Los 14 diplomas

19 agosto 2024 10:30 pm

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Lisandro Duque Naranjo

Mi primer viaje a París fue en 1975. Estuve allí una semana alojado en el apartamento del escritor Eduardo García y su compañera por entonces. Estaba de moda el terrorista venezolano ‘Carlos, el Chacal’, y a uno, como latinoamericano procedente de Bogotá lo trataban como sospechoso desde el aeropuerto. Además, en Francia no tenían mucha noción geográfica de la distancia entre Bolivia y Colombia, así que era fácil que la gente radical y la policía migratoria pensaran que uno había alcanzado a estar en la guerrilla del Ché, o en la de Marulanda. Y encima de eso, el suscrito, por lo menos, pernoctaba en la Ciudad Luz, rumbo a Moscú, no a traer ningún oro, sino para participar en el Festival de Cine. Los latinoamericanos emanábamos, pues, un aire étnico y épico. Los sindicalistas nos invitaban a tertulias en las que chicaneábamos poco menos que dando instrucciones sobre cómo conformar grupos clandestinos. Nos invitaban a almorzar en los comedores de La Sorbona, lo que nos daba un caché académico.

La población afro, obviamente, no era tan abundante como ahora. Grupos de ellos monopolizaban los andenes de las entradas del Louvre ofreciendo colmillos de elefante -alguna gente decían que eran falsos-, para turistas incautos. Y otros expendían en las calles casetes con selecciones de piezas de Édith Piaf, Yves Montand y Juliette Gréco. Los argelinos, en cambio, tenían montadas sus tiendas de barrio y surtían de abarrotes, enlatados, grano, etc.

En dos viajes adicionales, en el 83 y el 89 -los últimos de mi turismo parisino-, las cosas no cambiaron, solo que los latinoamericanos ya habíamos pasado de moda en rango ideológico y los colombianos, por lo menos, habíamos sido degradados a narcos.

Obvio que estas parecen evocaciones de un París ingenuo, aunque ya mayo del 68 había alterado hasta la raíz a la ciudad, al país y digamos que hasta al mundo. Pero nada de esto tiene que ver con la urbe espléndida que se nos apareció por televisión en estos juegos olímpicos del 24. El paisaje humano ahora es otro: se advierte una generación afro-asiática-europea, migrante desde los abuelos, decantada y reconocida, disputándose las medallas de las naciones principales de Europa, América y Oceanía. Ghana, Kenia, Etiopía, Senegal, se convirtieron en propietarios del atletismo y ya no puede decirse que porque se han entrenado persiguiendo ciervos en las sabanas. Deben hacer hasta tutoriales. En cuanto a los suburbios, con los afros llegados en los últimos años, son inexpugnables y guerreros.

Las medallas colombianas nos hinchan de orgullo: Yeison López en pesas, plata; Mari Leivis Sánchez, pesas, plata; Tatiana Rentería, lucha libre, bronce. La sorpresa fue Ángel Barajas, plata en gimnasia artística, de Cúcuta. Barajas es un hijo de la tradición de Jossimar Calvo, cucuteño también, quien incursionó solitario en un deporte sofisticado del dominio de Europa del Este y Estados Unidos. Luisa Blanco, gimnasta, “se apareció” entre ese grupo selecto, y lo hizo con excelencia, dando la talla. Ignoro la mediocridad de ciertos periodistas que demeritan la no ganancia de más oros, y la obtención de 14 diplomas. Las propias autoridades olímpicas se inventaron este galardón, que es una honra ahora cuando se creció el número de atletas.

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