Por Oscar Jiménez Leal
Iniciada la década de los años cincuenta del siglo pasado hizo presencia en Calarcá una numerosa familia venida del occidente de Caldas, huyendo de la violencia fratricida que ensangrentaba a los colombianos por esa época. Como era de la usanza en nuestros pueblos, acudimos los vecinos a darle la bienvenida y ponernos a sus órdenes. Se trataba de don Emilio García y su esposa Alicia Tobón con sus hijos, Lucelly, Roger, Ruby y Elkin, puesto que Gustavo, Gonzalo y María Elena García Tobón nacieron en Calarcá. La razón por la cual llegaron a esta ciudad y no a otro destino fue la de que don Efraím Tobón, el abuelo, los había precedido al instalar allí su establecimiento de comercio.
Para fortuna mía tuve el privilegio de su amistad con todos, pues con Elkin compartimos las aulas escolares de las primeras letras y la educación media, y más tarde compartimos también emprendimientos cívicos y sociales en favor de la ciudad. No obstante, fue Lucelly quien desde el primer día de su arribo se destacó por su temprano liderazgo en todas las causas altruistas en favor de la población desvalida que le valieron el merecido reconocimiento popular que le permitió más adelante ser elegida concejal, diputada, representante a la cámara, y después Gobernadora en la administración del Presidente López Michelsen y por último, embajadora en Honduras, donde pudo contribuir a la elección del ex presidente Gaviria como Secretario General de la OEA. Se hallaba en Colombia con motivo de la publicación de su libro sobre la Tutela en Colombia, cuando su vida fue segada por el infortunio criminal.
La Historia de las obras de progreso material y cultural realizadas con su valiosa participación en Calarcá, bien puede dividirse sin exageración alguna entre antes y después de Lucelly.
Mientras Lucelly copaba el espectro político regional con su liderazgo bienhechor, Roger, en paralelo, se preparaba para cumplir la eficiente labor social que efectivamente llevó a cabalidad en la facultad de medicina de la Universidad Nacional, y una vez terminado su ciclo académico, retornó a hacer su residencia en el Hospital la Misericordia, periodo después del cual desempeñó por un tiempo el cargo de médico Legista –el Instituto de Medicina Legal de hoy –.
Luego viajó a Houston, Texas, para cursar la especialización en Patología y regresar como profesor en la facultad de Medicina de Caldas en Manizales. En su trasegar docente fue designado Decano de la misma, por varios años.
Después abrió al público con indudable éxito su Laboratorio de Patología.
Nunca interrumpió su vínculo con la comunidad calarqueña ya que participaba con lujo de competencia en todas las actividades cívicas y sociales a las que era invitado, gracias a las suaves y buenas maneras con que trataba a sus semejantes y a las dotes de ciudadano ejemplar. Un caballero a carta cabal y un servidor magnánimo por su hondo espíritu humanitario. Por eso cerró su brillante ejercicio profesional como directivo del Hospital la Misericordia, donde había iniciado su apostolado, para coadyuvar en la solución de la más grave crisis padecida que lo llevaron a la intervención por parte de la Superintendencia Nacional de Salud, y que hoy goza relativa estabilidad. La nobleza de corazón no le permitió albergar el veneno del odio, la envidia o el rencor.
De Roger puede predicarse lo que dijo el poeta español Jorge Manrique en el entierro de su padre: “¡Qué amigo de sus amigos¡; ¡qué señor para sus servidores y parientes¡”.
Bogotá 1 de agosto de 2024