Hans-Peter Knudsen*
Las noticias nacionales de estas últimas semanas solopueden confirmar que nos hundimos en una crisis cada vez más profunda. El sentimiento generalizado de zozobra, impotencia, desconcierto, rabia, frustración e incertidumbre crece cada día, a pesar de haber creído que no podíamos ser testigos de casos más escandalosos y más graves que los del día anterior (ya ni siquiera los de la semana anterior).
Comprobamos que la anarquía, el desgobierno, la corrupción, el incumplimiento, la trampa y tantas otras realidades diarias, en lugar de disminuir crecen desbocadas ante nuestros ojos incrédulos.
En medio de esta tempestad sin antecedentes deberíamos darnos el regalo colectivo de hacer un alto en el camino, de respirar profundamente y de comenzar de nuevo. Comenzar de nuevo de manera distinta, con un cambio verdadero, con reflexiones fundamentales serias, con ejercicios incluyentes de pensamiento sobre nuestro modelo de sociedad, con la identificación de unos mínimos no negociables de convivencia pacífica definidos y aceptados por todos, con la primacía del interés colectivo, con la mirada puesta en el bienestar social generalizado, con la aspiración de lograr rápidamente una gran clase media que pueda vivir con dignidad y con esperanza de presente y de futuro.
No más búsqueda de nombres, no más ansiedad por identificar al líder que nos va a solucionar los problemas de un día para otro (o de un periodo gubernamental al otro), no más trasladar esa responsabilidad, que en buena medida nos recae a todos y cada uno de nosotros, a un “iluminado” a quien le entregamos el poder, dando por cumplido nuestro deber hasta dentro de un par de años.
No existe en todo el planeta ese líder que sea capaz de solucionar nuestros inmensos retos en menos de, por lo menos, dos generaciones completas. Mucho menos en los respectivos periodos de gobierno. Nuestras dificultades tienen raíces profundas y fuertes, alimentadas largamente con nutrientes venenosos (desigualdad, narcotráfico, corrupción, educación de pésima calidad, nutrición deficiente, etc. etc, etc….). Sin una identificación clara, construida conjuntamente, del camino a largo plazo que requerimos seguir, no lo lograremos. ¡Y esto no puede depender de un superhéroe! No existe, no es realista, no es posible. Menos aún si ni siquiera sabemos a dónde queremos llegar como sociedad. Por el contrario, hábilmente se han profundizado las diferencias, se ha exacerbado la confrontación social, la racial y la regional.
Mientras quienes ostentan el poder transitoriamente terminan esta larga y oscura noche tenemos que ir construyendo colectivamente la luz al final del túnel, para volver a ver el renacer de los días como queremos, y como nos merecemos, los colombianos. Es una tarea titánica, es un reto de supervivencia, es un llamado de urgencia.Reconozcamos que no fuimos capaces con el modelo actual, dependientes de un liderazgo personal de quien esperamos, y exigimos, lo divino y lo humano.
Llegó la hora de remangarnos intelectualmente para poner,alrededor de una mesa de diversos, la realidad de nuestra Nación. Desde lo central y desde lo regional, desde la sabiduría ancestral y desde la ciencia global, desde la experiencia del campesino por generaciones y desde el conocimiento del ingeniero de frontera, desde la mayor cantidad de visiones, conocimientos y experiencias hasta el inconmensurable valor de lo humilde y lo sencillo.
Estoy convencido de que esto que suena complejo, incluso para muchos imposible, es viable. Hace unos años tuve la oportunidad de dirigir un proyecto para tratar de identificar, desde las regiones, unos “mínimos de convivencia pacífica no negociables”. De ese maravilloso y único ejercicio me llevé enseñanzas inolvidables. Como la de aquel minero “ilegal” en el Chocó quien me dijo “Doctor, me siento como un carro viejo” cuando yo estaba haciendo la introducción y presentación del Taller que íbamos a hacer en los siguientes dos días. Ante mi sorpresa inocultable, y mi pregunta “Cómo así?” me respondió: “carro viejo porque aquí nos tienen de Taller en Taller. Viene Naciones Unidas, vienen las universidades, viene todo el mundo a hacernos talleres y aquí no pasa nada. El carro viejo sigue dañado”. Volvemos a aquello de mucha iniciativa y poca acabativa.
Si un grupo de personas bien distintas, en todo sentido, vamos caminando por alguna de las calles de nuestro país y vemos a un ser humano dormido en la acera, estoy seguro que, independiente de nuestra ideología, de nuestra visión de sociedad, de nuestro origen y nuestro presente, fácilmente nos pondremos de acuerdo en que no le vamos a quitar la vida, no lo vamos a asesinar, por estar dormido en la calle. Muy seguramente coincidiremos en un “mínimo no negociable de convivencia pacífica” que nos lleva a estar todos de acuerdo en el “respeto a la vida humana”. Sobre esta base podremos ir construyendo. Por ejemplo, podemos identificar si nuestro respeto a la vida humana se limita a no quitar la vida o si somos capaces de elevar ese respeto a un nivel de dignidades mínimas. Soñemos con que seamos capaces de enriquecer ese mínimo no negociable con un acuerdo final sobre una sociedad capaz de lograr para todos sus ciudadanos “una vida humana digna”. Sobre este concepto podremos ir definiendo el concepto de dignidad (para nuestra sociedad no es aceptable que un ser humano deba dormir en la calle a la intemperie). Lo podremos hacer también con el concepto de necesidades (maravillosa orientación nos puede dar la pirámide de Maslow), el concepto de derechos y deberes, el concepto de recursos naturales, de medio ambiente, de cero tolerancia a la corrupción y tantos otros.
En el momento en que tengamos esto claro dejaremos de buscar al superhéroe, al líder iluminado, al nombre que nos resolverá todos los problemas, para buscar a los equipos que estén en capacidad de hacer realidad nuestra construcción colectiva de sociedad.
Otros países lo han tenido que hacer a la fuerza y confrontados con la necesidad única de supervivencia. Recordemos la Europa después de la segunda guerra mundial. En ese momento, entre los vecinos, ya no había el de derecha o el de izquierda, el local o el migrante, el ejecutivo o el obrero. Existían seres humanos luchando por no morir. Solamente lo lograron en equipo. Al punto que países archienemigos fueron capaces de unirse para iniciar la reconstrucción de la Europa destruida. Lo hicieron a través de la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, ni más ni menos que Bélgica, Alemania, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos, a través del Tratado de Paris el 18 de abril de 1951. Se puede decir que esa fue la semilla para una Unión Europea poderosa y con altísimos niveles de bienestar para sus ciudadanos.
No esperemos a tocar fondo. No actuemos por necesidad de supervivencia. Iniciemos ya este camino largo y difícil, pero iniciémoslo.
¡Reflexionar racionalmente es el primer paso para actuar acertadamente!
*Rector Universidad del Rosario (2002-2014), Embajador de Colombia en Alemania (2018-2022)