatándolas literariamente del tradicional anonimato histórico y social; que, aunque veladamente, sus pinceladas le permiten al lector, inmediatamente distinguir quienes eran o son en la vida real. En este tema, de la escritura sobre lo femenino, creo que Fernando es uno de los pioneros en el Quindío; pues nuestra literatura ha sido básicamente de hombres y para hombres. Pero esto, además puede provenir de las características y las filiaciones familiares, en las cuales hay una marca muy interesante del lado femenino, empezando por su madre, sus hermanas y retrotrayéndonos hacia sus abuelas y tías, que dejaron huella en una época de la naciente sociedad tebaidense. Mucho de eso existe en sus escritos. Al respecto, entre otros poemas, leer con cuidado el titulado “Mujeres” (p.211) y el relato “Maternidad” (p.100), entre muchos otros.
Es en la ciudad de Armenia, entre las librerías, donde he conocido más a Fernando por su bibliofilia, sus delicados gustos literarios, su forma de hurgar entre los estantes donde el ve lo que otros no distinguen, por su conversación culta sin altisonancias ni alardes; pero sobre todo por su gran amor a la lectura; de lo cual es un apasionado sin ambages. Como es narrador y poeta, más no tratadista, en él no se advierte la cantera de sus lecturas ni la pléyade de sus escritores preferidos; pero cuando uno aprecia la limpidez del lenguaje y su maestría, esto solo puede venir de un “ratón de biblioteca” como decimos popularmente; pues quien se atreve a escribir así es porque ha amado los textos y con esos ojos ha visto su entorno, para poder ir delineando paso a paso los hechos y las personas de una sociedad aquí muy bien retratada; lo que indiscutiblemente va a quedar para la memoria popular y, ojalá, también para las mentes más cultas de la región. Leyéndolo así, me he acordado del italiano Umberto Eco en su magnífico texto La Memoria Vegetal, donde clasifica y caracteriza los lectores y los libros y por lo cual deseo adherirnos a esa clase tan especial de buscadores de textos, de coleccionarlos y penetrar en ellos con un placer infinito; que por último termina produciendo en nosotros esa necesidad íntima de escribir para dar cuenta también de nuestro mundo local y familiar.
Relatos y poemas sociológicos e históricos.
Es importante realizar una cuidadosa lectura de sus libros desde la historia, la sociología y los estudios culturales, en los siguientes aspectos, someramente resaltados aquí: si una persona, tanto estudioso como lector sencillo, desea saber cómo es la sociedad tebaidense, aquí puede sacar conclusiones muy interesantes, porque los rasgos identitarios de su gente van apareciendo uno a uno en sus relatos y en sus poemas. Si lo que se quiere es agrandar el acervo de conocimientos históricos locales; allí nos vamos a encontrar con sucesos y personajes, que otros podemos datar y clasificar; pero que por vía de la literatura allí están brevemente descritos, pero señalando su impacto y su importancia en el devenir histórico municipal. Pero si tratamos de hacer una pesquisa acerca de la mentalidad del pueblo (cfr. Relatos “De asustos y aparecidos” p. 15, “Loritos de la fortuna” p. 25, “La bruja”
p. 36, De asustos y aparecidos 2” p. 107 e “Iconografías” p. 135 y el poema “Vuelve a la calle Emilia” p. 175, entre otros), de sus mitos, creencias, folclore, leyendas, religión, iconografías y maneras de vivir y morir (cfr. relatos “Los Muertos” p. 81, “Los pobrecitos muertos” p.88, “Los muertos vuelven p.153 y “Maneras de Morir” p. 154 y los poemas “Si me muero” p. 169, “Tantos muertos” p.175 y “Los muertos” p. 198), es preciso acudir al texto para analizarlo desde la óptica de los estudios culturales. Lo que deseo apuntar aquí, es que no se trata de escritura, factura y contenido de simples narraciones cortas y bellos poemas para loar lo pueblerino; si no de piezas narrativas que encuadran dentro de otras perspectivas intelectuales mayores.
Por el territorio de la memoria.
“Cuando niño, como todos, / Me hacía el muerto en la carrilera / Para que el tren me pasara por encima” (p. 18)
En sus libros Fernando recorre los territorios de la memoria (cfr. Relato “Infancia” p. 94 y poema “Infancia” p.208), los paisajes de su pueblo (cfr. Poemas “Haciendas” y “Frutos de mi tierra” p. 216y otros) y todas las condiciones humanas que las va a encontrar en hombres y mujeres de carne y hueso; pero por medio de un solo nombre, una sola letra, una característica especial, un oficio o un remoquete tradicional. El resto de la tarea la puede realizar el lector, acudiendo a su conocimiento de las personas, los sitios y las épocas vividas en su municipio. En escritor insinúa, recuerda, da señales y nombra a su manera, en muchos casos con discreción, lo que otros ya habían olvidado. Y esta es una de las labores más bellas de la literatura. Hacer arqueología de la memoria popular y elevarla a literatura como tal.
Desde la cultura popular.
“La risa lúgubre del currucao / a media noche. / Mariposas nocturnas rondando
/ Los espejos empañados por la luna” (p. 165)
Estos dos textos constituyen todo un viaje por la cultura popular. Nos pueden recordar la picaresca del Siglo del Oro español, las fuentes del cancionero gitano en las que bebió García Lorca para su poesía y su teatro, las crónicas de Indias por las cuales conocemos usos, personajes y costumbres de loque hoy ya es historia nacional. Pero
es bueno decir, que en todo esto también Fernando puede estar emparentado con los cronistas y cuentistas antioqueños, caldenses y quindianos de otrora, con temas y estilos más costumbristas, donde FER ya se distancia porque no pertenece a lo que se conoce en literatura regional como los “Clásicos Maiceros”; pues él es moderno y sus temas y personas son de la segunda mitad del siglo XX y los inicios del siglo XXI; mientras Carrasquilla, Efe Gómez, Adel López Gómez y los Jaramillo Ángel, entre otros, nos contaron de manera graciosa sus aventuras y observaciones de la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.
Mas urbano que rural.
“Aquí en el parque ensartando / Recuerdos de un T, que no existe / Pero cuya impronta persiste / En el álbum fotográfico de la memoria” (p. 178)
Por estos cuentos y estos poemas van pasando las tipologías humanas, la arquitectura, los hechos, las anécdotas, las leyendas y todo lo que con los años se ha venido convirtiendo en mitos rurales y urbanos de una sociedad local, pero entrelazada de esta forma con las mentalidades y creencias de otros lares de la tierra. Cuando el narrador y poeta tebaidense habla de “Mi pequeño teatro” (cfr. Relato p. 59), es el de los demás habitantes del municipio. Sus actores y personajes hemos sido todos, empezando por los abuelos y los padres. Sin embargo, muchos aún están actuando en este teatro de la vida real municipal. Hay que ir atento por las calles, carreras, plazas, casas, familias, edificios, centros educativos, administración municipal y vericuetos de la memoria individual y colectiva, para poder apreciar esta dramaturgia que con minucia artística nos da la pluma de este escritor tebaidense (cfr. Relatos “La casa” p. 40, “La estatua” p. 73 y “La plaza” p. 109, y los poemas “Machito”
p. 185, “La estatua” p. 196, “Calle del matadero” p. 202, “Guía turística de T” p. 207, “Galería 1” p. 226 y “Galería 2” p. 229)
Es preciso catalogar este trabajo como pequeñas piezas literarias o retablos narrativos o cuadros de costumbres, un tanto como a la vieja usanza de los escritores y cronistas de la Colonia y los primeros años de la República, pero con lenguaje moderno, giros lingüísticos contemporáneos y las visiones de un maestro y ciudadano, caracterizado como gran observador del discurrir provinciano, con la pulcritud de un gran lector y conocedor de la literatura de todos los tiempos. En este sentido, también puede clasificarse su obra dentro de la tradición del cuento corto, la semblanza, la microhistoria novelada y poetizada. Por eso mismo, también puede ser un tanto garciamarquiano; pues hay personajes, noticias, reporteros ambulantes (cfr. Relato “Noticiero” p. 19), crónicas que van y vienen de boca en boca; por su puesto tradición oral y tramas literarias que son verdades reales e históricas. Al respecto viene a mi memoria una frase del gran Gabo: “La literatura esta tirada en las calles, lo que hay es que aprender a recogerla”.
Hay bichos de ciertas épocas (cfr. Relato “Insectos” p. 96 y otros), de algunos parques y sembrados, existen animales que acompañaron personas conocidas y otras que fueron bautizadas por su similitud con algunos cuadrúpedos. Fernando rescata algunos oficios, ciertos apodos, funcionarios de leyenda y las fotografías ya históricas
que hacen parte de la memoria visual del poblado. Referente a la memoria de los olores y los sabores, que se nos quedan en el cerebro y nos remiten a una época y a ciertos sitios reales, me parece regresar a la lectura del libro “El olor de la guayaba” de García Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza. Cuando veo sus escritos que acuden a algunos colores de la arquitectura del municipio, rememoro algunos estudios y documentales sobre los colores de Bogotá y otras localidades. Con lo anterior deseo señalar que alguien pudiese catalogar de provincialismo y localismo a ciertos cuentos y poemas donde aparece lo ya expresado; pero todo esto ya está inscrito en cierta tradición literaria y cinematográfica nacional y mundial. Por eso sus obras hay que contextualizarlas para valorarlas mucho más.
Habemus gran poeta
“Nunca caminé el amar, / para qué tanta agua / nunca caminé el aire / para qué tanta nube. / Nunca pisé el desierto, / para qué tanta arena. / Lo único que camino es tu cuerpo en la noche / Cuando los dedos de mis manos / Como bordón de ciego / Reconocen los accidentes / De tu ignota y secreta anatomía” (p. 170)
Por mi proclividad al ensayo he querido aventurarme a tratar de explicar sus dos libros desde una perspectiva más cultural; pero mi amor por la poesía ha querido detenerse y extasiarse en los bellos y profundos poemas de los dos libros de Fernando. En alguna ocasión leí en la radio y me réferi a los contenidos en su primer texto; pero los últimos “casi poemas” como el modestamente los califica, son para mi toda una belleza. Hay muchos descriptivos de personajes, sucesos y sitios del municipio; pero lo hace con memoria de infante, adolescente y hombre culto y mayor. Contiene figuras hermosas, es muy tierno, bastante cuidadoso de la forma y el tamaño, dándose por supuesto libertades en la rima y el diseño. Las mujeres y el amor se pasean de forma romántica y delicada, así sea para referirse a doncellas o a otras damas de menor fortuna en la sociedad.
El tema de la muerte es constante y, por eso mismo acude a la memoria de los difuntos para recrear sus estimaciones y paisajes más queridos. Sin ser deísta, manifiesta su misterio ante la parca y sus formas:
“Cuando vean que la muerte / Insiste en buscarme a mí, / díganle que haga memoria,
/ que hace años que partí” (p. 2229)
Hay risa, crítica social y política, encuentro cierta ironía; pero todo es bastante lírico. Trascendió las generaciones poéticas quindianas más tradicionales en su manera de ver el paisaje y el amor. No es críptico como muchos poetas actuales de la comarca. Es claro, bello, sintético, no abusa de los términos y en casi todo simplemente desea versificar sobre su pueblo y sus “afinidades electivas”. Es muy diferente a otros poetas quindianos que admiro mucho; pero valga la pena insistir, en que es totalmente diferente. Permítanme finalizar esta reseña con una pieza trascendente: “Si una tarde cualquiera / lo ves venir con flores, / le dices que no hay muerto/ que he sobrevivido” (p. 173)
*Miembro del Centro Local de Historia de La Tebaida Q.
Miembro de la Academia de Historia del Quindío