Por Manuel Tiberio Bermúdez
Dicen que «hijo de tigre, sale pintado»…y en este caso se cumple el refrán. A Carlos Ibarra lo conozco hace algún tiempo, cuando participamos en un taller de cuento dictado por Alberto Rodríguez. Allí destacaba por su contar, por su manera de escribir, por las ideas que surgían de su magín para proponer sus narraciones.
Carlos nació en Cali y es hijo del poeta Fabio Ibarra Valdivia. Ha hecho su camino de letras en solitario, apuntalado en las lecturas, en los talleres de escritura que él siempre recomienda, leyendo sin cansarse, y escribiendo sin parar.
Ese quehacer sin descanso y su entrega a la literatura le han hecho merecedor de varios premios. En 2013 se alzó con el primer lugar del VII Concurso Nacional de Cuento del Ministerio de Educación y RCN. En 2015, se quedó con el primer puesto del X Concurso Internacional de Cuento Ciudad de Pupiales, de la Fundación Gabriel García Márquez. Publicó en 2019 el libro de cuentos Hibris. En 2023 ganó el XXVI Concurso Colección Autores Vallecaucanos, Premio Jorge Isaccs. Ha publicado en las antologías Écheme el cuento, Colombia cuenta y Relatos siniestros y en las revistas literarias Horizonte Gris y Red y Acción.
Como para los lectores es mejor atender al escritor, vamos a sostener una charla con Carlos para acercarnos a su mundo, a sus manías de escritor, a su pensamiento sobre el oficio.
¿Carlos: cómo se encuentra con la literatura?
Mi encuentro con lo literario fue desde muy niño. Porque como usted sabe, mi padre, Fabio Ibarra, es poeta y en mi casa era común ver libros por doquier. Además, en casa siempre había amigos de mi padre que también hacían literatura. Mi niñez estuvo influida por esas actividades que tenían que ver con el acontecer literario.
Mi padre luego se va de la casa y nosotros conservamos algunos libros, pero yo ya tenía la inquietud de ese mundo que yo no entendía muy bien, pero en el que yo veía a mi papá y me atraía de forma especial…
Yo leía mucho, me encantaba la lectura. Recuerdo que por ahí a los 12 años empecé a escribir por primera vez. Eran intentos por contar historias, no sabía muy bien que escribía, pero no paraba de hacerlo. Por aquel tiempo escribía en cuadernos y a mano. Esa fue la época en la que adquirí el hábito de la lectura como parte fundamental de mi vida, y a la par, hacía el intento por llevar al papel historias que, en mi cabeza de niño, se me ocurrían. Básicamente, ese fue mi primer encuentro con la literatura.
¿Qué fue lo primero que escribió y que alguien le dijo que esos textos valían la pena?
La verdad es que mis textos yo no los mostraba. Para mí eso de escribir era algo muy íntimo y así lo hice durante mucho tiempo. Las personas que me conocían sabían que yo leía mucho, pero no sabían que yo escribía. Pues lo hacía como lo hago hasta el día de hoy: en la soledad de mi cuarto y por lo general a la madrugada.
Fue hasta muchos, pero muchos años después, que empecé a notar que había cosas que yo escribía que de alguna forma me generaban una especie de tranquilidad. En ese tiempo yo estudiaba en la universidad y envié un cuento a un concurso de RCN, un cuento que se llama La casa del negro, que tiene que ver con el conflicto armado.
Por favor, Carlos, haga una síntesis del tema
Es un cuento sobre un sargento del ejército que secuestran durante muchos años. Pero la historia no es sobre el suboficial secuestrado sino sobre la mamá que queda en casa esperándolo e intenta, en su casa, recrear las mismas condiciones en las que ellas creía que estaba su hijo en el monte. Ella llena la casa de maleza, se encierra, siembra árboles y trata de copiar el ambiente de su hijo secuestrado.
Eso fue como en el 2014, que el cuento resultó ganador de aquel concurso nacional de Cuento RCN y el Ministerio de Educación.
Fue para mí una experiencia que me cambió la vida totalmente, no porque yo haya ganado sino porque los jurados que eran Pilar Lozano, Andrés Felipe Solano y Fernando Quiroz de Colombia y Gonzalo Moure de España y Elmer Mendoza de México ponderaron mucho el cuento.
Cuando yo llegué a recibir el premio me sorprendió que hubiese tenido ese impacto y el alcance que tuvo.
Fueron varios sucesos que para mí en ese momento eran inexplicables, ya que yo no había valorado tanto el cuento para el efecto que produjo. Cuando me reuní con los jurados me decían: —Usted debe seguir escribiendo—. Ahí fue donde pensé: voy a intentarlo a ver qué sucede, ya que no tenía planes muy concretos en mi vida a futuro. Pero la gente que me conoce sabe que mi vida era muy diferente hasta antes de ganarme ese premio, porque decidí intentar prepararme para escribir: tomar talleres, aumentar las lecturas para ver que iba a hacer literariamente.
Cuando se tiene alguna aspiración, por mínima que sea en la literatura, algo en la vida de uno tiene que cambiar y empezar a dedicarle tiempo a ese oficio. En efecto, hubo muchas actividades que yo abandoné para tener tiempo y sentarme a escribir y ver qué podía hacer con esas ideas que me iban surgiendo.
Las derrotas abundan más que los éxitos
¿De dónde han salido los trucos del oficio que ha aprendido hasta hoy para hacer literatura?
La respuesta fácil sería que de las lecturas que uno hace, de la influencia de otros escritores… Es cierto que eso influye mucho. Es necesario ser un lector, por lo menos constante, para uno poder escribir algo. Pero también valoro muchísimo lo que ha sido mi participación en los talleres. Allí se aprende bastante y también he conocido gente muy pila, muy valiosa, con quienes he logrado formar grupos de trabajo, que son muy importantes porque son las personas que te corrigen, que te dicen con sinceridad cuáles son los errores en tu texto. Yo creo que es una combinación entre la lectura de autores consagrados, voces que aunque no sean muy consagradas, uno se halla por ahí y uno encuentra muy valiosas para aprender. Es una suma de talleres, de la práctica de estar en los talleres, meterse de cabeza en el taller y creerse el cuento de estar en él y también de los amigos que le ayudan a uno a construir sus textos.
¿Cuáles considera deberían ser los pilares en los que se debe mover un escritor para producir su obra, si es que los hay?
Yo no sé si existen esos pilares porque el proceso de producción es distinto. En mi caso han sido la lectura, los talleres, los amigos y tener resistencia al fracaso. Porque la mayoría de las cosas que uno escribe fracasan y muchos abandonan definitivamente el oficio.
Carlos, pero no es solamente el fracaso; es en ocasiones la angustia que deja el intento fallido en el escritor
No debería ser causa de angustia; pero a uno a veces le sucede. Yo he aprendido a no angustiarme y a entender que los rechazos y las derrotas que existen en el mundo de la literatura son parte del oficio, y está bien que así sea. Porque cuando sucede es también una invitación a que uno realice una introspección para evaluar qué se está haciendo.
Lo mismo debe ocurrir cuando se tienen pequeñas victorias, como cuando le publican u obtiene un premio. Esto debe tomarse con la misma calma con la que uno asume las derrotas, sobre todo, porque las derrotas abundan más que los éxitos.
Algunas gentes aseguran que para escribir es necesario haber vivido mucho, tener muchas experiencias. ¿Qué piensa?
No lo creo. Ahí está Rimbaud, por ejemplo, prácticamente un adolescente que hizo textos maravillosos. Algunos señalan que modificó la poesía y era un joven. No creo que haya vivido mucho cuando escribió lo que dejó para la posteridad.
Sin embargo, la experiencia hay que valorarla ya que hay escritores que han realizado su obra ya entrados en años. Pero la verdad, no creo que sea necesario haber vivido mucho.
Cuento o novela
Carlos, a usted, quienes le conocemos, siempre lo hemos catalogado como cuentista. Ha pensado en abordar la novela o la está trabajando o le gustaría escribir novela.
Sí, claro. Yo tengo escrita, que no publicada, una novela. Siento que es un borrador medianamente trabajado, pero he entendido que necesita mucho más trabajo. No tengo afán de publicarla, espero que si algún día siento que ya estoy tranquilo con ella y aparece alguna forma de publicarla lo haré.
Me siento muy cómodo en el cuento, no porque como dicen algunos sea más fácil. El cuento tiene sus dificultades. Uno se puede demorar escribiendo un cuento lo mismo que se puede demorar escribiendo una novela, así el cuento tenga 10 o 15 páginas. El cuento es más preciso, la novela más permisiva. Lo que sí creo es que la novela requiere de más disciplina y hacer planes de trabajo más concretos. El cuento, en ese aspecto, da más libertades. La verdad es que sí tengo novelas en mi cabeza, que espero algún día sentarme a escribirlas.
Y para quienes dicen que el cuento es más fácil que la novela, ¿qué les responde?
—Risas—. Yo no sé si el cuento sea más fácil que la novela. Son diferentes. Son narraciones, pero soy muy diferente en la forma, en la técnica. La novela, como es más amplia, hay que desarrollar más personajes y situaciones y escenas, seguramente en ese sentido la novela puede tener más complejidades. Pero el cuento no es fácil. Tiene momentos frustrantes.
No es lógico que uno escriba algo para engavetarlo.
¿A qué le apunta usted como escritor?
Yo no vivo de escribir. Soy un trabajador de la salud, hago turnos, etc. A lo que yo aspiro con la literatura es, ante todo, tener cada vez más tiempo para leer y en la medida de lo posible poder tener tiempo para escribir. Uno espera poder publicar lo que escribe. Recuerdo que mi padre un día me dijo: “no tiene lógica que uno escriba algo para engavetarlo, los textos por malos o perversos que sean merecen su oportunidad en el mundo».
Por ahora sigo trabajando; aspiro sí a encontrar el tiempo y el espacio para poder seguir leyendo y escribiendo con tranquilidad.
¿Cómo ve su evolución como escritor desde aquella época en la que escribía en cuadernos a hoy que es un escritor con premios?
Se nota la evolución. Yo más o menos recuerdo lo que escribía en aquella época. Eran historias muy lacrimosas y elementales, por supuesto en las que todo el mundo moría. Eran ideas muy pueriles sobre lo que era la narración y la literatura.
Hoy los años de vida, más las lecturas que tengo encima, más los intentos fallidos le permiten a uno darse cuenta que está en un proceso mejorado, aprendiendo porque esto nunca se aprende totalmente. Si uno no se reinventa, la vida se encarga de hacerlo.
Lo que sí le puedo decir, es que hasta este último libro Agujeros negros tenía un cierto eje temático para los cuentos que tenían mucho que ver con la violencia, tanto física como sicológica. Escenas truculentas, oscuras.
Siempre en lo que escribo, hasta hoy, hay cabida para esa truculencia, para esa violencia, pero han cambiado las formas, los temas.
Estoy escribiendo una serie de cuentos que tiene que ver con inquietudes filosóficas. No son para nada pretenciosas ni intento proponer alguna teoría, etc. Sino que son narraciones con alguna truculencia, con algo de violencia no tan alta como en los libros anteriores, pero sí siento que hay un cambio, que los conflictos se resuelven de otras maneras, que los personajes me piden que haga otras cosas diferentes a los personajes que he trabajado hasta ahora en mis cuentos. Siento que hay una evolución que me ha sacado de eso que llaman «zona de confort», que en la vida no es mala, pero en la literatura sí tiende a limitar mucho al escritor. Los textos le van pidiendo a uno que abra el horizonte, que te muevas, que vayas por otros caminos.
Agujeros negros
Llegó el 2024, y con el Agujeros negros que le da otro premio para agregar a su hoja de vida. ¿Qué ha significado este libro y el premio para usted?
Primero, una gran sorpresa, porque cuando me presente a la convocatoria de la gobernación, para participar pedían libros que ya estuvieran terminados y para cuento se postularon 38 personas, es decir, bastantes libros. Cuando resultó mi libro ganador del primer lugar y el segundo para Jenny Valencia, me alegré mucho.
Este premio lo he tomado con mucha mesura, para mí lo importante del premio era la publicación del libro, que pudiera salir, que pudiera encontrarse con los lectores, que tuviera admiradores y porque no, detractores también, ya que ambos son tan bienvenidos y tan necesarios.
El premio al libro significa para mí un impulso para seguir adelante. Lo valoro mucho. Me ha traído cosas lindas. Es un escalón más y toca seguir hacia adelante.
¿Qué ha dicho la crítica de Agujeros Negros?
Por ahora, como está recién publicado, lo ha leído muy poca gente y creo que han sido muy generosos con la crítica. Hay cuentos que han gustado, unos mucho más que otros, como siempre. También me han hablado de una evolución evidente en mi oficio. Sé que luego vendrán críticas duras de lectores especializados, pero yo las espero con igual expectativa, porque a mí me gusta que me critique duro, que me digan que está mal y que me lo muestren. Esa parte para mí es súper valiosa.
¡Coja oficio!
¿Qué es lo que más le gusta del proceso de escribir?
Lo disfruto y lo sufro por igual. Es cierto que la página en blanco genera ansiedad. El proceso de escribir, ir llenando páginas y avanzar en una historia, en el fondo parece como irracional.
—¿Qué hace este individuo ahí? —se pregunta alguna gente. ¿Qué está haciendo con su vida contando unas historias que nadie le ha pedido, por lo cual tampoco le pagan, ¿A usted qué le pasa? Vaya, haga otra cosa. ¡Coja oficio! Como dicen las señoras.
Pienso que las personas que escriben y publican tienen una dosis de masoquismo. Además de tener un ego gigante, ya que creemos que lo que se hizo y costó tanto trabajo, sudor y lágrimas, en el fondo tiene valor y que la gente lo va a apreciar de la misma manera que el escritor lo hace.
Se disfruta escribiendo, es cierto, y claro, hay ratos en los que a uno le provoca tomar lo escrito y lanzarlo a la mierda. Pero también hay momentos, sobre todo cuando uno logra avanzar, cuando escucha los personajes, o cuando entiendo que por el camino elegido es el que tengo que seguir para resolver una situación compleja; esos momentos me parecen que son la parte más satisfactoria durante la escritura.
Luego hay una parte que sí es sufrimiento total para mí y es cuando llevas semanas o meses escribiendo un cuento y miras lo hecho y dices: —Hijueputa, perdí mis dos meses aquí porque esto no sirve para nada. Esa parte es dura.
Cuando aparece eso que tanto asusta al escritor y que denomina la página en blanco, ¿usted que hace, cómo lo resuelve?
—Risas—. Dicen que lo mejor es dejar el texto por ahí para que repose y hacer otras actividades. Hay también muchas cosas que se quedan abandonadas en el cajón en el que se guardaron. Cuando no puedo resolver generalmente lo que hago, es no me preocupo y empiezo un nuevo trabajo. Si esto no se pudo a otra cosa y listo.
Como nos gusta tanto clasificar: ¿qué tipo de escritor es usted? ¿De los que llaman de brújula o de aquellos que escriben con mapa?
Yo creo que de mapa. No soy exagerado en ese aspecto, pero sí hago unos pequeños bosquejos. Cuando me siento a escribir, creo tener en mi cabeza y en mis apuntes resuelto lo que deseo contar. Eso como bien se sabe es una mentira. Pero lo cierto es que no me siento a escribir hasta que no siento que tengo resuelta toda la trama, personajes, ambiente, etc. de mi cuento. Luego en el camino aparecen momentos que no estaban previstos., pero cuando la idea del cuento nace, está aún con solo dos personajes o tres y hay que irlo ajustando. Cuando tengo la idea clara, soy un escritor de mapa. Trazo una ruta, un diseño, y lo sigo.
¿Qué le sugieres a quien desea dedicarse a escribir y es loco por hacerlo?
Que esas mismas ganas de escribir las tiene que duplicar para leer. Es importante que se lea más que lo que se escribe. Que se prepare, eso sí, que haga talleres, porque se aprende mucho, se conoce gente valiosa y que ayuda en el proceso de aprender. Seguramente el que desea escribir es porque siente que tiene algo que decir, pero entre el deseo de querer decir algo y el concretarlo en texto hay un trecho muy grande. Siéntese a escribir lo que quiera, pero si se tiene una pretensión literaria de hacer algo con lo que se escribe, hay que tomarse un tiempo para prepararse porque escribir no es lo más difícil del mundo, pero no es fácil y tiene sus reglas.
Los poetas tienen pacto con el diablo.
¿Cómo se miran los dos escritores que son Fabio Ibarra, su padre y usted?
Mi papá es poeta. Él ha hecho cosas de narrativa, pero son las menos. Los poetas son diferentes. Fonseca decía que los poetas tienen pacto con el diablo, para que nos comparemos con ellos, los narradores. Ustedes, los poetas, tienen una forma diferente de relacionarse con el lenguaje, de verlo, de estructurarlo, de expresarlo además.
Yo respeto mucho la poesía de mi padre, tiene unos poemas que me parecen válidos y hermosos, pero la relación nuestra es de padre a hijo.
Hablamos en ocasiones de literatura, de música de cine, pero no de nuestro trabajo puntualmente. Sabemos que nos leemos y nos damos ciertas señas de que nos hemos leído, pero nos respetamos porque sabemos que son caminos diferentes.
Mi padre es un tipo muy inteligente con una cultura enorme y cuando nos encontramos y me siento a hablar con él, yo lo aprovecho para hablar de otros temas, no de mis libros. Él sabe bastante de cine, de libros, y todos los que me recomienda yo intento leerlos. En ese aspecto seguimos siendo padre e hijo.
Invito a los lectores a que adquieran el libro Agujeros negros de Carlos Ibarra. Lo pueden solicitar al celular 312-721-4194.