La pobre viejecita

30 julio 2024 10:30 pm

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Hans-Peter Knudsen

“Érase una viejecita sin nadita que comer, sino carnes, frutas, dulces, tortas, huevos, pan y pez” es la primera estrofa de la famosa creación de Rafael Pombo.

Ese maravilloso escrito, tan presente en nuestra infancia, se me vino a la cabeza cuando nos visitó Juan Daniel Oviedo en Armenia recientemente.

Se me vino a la cabeza cuando vi las diapositivas, y escuché las explicaciones de Juan Daniel, sobre la “Percepción de pobreza” en Colombia y en el Quindío. Realmente no podía creer que a nivel nacional, según la Encuesta de Calidad de Vida, el 47,3% de los jefes de hogar o cónyuges se consideran POBRES. En el Quindío representan el 42,1%, siendo el tercer Departamento del país con mayor deterioro en este indicador, después de Guainía y Vaupés, entre 2022 y 2023.

No me cabe en la cabeza que una persona que vive en este paraíso terrenal del Quindío pueda sentirse realmente “pobre”. Un Departamento en el que, como la pobre viejecita, lo tenemos todo. Basta mirar desde la ventana del avión cuando uno está aterrizando en Madrid, Lima, Doha o tantas otras ciudades del mundo y comparar con la aproximación final al bien llamado Aeropuerto El Edén. Un mar de verdes en todas las tonalidades posibles, una topografía suavemente ondulada con nuestra imponente cordillera de telón de fondo, una actividad agrícola impresionante, unos recursos hídricos identificados por hermosos bosques de guaduales, son apenas unos pocos reflejos de esa infinita riqueza. Y qué decir de la maravillosa riqueza humana? Creo que lo que mas nos enamoró de esta bendecida región, hace ya muchos años, fue esa única expresión que sale desde el fondo del corazón cuando uno da las gracias: “Es con mucho gusto!”.

Entonces recordé que existen distintas clases de pobreza. Y que, como la pobre viejecita, una persona puede ser pobre aún en un mar de riqueza, así como otro puede ser inmensamente rico en un universo de “limitaciones”. Basta solamente ir a lo profundo del territorio, al no contaminado por esta modernidad distorsionada, para comprender que, efectivamente, la felicidad se puede encontrar en la riqueza de nuestros atardeceres, o en los alimentos frescos cultivados por nosotros mismos o en el amanecer ambientado por los múltiples trinos de las aves libres. Comprendemos que es tan bello el día soleado como lo es la tormenta recia que irriga los campos. Con mi esposa no nos cansamos de agradecer cuando tomamos la decisión de cambiar los programas radiales de inicio de día por la contemplación del entorno, en sonidos, en imágenes, en aromas. Cambiamos esa terrible carga emocional y energética que nos hacia iniciar el día drenados y “engatillados” por una maravillosa dosis de vitalidad y felicidad.

Frente a esta realidad es inevitable reflexionar alrededor de qué es pobreza, qué es felicidad, qué es éxito para nuestra sociedad actual? Una sociedad que, gravemente impactada por fenómenos como el narcotráfico y la corrupción, comenzó a asociar la felicidad y la riqueza con la obtención acelerada y fácil de cuanto bien de consumo sea posible. Una sociedad que abandonó el trabajo, ese que nos enseñaron nuestros mayores, por la ansiedad y la exigencia. Exigencias en el hogar, exigencias en los centros de estudio, exigencias en los entornos laborales, exigencias en la sociedad y exigencias en el seno de la misma familia. Cuando esas exigencias no se logran, de manera inmediata y fácil, entra la frustración, la desmotivación, la depresión. Y vienen los indicadores de percepción de pobreza, muchas veces sustentada en la falta de oportunidades, el alto nivel de desempleo. El problema real no es de un desempleo verdadero, es de un desempleo voluntario. Trabajo si hay, y mucho. Lo que no hay son ganas de asumirlo. Basta ver los grandes esfuerzos que hay que hacer para conseguir, y retener, el talento humano que están necesitando todo tipo de organizaciones en el Quindío.

Si a lo anterior le sumamos incentivos perversos que afectan profundamente nuestra sociedad, el panorama se complica. Incentivos perversos como los subsidios asistencialistas que llevan a los más pobres de los pobres (según la definición oficial de pobres) a encontrar nuevos ingresos al tener más hijos. Incentivos perversos al llevar a obsesionarse con abandonar el paraíso para encontrar el sueño internacional, porque los familiares que lo han hecho nos nutren de importantes flujos de remesas o, más grave aún, incentivos perversos remunerando a los delincuentes para que dejen de delinquir.

No hay mayor combustible para una peligrosa espiral de pobreza real que una sociedad que abandona el trabajo honesto, dedicado, responsable o aquella familia que trae hijos al mundo para poder mejorar su flujo de caja momentáneo o las nuevas generaciones que encuentran el camino de su éxito personal comenzando a delinquir para, después, recibir incentivos del Estado por dejar de hacerlo. (Seguramente terminarán recibiendo el incentivo del Estado pero continuando con su actividad delictiva. Difícilmente rechazaran un ingreso adicional gratuito).

La respuesta a este inmenso reto está, única y exclusivamente, en la educación. No me refiero a la acumulación de información, a la capacitación laboral o a la eliminación estadística del analfabetismo que lleva a altísimos porcentajes de ciudadanos que aprenden a leer pero que no entienden lo que leen, o que aprenden a escribir pero no saben cómo plasmar sus ideas en un texto. Me refiero a esa educación, a esa formación, que va desde la cuna hasta la tumba. Esa educación que se fundamenta de manera importante en los valores, en las tradiciones y en el ejemplo de nuestros padres, de nuestra familia, de nuestro entorno inmediato. Para lograrlo será necesario retomar esos valores, recuperar esas tradiciones, reencontrar los padres (las madres siempre han estado allí) y revitalizar la familia. Frente a una generación que está comenzando a cambiar hijos por mascotas debemos correr a hacer los ajustes.

Este tema de la educación, de la formación, dará para muchas más reflexiones en esta columna.

*Rector Universidad del Rosario (2002-2014), Embajador de Colombia en Alemania (2018-2022)

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