Por Manuel Tiberio Bermúdez.
Levanté la taza. El olor de chocolate recién batido llegó a mi nariz, suave, provocador. Intenté darle un sorbo pequeñito para evitar el quemonazo.
Entonces y para mi mala suerte, recordé la lectura de la noche anterior. El chocolate —decía el texto—, aunque es de origen vegetal con beneficios para la salud, la mayoría de los que venden en el mercado cuentan con una cantidad escasa de cacao y, en cambio, tienen azúcar y grasas hidrogenadas “a la lata”, y ambos son nocivos.
Dejé la taza humeante sobre la mesa, fui a la nevera y saqué un pedazo de carne con la intención de desayunar con una buena porción. Otra vez mi conciencia lectora me gritó: recuerda que la carne es posiblemente el alimento que más pesticidas, antibióticos, fármacos y hormonas tiene.
Maldije en voz baja, no los productos, sino el haber leído el maldito artículo aquel.
Decidí entonces tomar, aunque fuera, un poco de leche para disipar el hambre que ya empezaba a atormentarme. Serví un vaso y me disponía a disfrutarlo cuando se me apareció la charla que escuché en Youtube: “Un veneno llamado leche”, de un especialista en obesidad y metabolismo, quien asegura que ingerirla es muy perjudicial para la salud y que la leche de vaca es para los terneros y no para los humanos.
Ya me estaba poniendo de mal genio y opté por unas fresas para calmar el hambre. Recordé otro video que señalaba que esta fruta contiene hasta 20 pesticidas diferentes y que el 90% de estos frutos tienen signos de restos químicos que minan la salud.
Bueno, aunque fuera unos tomates con aceite de oliva, me permitirían disminuir el hambre. Pero apareció el recuerdo de otro video. En él aseguran que los tomates maduros son llenos de pesticidas y que para colmo de males como tienen una piel tan fina, los residuos químicos se mantienen en la fruta aun después de pelarlos.
Cerré los ojos y pensé: lo que agarre al azar me lo como. No hay de otra.
Abrí la puerta de mi alacena, introduje la mano con cuidado y sentí el contacto con una pequeña caja de metal. —Atuncito —pensé.
Jalé el seguro, tomé un plato aún con los ojos cerrados, vacié el contenido y… me supo a gloria. Lo saboreé lentamente, con deleite y solamente hasta cuando quedésatisfecho abrí los ojos: @&%”&%$ grité: me desayuné la comida del gato.