La denominada “cultura traqueta”, que puede ser, más bien, una suerte de “incultura” o una carencia de premisas estéticas, filosóficas y de otros saberes para poder comparar y construir “criterio”, es una manifestación de vulgaridad absoluta, que tiene sus orígenes en las mafias del narcotráfico, el paramilitarismo, la narcopolítica y otras aberraciones que hoy pueden ser propias de los significados y características de ser colombiano.
La “cultura traqueta”, privativa del lumpen burgués como del lumpen proletario, afina sus parámetros en el poder del dinero, no siempre conseguido de modo “legal” u “honrado”, y promulga una adoración del vacío. Desconoce el cánon de lo que se ha denominado lo civilizado para promover, en una apología de la ordinariez y la chabacanería, aquello que destaca las apariencias, lo superficial (por decir algo, vestuarios estrambóticos, culos enormes con inclusión de cirugías plásticas, extravagancias en las maneras de hablar, tetas sin las cuales no habrá ningún paraíso…) y se planta en la admiración por el sicario, por quien puede decir, por ejemplo, “te doy en la cara, marica”, o “plomo es lo que hay”, y otras delicatessen.
La “traquetidad”, herencia macabra de los carteles de las drogas y sus respectivos capos, atraviesa la llamada “colombianidad”, cualquier cosa que esa vaina signifique, hoy degenerada y vuelta añicos, para instalarse en comportamientos groseros en extremo. Hoy preferimos una presunta cantante desafinada, o le damos categoría de genialidad a cancioncillas que denuestan la condición femenina, o ponen la idiotez, lo zafio, lo violento, la “cargazón” como una maravilla de la creación humana, como un logro de la inteligencia, de la sabiduría, de la búsqueda de lo absoluto. Preferimos esas desgracias propias del “facilismo” comercialoide, a una cultura que exija leer, escribir, pensar, cuestionar, o preguntarse “¿y esto de dónde?”.
Representan esa condición de lo traqueto, de la ausencia de crítica, de las apologías a la “gonorrea”, al lenguaje tosco, comportamientos como los protagonizados por “hinchas” de la selección Colombia en Miami, y peor aún, por el máximo dirigente del fútbol colombiano, Ramón Jesurún y su hijo. Da grima ver cómo ciertos “periodistas” y otros calanchines, en actos no solo de lambonería sino de ausencia de ética, exculparon a esos dos “angelitos” que se comportaron como delincuentes.
El “traquetismo” nos hace colar en estadios, introducir por ductos, protagonizar escándalos, insultar a quien se oponga a nuestra vulgaridad, o propinarle bala o puñal o tirarle el carro encima, etcétera, a quien disienta de nuestros gustos por el narcocorrido, por la bazofia de ciertas “creaciones”, por la apología de la violencia y del delito. Tales desastres se vienen tejiendo desde los tiempos nefastos de Pablo Escobar y sus sicarios; desde los tiempos de los carrobombas y los atentados a granel contra jueces, periodistas, demócratas…
La llamada “cultura traqueta” se volvió un referente de politiqueros, que incorporaron la metodología del “todo vale” para acceder al poder y quedarse anclados ahí. La han cultivado los caciques, los gamonales, los clientelistas, los de la derecha, los de la cuasi izquierda, los disfrazados de redentores y mesías, los de la guerrilla, los paracos, todo parece estar atravesado por esas posturas de la infamia. Se advierte en la denominada “gente bien” como en los sectores en los que lo mafioso sepultó las gracias y alcances singulares de la cultura popular.
Final del formulario
La “cultura traqueta”, como una peste, como un castigo bíblico, lo ha contaminado todo, y se esparce a través de series televisivas, de periódicos amarillistas, del mundo de la moda y la farándula. Es el reino de la ordinariez como una fuente de dinero, como una meta que hay que alcanzar para ser alguien, para tener millones de likes en las también muy “traquetizadas” redes sociales.
Es parte de la enajenación colectiva, sostenida con mecanismos casi siempre mediáticos que atacan el acceso a la educación, a la cultura, a los libros, a las lecturas, al análisis, al apoyo a la inteligencia. Todo lo que pueda hacer libre y culto e ilustrado a un pueblo debe exiliarse. Las pautas comportamentales del lumpen y de la delincuencia son las llamadas a imponerse en la vida cotidiana, en la mentalidad de la población, y entonces hay que impulsarlas desde todos lados para mantener el putrefacto statu quo.
Somos, como lo señaló hace años Charly García para escándalo y rasgadura de trajes de las gentes de doble faz, “Cocalombia” o narcolandia, la que afuera se conoce más por las tropelías de capos y otros hampones que por las glorias de algún escritor, de algún escultor… Hace años dejamos de ser tierra de poetas, para erigirnos en cuna de bandidos, de asesinos, de narcopolíticos, de todas las corrupciones.
Parece que cada día aumenta la admiración por lo burdo, por lo desechable, por lo que dé muchas utilidades metálicas, pero sin requerir hondas elaboraciones, ni tejidos complicados. Qué va, gonorrea, te vamos a dar chumbimba, pirobo. Y si lo soez va cantadito, mejor. Lo decía no sé quién, en Colombia, para salir de pobres, hay que tener buenas tetas y dar bala. Así vamos.
Nota de la Dirección:
Con su debida autorización, a partir de la fecha el prestigioso columnista Reinaldo Spitaletta colaborará con EL QUINDIANO.COM.