Resiliencia en ruedas

Un texto de Juan Carlos Jaramillo. Editado por Cafe& Letras Renata. Taller de escritura creativa.
17 agosto 2024 11:39 pm
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En la época más cruda y crítica de la pandemia cuando todas las personas debían estar en sus casas, para mí fue algo normal cumplir porque siempre he vivido solo. Vivo en un sector privilegiado con supermercados, restaurantes, bancos, mensajerías, centros comerciales, centros médicos, avenidas, parques para el ejercicio, además de los carretilleros que ofrecen frutas, por lo que asumí sin mayores problemas la cuarentena.

Esto me recordó la frustración de cosas que hubiera podido realizar mejor. Para despejar un poco la mente y salir de pensamientos que me deprimían como la relación con la familia, decidí salir en bicicleta vía Circasia, Filandia y después bajar las faldas con destino a Quimbaya. Era el 28 de noviembre de 2020.

Uno de mis ejercicios favoritos es el ciclismo; un medio de transporte ágil, excelente para la salud y fácil de adquirir.  En medio de las cosas buenas y malas que recordaba, inicié el recorrido que me llevó a las peligrosas pendientes donde en un momento, como dicen, se me fueron las luces, y me caí aparatosamente provocando la fractura del fémur.

Gracias a Dios, unos conductores me ayudaron. me preguntaban qué día era, cuál era mi ruta, pero como yo no tenía idea de nada, entonces consiguieron una ambulancia que me llevó al hospital de Quimbaya, donde después de prestarme los primeros auxilios me remitieron a la clínica “Sagrada Familia” de Armenia, aunque yo creía que estaba en el hospital “San Juan de Dios”.

Recibí solidaridad de personas como Luis Eduardo, del cuerpo de bomberos, quien se encargó de guardar la bicicleta en la clínica y el doctor William Ramos que me operó. Mónica, dama que me hizo trasladar a un mejor cuarto al reconocerme: “Yo le he visto en la iglesia”, dijo. También recuerdo los compañeros de habitación que me proveyeron de lo que necesité o los amigos Clara Cecilia y Rodolfo Pérez, quienes siempre pendientes, se ocuparon de que una ambulancia me llevara hasta el apartamento.

Debo mencionar, si quiero ser justo, a los encargados de subirme hasta el cuarto piso donde vivo, porque como estaba en camilla, el esfuerzo tuvo que ser muy grande, porque por mi estatura, peso bastante.

Mi hermanita menor, Antonella, muy diligente cuidó de mí varios días, en lo referente a alimentación y otros, mientras mi tío Carlos se encargó de la aplicación de las inyecciones, hasta el 9 de enero de 2021, cuando mi otra hermana Johana, quien se encargó de todos los gastos de traslado, me hizo llegar a Bogotá en otra ambulancia, cuyo viaje duró seis horas.

Allí, luego de que el amigo Alex Ospina avisara que estuvieran pendientes y ya alojado en casa de mi hermana en compañía de mi padre, una vecina llamada Ofelia, era quien me aplicaba las ampolletas. Luisa Fernanda, otra amiga me prestó las muletas con las que caminaba poco a poco para ir a las terapias, donde me atendieron muy bien.

El estímulo de los míos fue la fuerza que sacó mi capacidad de resiliencia para volver a caminar, trotar, practicar el ciclismo e ir a las tertulias de “Café&letras Renata”, pero, sobre todo, doy gracias a Dios, que en realidad fue el artífice de mi recuperación y ahora continúo saliendo con un grupo de caminantes con quienes he vivido algunas aventuras que contaré en otra crónica.

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