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Recuerdos tristes pero inolvidables

Un texto de Álvaro Pineda L. Editado por Cafe& Letras Renata. Taller de escritura creativa.
10 agosto 2024 10:28 pm
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Don Álvaro, quien nos cuenta la siguiente historia, es una persona sencilla que se describe así:

“Siempre me ha gustado tener buena comunicación con la gente sin importar su, profesión o política, soy amigo del amigo, solidario, muy sociable. Me gusta conversar y disfrutar de las compañías».

Llegué a Pijao cuando terminé bachillerato en el Colegio Libre de Circasia. En 1970 empecé a trabajar en el Banco Cafetero del municipio y el 29 de septiembre de 1995, me pensioné. Llevaba cinco años en el municipio cuando, como en todo pueblo pequeño, el alcalde de Pijao quiso celebrar el 12 de octubre con la primera competencia náutica… y la última.

En la celebración del día de la raza de 1975, las autoridades, y el sector cívico acordaron realizar competencias náuticas en el río “Lejos”, una modalidad nunca antes vista en el municipio. La competencia se trataba de personas montadas en neumáticos que bajaban con el impulso del agua intentando no dejarse voltear, por eso lo importante era la habilidad del conductor y así poder llegar a la meta.

Hubo perifoneo invitando a la competencia, así que el 12 de octubre la mayoría de los habitantes salimos a verla. La partida se dio kilómetro y medio arriba del puente. Fue preciso ahí en el puente donde la gente se aglomeró debido a que allí se formaba un remolino y era difícil el paso de los competidores.

La casualidad hizo que justo en esos momentos pasara un entierro, en los que poquita gente podía pasar con el féretro y nadie cayó en cuenta del peligro debido al mal estado del puente.

La gente aglomerada esperaba ver la habilidad de Gallón que iba de primero, no alcanzó a comprender qué pasó cuando las cuerdas del puente se reventaron y todos fueron a dar al río. A unos los cogieron los cables y murieron instantáneamente, otros cayeron sobre las piedras o encima de los otros y el caudal del río se los llevó. Don Álvaro Orozco, uno de los muchos heridos, perdió el sentido, un ciudadano de apodo Pelayo, lo rescató y cargó en hombros hasta el Hospital de Pijao.

Como anécdota de esta luctuosa fecha, la hermana de Don Álvaro, de profesión enfermera, estaba en el parque principal del municipio cuando vio que traían a varias personas en hombros dijo: “¡mmm…! Esa gente ya se murió”, y unos minutos después identificó entre ellos a su propio hermano Alvaro.

La tragedia familiar fue grande. Él perdió el ojo izquierdo y mientras estuvo hospitalizado no reconocía a nadie ni coordinaba ideas. Únicamente se relacionaba con su esposa Luz Elvira y el Dr. Gustavo Román, siquiatra, con quien, por ser conocidos desde la juventud, estaba en el puente cuando sucedió el suceso en que resultaron heridos y luego se encontraron en la clínica del Seguro Social (hoy Sagrada Familia).

Luego de tres meses y medio de hospitalización don Álvaro regresó a trabajar en el Banco, hasta que se pensionó.

Luego de superar muchas dificultades, y como se dice, madurando junto a su esposa, apoyado por los suyos, llegaron a Armenia, la Ciudad Milagro donde sus hijos comenzaron a estudiar. Habían pasado cerca de cuatro años de haberse jubilado, cuando esa milagrosa urbe, donde había sembrado sus raíces, a la una de la tarde de un 25 de enero, fue sacudida con furia por un terremoto.

Ese día había acordado con su hija menor Lizeth Jazmín, compartir un almuerzo, se le hizo tarde por estar con unos amigos, y cuando la estaba llamando por teléfono, sintió el primer cimbronazo. En cuanto pudo se dirigió a ver qué había pasado con su familia, pero al llegar al Edificio El Prado, donde vivían, este estaba totalmente destruido.

Al ver las ruinas empezó a llamarlas como un loco y luego con otros vecinos voluntarios empezó a rescatar cuerpos, seguro de que estaban ahí. A las pocas horas, con los cuerpos sin vida de su esposa y sus dos hijas, lo único que hizo fue abrazarlas, besarlas y llorar.

A esa desdicha se sumó que los amigos con que compartía en su casa, casi todos compañeros profesores de su esposa, y la familia de ella comenzaron a desconocerlo, comprendió de verdad que amigos leales había pocos y en este caso solo me conservaba a mí. 

Muy difícil saber cómo hizo, qué hizo, si fue que algo hizo, para superar esta segunda tragedia que pudo haberlo destruido totalmente, pero Don Alvaro sigue compartiendo con algunos amigos y aparentemente se ve recuperado, pero nadie sabe lo de nadie.

Suponemos que tienen que ver en su proceso de vencer adversidades, tanto sus amigos leales, entre los que me incluyo como su actual pareja y un hijo, fruto de su nueva familia, porque, dicho sea de paso, mi querido amigo tuvo la suficiente resiliencia para reiniciar su vida y recrear un segundo hogar. 

En ocasiones va a observar el punto donde quedaba el edificio El Prado, o al cementerio a llevarles flores y se queda extasiado pensando en cosas que solo él conoce. Una vez me contó que ha soñado con su esposa y sus dos hijas, sobre todo en fiestas, pasándola alegre y bien, y me dice que, aunque sea solamente en sueños, ellas le están diciendo que están de acuerdo con lo que ha hecho con su vida y sonríe sereno. Lo admiro y sonrío porque sé que don Álvaro sólo le pide a Dios que le dé fuerzas para seguir siendo el mismo de siempre, sin odios, sin envidias, buscando vivir tranquilo.

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